Esculpida en piedra. "El castillo de naipes."

Bien podría haber sido todo un sueño o una irónica broma de un destino que disfruta poniendo a prueba nuestra fuerza de voluntad. ¿Por qué sus pies lo habían traído de regreso al mismo lugar en dónde comenzó todo?
Las olas arremetían una y otra vez contra la costa para fracasar en cada embate. Después de tomar impulso perdían fuelle y se desinflaba su ímpetu. Para cuando llegaban a la orilla lo hacían mansas y en calma. Frustradas, se retiraban con una reverencia servil. Así es como el náufrago las imaginaba, como una alegoría de su propia vida. Quien se empecina en una misión imposible está condenado de antemano a estrellarse irremisiblemente contra el muro de la decepción. Sin embargo, después de cada nuevo descalabro, parecían no haber aprendido absolutamente nada.
Se sentía fuera de contexto. ¿Cómo era posible que bajo aquel cielo tan limpio y puro pudieran caminar (o arrastrarse) seres tan mezquinos?
La figura solitaria permanecía sentada, espatarrada sobre la arena, absorta en el ir y venir de las olas. Sus ropas estaban hechas jirones, pero secas. El mar lo había repudiado hacía mucho, aunque no fue capaz de precisar cuánto. ¿Años?¿Meses, semanas...? Los restos del naufragio continuaban en el mismo lugar en el que los dejó como si el tiempo se hubiera detenido, como si aquella playa se hubiera refugiado en un presente inalterable fuera del alcance del tiránico reinado de Cronos.
De tener la tristeza un color, debía de parecerse mucho al de sus ojos.
Aunque el sol lucía en su cenit, hacía mucho frío, de ello daban fe sus labios cortados. La sal del mar los había cauterizado y dotado de un enfermizo tono violáceo.
El arado de los años se había cebado en su rostro, dejando profundos surcos en una piel ya de por sí quemada por una vida en su mayor medida a la intemperie. Su pelo, aunque comenzaba a escasear, aún conservaba la negrura. Sería difícil precisar su edad, por lo curvado de su espalda debía de ser muy viejo, por lo ingenuo del brillo en sus ojos... muy niño.
Su mano alcanzó una rama que el mar había devuelto y comenzó a garabatear en la tierra sin dejar de contemplar el horizonte.
No se puede hallar la paz, siquiera rodeado por aquella quietud, cuando en tu interior albergas tanto dolor y resentimiento.
El corazón le latía muy deprisa, se sentía confuso e irascible, apático y aturdido. Claros síntomas de una deshidratación severa. Quizás, debido a ello, no se inmutó lo más mínimo cuando una gaviota se posó casi al alcance de la extensión de su brazo que era el palo. El ave se quedó inmóvil mirándolo con curiosidad.
—Largo de aquí pajarraco del demonio. - La gaviota hizo caso omiso y dedicó su tiempo a picotearse el plumaje con la mayor de las indiferencias.
—¡He dicho que te largues! —Le arrojó la rama, el pájaro desplegó las alas y la esquivó dando un saltito hacia un lado.
Reparó en el imponente pico del ave. Provocarla podría no ser una buena idea.
La gaviota se acercó caminando de forma bobalicona.
—¿Es que tengo cara de pescado? Seguro que de besugo y que apesto igual que un arenque. ¡Bah! Quédate ahí si quieres, con suerte de aquí a poco podrás darte un festín junto a los buitres. - La gaviota no dejaba de mirarlo y el náufrago comenzó a ponerse nervioso. Intentó ignorarla sin poder evitar el vigilarla con el rabillo del ojo. El pájaro lo seguía observando.
Se levantó de un brinco y le gritó alterado.
—¡Fuera de aquí he dicho!
Ni caso, el bicho se limitó a levantar la cabeza para mirarlo a la cara.
—Está bien, si tanto interés tienes por mi compañía, que menos que presentarnos como es debido. Cómo no espero que un hijo de furcia como vos tenga un nombre, y por no saber de un padre mucho menos apellidos, os llamaré pajarraco inmundo. Más difícil me ha de resultar el buscarme un nombre acorde a las circunstancias pues... —Hizo una reverencia. —...como buen comediante no me corresponde otro bautismo que el que disponga la obra a representar. ¿Os apetece un sainete, una comedia, o quizás un drama? De todo tengo un poco en este roto mal zurcido que ha sido mi existencia. Aquí donde me veis, apenas queda una brasa de la hoguera que han sido mis aventuras. ¡Qué digo hoguera! ¡Incendio de llamas más vivas que las del mismo averno! Pues eso es lo que ha sido mi vida, un infierno no exento de gloria. - Amedrentada por la excitación que se adueñaba del naufrago, la gaviota retrocedió un poco. Se la quedó mirando con semblante divertido.
—He de admitir que en este teatro se compensa la falta de aforo con lo entregado de su público. —Una nueva reverencia antes de continuar. —Os diré que he sido ladrón y reo, general y Grande de España. Que he librado batallas con piratas, salvajes e incluso contra el mismísimo diablo y he salido airoso de todas ellas. Solo en una guerra he sufrido la más amarga de las derrotas y poco importan mis anteriores victorias tras tan sonado fracaso.
He pasado de la miseria extrema a la más ampulosa de las riquezas, del desprecio a la admiración, pues soy hombre de extremos y no encuentro un "en medio" en el que establecerme.
¡Juro que lo intenté! Pero fuera de las tablas no soy nada y cuando mentir es tu oficio no obtienes otro pago que el descrédito. ¿Pues qué es un actor sino un embustero?
Sin más dilación comenzaré esta obra, anómala y extraña, pues empieza ahí mismo dónde acaba.
¿No hay aplausos? —De no ser un simple pájaro, casi podría parecer que la gaviota mostraba verdadero interés. —No importa, la función ha de continuar más que nos pese, hasta que el olvido o la muerte hagan caer el telón. —Grandi elocuente en los gestos a partir de aquel instante, alzando la voz y remarcando con fuerza las silabas tónicas.
—Bien es cierto que, como todo, es falso mi linaje, que no nací noble ni azul es mi sangre. Harto de humillarme, cansado de ser cofrade en la procesión de los fracasos, empecé mi bagaje por la senda del engaño. Negro mi pendón como el carbón, resguardado el corazón tras un peto de duro acero, me fingí caballero. Me armé con palabras, que no eran más que falacias con las que pretendía comprar otra vida lejos de la ruina del trabajo en el campo, de servir como vasallo, de ser un esclavo en manos de duques y condes, que esconden su condición de cobardes tras las armas que compra el oro ganado con la sangre de otros.
No tenía miedo, que patán, me adentré en el mar con mi pequeño velero. Arribé a este puerto para empezar de nuevo en pos de fortuna, de fama y de faldas. ¡La suerte me dio la espalda! Quiso el destino, que, en mi desatino, eligiese mal como siempre. ¡Un nido de serpientes es lo que encontré! Sin darme cuenta me hundí en los fueros de Pedro Botero y perdido en aquel infierno de lerdos, me las di de hombre siendo un niño, que asegura nada teme, pero no se duerme sin una vela encendida. Esa luz era ella, tan bella como venenosa, hermosa y salvaje. Cobrarse la pieza, está claro, era
demasiada gesta para un gañan que en verdad nada sabía de justas o lidias, menos de cantar abalanzas, de recitar versos y estrofas sin ganarse la mofa de la concurrencia. Ciego de amor como estaba, no caí en la cuenta de que era yo la presa.
La creí cuando decía que me quería. Tarde entendí que no eran más que palabras sin peso, vacías, que transporta el viento al desierto donde no germinan y se olvidan.
¡Mentiras! Que corrompen el verso, las rimas, que llevando mi nombre no siento mías. Palabras hermosas, pero sin vida.
Nunca dispuse de honor como para pretender cobrarme la afrenta, ya solo me quedaba dar media vuelta con el rabo entre las piernas y escapar como una rata del barco que se hunde. ¡Que yo ganaba batallas solo en mi imaginación!
Se truncó la ilusión, se des hizo el hechizo, un clamor el ridículo y en boca de todos las desventuras del bobo galán. Se decantó la balanza en mi contra y, aun sin asumir la derrota, me retiré en la vaga esperanza, de haber dejado en su alma suficiente simiente como para que se arrepienta y regrese.
El viento ha marcado el trayecto, me ha conducido a este lugar. Perdido, oculto a los ojos curiosos parece un buen sitio para hundir mi acero en el suelo. Aquí construiré un castillo lejos de todos. No ceso en mi empeño de ser feliz. Crearé un mundo nuevo donde solo yo sea dueño de mi destino, donde sean otros los que bailen a mí son. Elegiré mi camino sin temor a equivocarme, sin rendir cuentas a nadie.
—Lamentos de cobarde.
La gaviota alzó el vuelo asustada y el náufrago corrió hacia el lugar en el que reposaba una espada incrustada en la arena. Amenazó con ella al recién llegado.
—¿Quién es el que interrumpe mi soliloquio?
—De sobras lo sabes.
Un hombre, cuya extrema delgadez acentuaba su altura, lo contemplaba con aire divertido. Tras él, un carromato cargado hasta arriba de aperos de todo tipo. El mulo que había de tirar del carro escarbaba en la arena en una infructuosa búsqueda de algo que llevarse a la boca.
—¿Un comerciante? Nada de lo que pretendas venderme me interesa. Déjame a solas con mis divagaciones. Me sobran razones para no querer tener a nadie cerca y menos a un mercachifle entrometido. Desaparece de mi vista si no quieres probar el acero de mi espada.
—¿El de esa mellada y oxidada? Seguro que no sabes siquiera cómo se maneja.
—Tengo la fuerza suficiente para hundirla en tu pecho sin mostrar a la postre arrepentimiento. ¡Vade retro! Sería absurdo que hallaras la muerte por intentar endosarme una sartén o una olla.
—No seas vehemente y deja que hable antes de mandarme al otro barrio. ¿De verdad crees que eres lo suficiente hombre para llevar a buen término tan ardua tarea? Largo viaje te espera como para acabarlo solo. ¿Qué no me entrometa? Me has estado llamando todo este tiempo. Construyamos entre ambos ese mundo en el que no hay cabida para otro Dios que no seas tú. En esta playa desierta, sobre la tierra, tu fortaleza. Pero si prefieres asumir la derrota...
El mercader se acercó y con el dedo apartó de si la punta roma de la espada. —No seas idiota, puedes dar vida a tus palabras, ellas mismas buscaran quien las escuche si ese es tu deseo.
—Ahora lo entiendo. ¿Por qué te presentas ante mí como un vulgar buhonero?
—Porque eso es lo que soy.
—Nada tengo con qué pagarte.
—De eso hablaremos más tarde. Cuando llegue el momento apareceré para cobrarme la deuda, paciencia.
—¿Qué tengo que hacer? ¿Debo firmar con sangre en algún papel?
—Esa será a partir de ahora tu única tinta, pero no será necesario para cerrar nuestro trato. Bastará con un apretón de manos, después tan solo has de soñar y llenar tu mundo de vida, seguir mintiéndote a ti mismo por los siglos de los siglos.
—¡La traeré de regreso!
—Eso es asunto tuyo, pero te lo advierto... cuidado con lo que deseas. Yo puedo hacer que los sueños se hagan realidad, sois vosotros quienes los tornáis en pesadillas.
—Aunque sé que en tu manga amagas el puñal, no me importa correr el riesgo. Ahí va mi mano.
—Tenemos un trato






El Creador de Historias.


La niebla se condensaba a ras del suelo dando la impresión de que el castillo se sostenía sobre un manto de nubes. Era una fortaleza impresionante construida con sólidos bloques de piedra, cada uno de ellos tallado de forma que encajara como la pieza de un puzle con el resto. Se trataba de una construcción atípica. Las murallas tenían forma hexagonal y estaban coronadas con almenas defensivas. Cada una de sus esquinas se reforzaba con una torre de forma circular lo que hacía muy difícil el poder escalar por ellas. Cinco atalayas se elevaban imponentes tras de unos muros que ya de por sí eran lo suficientemente altos como para poder divisar una posible amenaza a muchas millas de distancia. Hasta ahí todo muy normal, de no ser por la ausencia de un foso que lo rodeara y la inexistencia de puerta alguna por la que acceder o salir.
La bruma se extendía hasta fundirse en la lejanía con la bóveda celeste. La privación de un horizonte que delimitara el cielo (de un color azul tan plano como uniforme) con una la tierra oculta bajo la neblina, hacía que pareciera un espacio infinito.
A pie de las murallas el tamaño de la construcción era imponente, más (a vista de pájaro), solo era una mota de polvo en mitad de aquella inmensidad desierta.
La ausencia de sonidos, siquiera el canto de un grillo, el trino de un pájaro, o el simple arrullo del viento, junto a una quietud pasmosa, haría que un observador despistado creyera estar mirando un cuadro.
La única vida visible era la del musgo que cubría la piedra y la de algunas enredaderas que a lo largo de los siglos habían formado la única vía de acceso al trepar pacientemente por los muros de piedra. Se trataba de yedra venenosa.
Tampoco en el interior se apreciaba ningún movimiento. Ni un alma en el patio de armas, las cuadras vacías. Ni plantas, ni
insectos... nada, salvo una vieja y retorcida encina. La humedad, que lo impregnaba todo, solo era capaz de hacer crecer el musgo y la yedra. El cómo sobrevivía el árbol era un misterio.
No había pozo, como tampoco aljibe, ni ninguna capilla en la que encomendarse a algún Dios. Todos ellos parecían haberse olvidado de aquel lugar.
En el centro del (podría llamarse castillo, como también prisión o mausoleo), la Torre de Homenaje. En su interior el Señor del alcázar se recostaba apesadumbrado en su trono. Toda la estancia estaba repleta de espejos de diferentes tamaños, algunos enormes, otros más pequeños, en los que se multiplicaba su imagen hasta el infinito. Por el rosetón de la pared apenas entraba luz, cómo tampoco por las pocas ventanas, la estancia se iluminaba mediante miles de velas encendidas.
Se sentía impotente al ver como se extinguía la llama que alumbraba y daba vida al gran salón en el que tiempo atrás se reunían sus personajes. Único habitante de un reino fantasma lo trastornó la soledad y (quizás por mitigar la tristeza de ese aislamiento, por escuchar una voz, o simplemente por no olvidar el propio idioma) mantenía largas conversaciones consigo mismo.
—Mejor vivir en el engaño enamorado que esta existencia vacía en la que no pasa un solo día en el que no acabe borracho de melancolía. No hay licor más amargo, pues desciende por la garganta sin aplacar la sed. No hay veneno más lento que la apatía de cuando la espera se prolonga en la incertidumbre de estar malgastando el tiempo.
Estoy cansado de ser un muerto en vida que solo respira por los suspiros que provoca su ausencia.
Tanta es la demencia, tantos los celos de imaginarla en otros brazos, que su recuerdo es una sombra que ya no me refresca.
(Risas)
—Triste reflejo el que nos devuelve el espejo. Cuan distorsionado es el concepto que tenemos de nosotros mismos a como nos ven en realidad. No gira el mundo a tu alrededor, ni sale el sol porque tú se lo pidas. Que fácil es culpar a los demás de nuestros errores. Lamentos de plañidera que lloran a un muerto al que siquiera conocen. *
—¡Ríos de tinta se han malgastado en relatar la tragedia de tortuosos amores! ¡Bah, estúpidos embusteros! Tantos Romeos, tantas Julietas han muerto sobre el papel, más solo son palabras. Las palabras no son un juguete, quien bien se precie ha de tomarlas en serio y no perder su tiempo con sandeces. ¡De amor no se muere! De ser cierto, hallaría por fin la paz que se me ha negado durante tanto tiempo.
(Coros)
—Pobre mendigo,
deja de soñar y descansa.
No es moneda el cariño
que se reciba por pena
y aun así te empeñas
en llorarle a las viejas
a los pies de la iglesia. *
—¡Dejad de atormentarme! ¡Silenciad esas voces que cantan dentro de mi cabeza! ¿Por qué os burláis de mí? ¿Qué es lo que os
hice? ¿Porque permanecéis aquí habiendo marchado todos los demás? ¡Dejadme en paz!
(Risas.) *
—Sarna y tiña es la envidia, creemos que nadie la ve, más su hedor nos delata. Envidia porque ellos, al contrario que tú, ahora son libres. Tamaña soberbia la tuya, que te proclamas Creador, Hacedor de Historias y te crees dueño y señor de sus destinos. *
—¿Como no han de caminar perdidos si yo no les indico el camino? Ellos me pertenecen.
—Ella nunca ha sido tuya. ¿Porque no lo admites de una vez? *
El "Hacedor de Historias" miró a un lado, a su derecha se encontraba el trono donde debía sentarse su reina. Estaba vacío lo mismo que las sillas en las que se reunían todos alrededor de la mesa. Eran tiempos más felices.
Se levantó y con paso cansino se acercó a una ventana. A través de ella se quedó contemplando a la vetusta carrasca.
El cristal se hizo añicos y se coló una ráfaga de viento cortante como un cuchillo, helado como el último suspiro de un moribundo. La mayor parte de las velas se apagaron quedando el salón en tinieblas. El Hacedor de Historias sintió en el cuello el aliento de una garganta, frío como la propia muerte. Intentó girarse, unas manos lo sujetaron con fuerza por los hombros impidiéndoselo.
—Shhhhhh, calla de una vez, no sabes cuánto pueden llegar a soliviantarme tus quejidos, cuan de aburrido se me hace escuchar día tras día la misma cantinela. ¡Que empeño por dar pena! Cuanto te aborrezco, cuanto detesto tu debilidad.
Aquella no era una voz en su cabeza, era tan real como la saliva que le empapaba la oreja. El Creador quedó petrificado por el miedo.
—Mira esa encina, apenas era un brote cuando mancillaste su corteza con el nombre de la ingrata. ¿Qué has hecho desde entonces aparte de compadecerte y esperar? —Unas uñas se clavaron en sus hombros, no pudo reprimir un quejido. —¿Duele? Claro que duele. —Aquellas garras atravesaron las ropas hasta hundirse en la carne. —Es un dolor de verdad, no como las incongruencias que vomita tu garganta. Tanto recitarle a la soledad, que olvidaste que tienes una familia. —Las uñas se clavaron más profundas y la camisa del Creador comenzó a teñirse poco a poco de rojo. —Deja que te presente los abortos que has traído a este mundo, esta es tu verdadera semilla. —Las manos lo obligaron a girase hacia el interior del salón, en ese momento cayó sobre él una lluvia de vidrios. Solo tres de los espejos se mantuvieron intactos y de uno de ellos comenzó a emerger una figura.
—Es hermosa. ¿Verdad? —Las manos aplastaron las sienes del Hacedor de Historias, sujetando con violencia su cabeza lo forzaron a mirar. —Ella es la mayor de nuestras hijas y mi preferida. Si, he dicho "nuestras", pues tú y yo somos uno.
A través del espejo, con una piel que se confundía con el cristal, fue saliendo poco a poco una mujer alta y esbelta. A medida que se acercaba apagaba con la yema de los dedos todas las velas que se cruzaban a su paso. El sonido inconfundible de cuando el agua ahoga una llama. Su pelo largo caía en cascada sobre la espalda. Era como la escarcha que forma el rocío las frías mañanas de invierno, pequeñas gotas de hielo unidas las unas a las otras. Solo vestía una túnica muy escotada, ceñida a la cintura por un cordel de oro. Era un vestido blanco, largo, y sin mangas. La parte inferior tenía una larga abertura en el costado izquierdo por la que, en cada paso,
asomaba el muslo transparente de la extraña mujer. Sus facciones eran gráciles, grandes ojos cristalinos y unos, (obligados), labios húmedos y carnosos. Cuando la tuvo enfrente el frío se hizo más intenso. En efecto, no era su imaginación, aquel ser era completamente de hielo.
—Por un lado, sería una descortesía no darle un beso de bienvenida, pero no te lo recomiendo. —La voz se carcajeo sonoramente antes de continuar. —Tus labios podrían quedar pegados en su mejilla.
El Hacedor la miraba atónito, incapaz de cerrar la boca por el asombro. Realmente era hermosa, pero como las jarras rezuman su contenido, aquella mujer transpiraba maldad.
—Su nombre es Vanidad y poco he de explicarte del porqué la bautizaron con él. ¿Sorprendido? Pues seguro que tampoco te decepciona la siguiente de tus hijas.
Del espejo del centro apareció un cadáver putrefacto. No pudo contener el Creador su repulsión al tenerla cerca. Las manos del intruso le impidieron cerrar los ojos. Era una visión espeluznante. Solo un poco de carne rodeaba los huesos y de las cuencas vacías, de donde debíade haber habido ojos, asomaban centenares de gusanos que formaban ovillos disputándose lo poco que quedaba por comer. Su hedor era tanto o más insoportable que su aspecto.
—Sabía que no te dejaría indiferente. A ella si puedes besarla. Se rio de nuevo. —¿No? Pobre, con la ilusión que le hacía conocerte. Patético hermano mío, te presento a la mediana de tus tres hijas. Ella es la Envidia y tampoco te explicaré el porqué de su nombre.
Aquello no podía ser real, sin duda debía de tratarse de otra de sus ensoñaciones, las garras hundiéndose en sus hombros lo convencieron de lo contrario.
—¡No se vayan todavía, aún hay más! —Gritó la voz como si fuese el maestro de ceremonias de aquel circo de los horrores. Del tercer y último espejo fue saliendo de forma tímida lo que parecía una muchacha muy joven. El Hacedor de Historias respiró aliviado, aquella nueva visión no era ni de lejos tan nauseabunda como la anterior. La muchacha se acercó con paso cansino, fue tenerla enfrente y sentirse completamente hastiado, desmotivado, cansado. La joven estaba sucia y desaliñada, vestía con harapos y lucía un pelo (de un feo color pajizo) enmarañado y seco. Su tez era blanquecina con un ligero y enfermizo tono amarillento, el violáceo color de sus ojeras contrastaba con su extrema palidez. Pequeña de estatura y de huesos menudos, soltó un largo y sonoro bostezo cuando estuvo junto al Creador.
—No se puede hacer pleno, reconozco que nuestra pequeña si es bastante chasco. En toda familia hay un garbanzo negro, pero aprenderás a quererla. Ella es la Desidia, y por cómo se te doblan las rodillas por el abatimiento, comprendo que has entendido que su nombre no desmerece.
La pequeña de las hermanas se tumbó en el trono en una postura imposible. La pierna derecha sobre el apoya brazos, la espalda inclinada ocupando parte del trono de la reina y la cabeza muy cerca del suelo. Comenzó a juguetear con sus enmarañados cabellos con la mirada perdida en algún lugar del techo. El haberse alejado unos metros le dio al Creador un pequeño respiro. La Vanidad la arrojó fuera de un puntapié y se acomodó en el sitial de la reina. La Desidia la obsequió con una mirada asesina, emitió un gruñido y se alejó de ella refunfuñando. El Hacedor de Historias reprimió la náusea que le provocaba la Envidia y la observó con más detenimiento. No pudo entender lo que farfullaba, la pútrida no dejaba de rascarse y en cada pasada se llevaba adheridos a las uñas unos jirones de piel.
Sintió que la presión sobre sus hombros era menos intensa, a riesgo de que las uñas de su captor le desgarraran las carnes, se giró de forma brusca con la intención de liberarse y enfrentarse a él.
Se encontró con unos ojos, negros como un pozo sin fondo en los que se reflejaba la luz de las velas. Retrocedió unos pasos de forma precipitada y habría caído de culo de no ser porque unos brazos lo sujetaron. Eran los de la pútrida, se libró de ellos de un empujón y comenzó a sacudirse en un intento de despolvar la repulsión con la que se le impregnaron las ropas.
La indumentaria del extraño eran lo suficientemente oscura como para camuflarlo en las tinieblas en las que se hallaba el salón. Solo cuando se le acercó pudo el Creador distinguir sus facciones. Entendió de inmediato a lo que se refería el intruso cuando dijo que ambos eran uno. Era como si se mirase en un espejo muchos años atrás. El extraño tenía una abundante cabellera larga y negra, sus mismos rasgos, pero sin apenas arrugas, idéntica nariz, un calco de los propios los labios. Solo los ojos eran totalmente diferentes, iris y retinas se confundían de tan negras.
—¿Por qué me miras con expresión de besugo? ¿A quién esperabas encontrar? Soy tu otra imagen. Todos tenemos dos caras, la que ocultamos y la que mostramos a los demás. El ying y el yang que dirían algunos, el bien y el mal otros. Sea como fuere, uno de los dos acabará prevaleciendo.
—No... no es posible. —Farfulló el Hacedor.
—¿Niegas la evidencia? Nadie puede entrar en tu castillo, pero yo siempre he estado aquí. También ellas, solo has tenido que mirarte en el espejo para dejarlas pasar.
La Envidia ahuyentó de su proximidad a la Desidia que acabó sentándose sobre el suelo en un rincón apartado. El Creador pensó, que de haber una cuarta hermana, sin duda sería la Discordia.
—He venido para ocupar el lugar que me corresponde, para destronar a un monarca inepto que es incapaz de gobernar a sus súbditos. Podría matarte ahora mismo, pero mi propósito es que seas testigo de cómo triunfo en todo aquello en lo que tú has fracasado. Después... Bueno, tengo toda la eternidad para pensar que hacer contigo.
El "Reverso Oscuro" atrapó por el cuello al Creador en un rápido movimiento y lo levantó del suelo. Su fuerza era increíble, nada pudo hacer el Hacedor de Historias por liberarse, tan solo patalear e intentar que el aire llegara a sus pulmones.
—Voy a quedarme con todo lo tuyo y empezaré por tu energía, tú la malgastas en lamentos y lloros. Me ha de ser más útil a mí, me queda mucho por hacer.
La cara del cautivo comenzaba a tener un preocupante tono morado. —Es inútil que te resistas, relájate, solo será un momento.
Pudo sentir como le drenaban las fuerzas, como aquella sanguijuela le chupaba toda su vitalidad, sólo unos segundos más atrapado por aquella mano y habría perdido el conocimiento. Como fuelles se llenaron sus pulmones del preciado oxigeno cuando su captor lo soltó. Se desplomó sobre el suelo y ahí quedó, agotado y rendido a los pies del extraño.
—Yo traeré de regreso a los traidores, déjalo todo en mis manos. —Dio una palmada en el hombro del Creador antes de mostrarle la espalda. La Vanidad continuaba recostada en el trono, recogía fragmentos de los espejos e intentaba mirarse en ellos. Era tocarlos con los dedos y congelarse de inmediato, los cubría la escarcha
haciendo imposible que la mujer de hielo se viese reflejada en ellos. Colérica, los arrojaba al suelo para luego intentarlo inútilmente con otro.
—¡Deja de hacer el imbécil! —El Reverso Oscuro arrojó unos guantes a la cara de la mayor de sus hijas. —Será mejor que te los pongas, tengo un trabajo para ti y no es conveniente que lo dejes todo hecho un asco a tu paso. Buscarás al Narrador, seguro que él puede llevarte hasta el lugar donde se hallan los sentimientos, encuentra a la Voz del Viento y tráemelos a los dos encadenados y humillados.
La mujer de hielo se puso en marcha sin dilación, sin pedir más explicación. Ella es todo frío orgullo y no necesita que la asistan, es pura autosuficiencia.
—En cuanto a ti. —Dirigió la mirada al putrefacto cadáver. —Devuélveme a mis personajes, los quiero a todos a mis pies, derrotados y serviles, que no osen jamás intentar escapar de nuevo.
La Envidia partió de inmediato, no sin antes mirar de soslayo a la Vanidad. —Esa engreída se llevó la mejor parte. —Pensó. —El Narrador y los sentimientos, mientras que yo tengo que conformarme con los patéticos personajes. Mejor que vigile constante su espalda, pues no pararé hasta que una puñalada la baje los humos.
—¿Y qué puedo hacer contigo? Solo con mirarte se me quitan las ganas de mandarte nada.
La Desidia bostezó sin prestar demasiada atención a su padre. El Reverso Oscuro lo meditó mientras se acariciaba la barbilla.
—Tú jamás encontrarías a la Inspiración y ella, de todos, es la más importante. Quédate mejor aquí, cuida de que tu querido tío no haga ninguna tontería. — Miró arrogante a su alrededor. —Ahora
soy quien manda y convertiré este castillo en una mazmorra de piedra. Me encargaré yo mismo de esa indeseable, regresaré y traeré conmigo encadenada a la huida. ¡La Inspiración será solo mía!
Con un gesto ordenó a la joven que se acercara, la cogió con fuerza por los hombros. —Escúchame bien, tu tarea es muy sencilla, solo has de quedarte bien cerca de mi hermano, tan solo eso. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?
—No parece un trabajo que requiera demasiado esfuerzo. —Le respondió mientras se frotaba las legañas de los ojos.
—No me decepciones. —La mirada de su padre fue una amenaza en toda regla. Arrojó sobre el trono al Hacedor de historias y, levantándola como si no pesara más que una pluma, puso a la Desidia en su regazo.
El Hacedor se quedó de nuevo solo, con la única compañía de la desaliñada joven. Apenas podía mover un musculo. Se sentía terriblemente cansado, debía de alejarse lo antes posible del influjo de la secuaz de su hermano. La miró perplejo, se comportaba como una niña pequeña. Recostada sobre él jugueteaba con su enmarañado pelo sin prestarle ninguna atención.
—Es una pena. —Le dijo con un trémulo hilo de voz intentando captar su curiosidad. La Desidia lo miró extrañada. El Creador de Historias guardó un calculado silencio. Finalmente, no pudo resistirse a preguntar.
—Qué es una pena?
—Verte así.
—¿Verme cómo? —Insistió y en su voz se notó un tono molesto.
—Fea y sucia. Una lástima, pues debajo de toda esa mugre realmente se esconde una joven bonita.
—¡No soy bonita, no me engatusaras con zalamerías! —La Desidia se recostó de nuevo dándole la espalda, pero ya no se entretenía jugando con su pelo. Le fue fácil darse cuenta de que la hermana menor tenía un serio complejo de inferioridad.
—No es difícil ser más bella que la Envidia, esa pútrida no es capaz de atraer más que a las moscas, pero te miro y estoy convencido de que a tu lado la Vanidad sería mi plato frío si peinaras tu pelo y te adecentaras un poco.
—¡Déjame tranquila, me da pereza solo de pensar en levantar el culo de aquí! No perderé mi tiempo en imposibles, nunca le he gustado a nadie y no me importa. ¡Que los jodan a todos!
—Me duele que pienses así. En otro tiempo te habría creado hermosa, pero ahora estoy demasiado débil. Aunque quizás… —Hizo una forzada pausa y esperó. No tardó la muchacha en girarse, en sus ojos el brillo de la impaciencia.
—¡Habla maldito!
—Aun soy el Creador y me queda un poquito de poder, pero necesito que te alejes de mí. No me perderás de vista, tan solo lo justo para que tu influjo no me agote aún más.
La Desidia obedeció. A medida que se alejaba el Hacedor notaba como sus fuerzas se reponían ligeramente. Se concentró e imaginó como de hermosa podía ser la Desidia, pero su mente estaba en blanco desde hacía mucho tiempo, su capacidad de crear parecía haber muerto. —Claro. —Pensó en la Inspiración y quedó sumido en una profunda tristeza. Sin ella era un completo inútil, ya no podía seguir llamándose Hacedor de Historias.
—¿A qué demonios esperas? No eres más que un charlatán.
La joven regresó y se tumbó a su lado. Tanta proximidad lo dejó totalmente hastiado, desmotivado hasta el punto que incluso respirar le suponía un esfuerzo sobrehumano.
—Vas a matarme, ya te lo dije, estoy débil. Sólo soy incapaz de cumplir mi promesa. Necesito de ayuda, pero por favor… por favor apártate de mí.
—¿Qué necesitas?
—Tu tono es de incredulidad. ¿Porque te habría de engañar? Soy tu tío y te quiero. No muy lejos de aquí, encerrado en los sótanos, aún queda uno de mis personajes.
—¿Y por qué lo encerraste? No hay que ser demasiado lista para darse cuenta de que todo esto no es más que una encerrona.
—Demasiado poderoso, demasiado malvado, pero mientras esté encadenado es inofensivo.
—¿Y él puede hacerme hermosa?
—Ella.
—No me importa su género, solo quiero restregarle por los morros a mis hermanas todas sus burlas. Quiero que a la Envidia se la lleven los demonios al verme y que la Vanidad baje de su pedestal para besarme los pies.
—Muy bien, entonces déjame hacer. Lo primero es que te alejes de mí lo máximo posible, apenas puedo andar.
El Hacedor de Historias se irguió de forma penosa y casi se arrastró escaleras abajo hasta llegar a los sótanos, la Desidia lo seguía de cerca.
—Yo no tengo fuerzas para abrir la puerta, debo pedirte una última cosa, hazlo tú por mí.
—¿Acaso me ves la cara de idiota? No tengo ninguna intención de hacer eso, permaneceré detrás de ti tal como me lo has pedido, a una distancia “prudencial”.
El Creador descolgó una enorme llave de la pared, el peso lo hizo caer de rodillas, tal era la debilidad en la que se encontraba. Consiguió tras un rato girar tres veces la cerradura hasta escuchar el “clic” con que se avisaba que la puerta estaba abierta. Tuvo que recobrar el aliento, miró suplicante a la Desidia.
—No tengo fuerzas, juro que no tengo fuerzas para empujar semejante portón, necesito de tu ayuda.
La desaliñada muchacha miró la enorme puerta de acero, por ella podría entrar (o salir) un auténtico coloso. Aquello la puso muy nerviosa, más era más fuerte su deseo de pavonearse ante sus hermanas que la prudencia que le aconsejaba su cabeza.
—¡Aparta!
Cuando pasó por su lado el autor se sintió desfallecer lo que no impidió que en su rostro se dibujara una sonrisa al verla empujar la puerta. Quedó boquiabierta al ver lo que allí había encerrado. Unos ojos brillantes que parecían lanzar rayos los miraban a ambos. Tras el primer sobresalto la joven se tranquilizó al comprobar que el enorme monstruo estaba sujeto a la pared por gruesas cadenas. Era una gárgola de piedra, con unos dientes tan desproporcionados en tamaño que se asemejaban a estacas. Replegadas en su espalda unas alas que, aunque de una envergadura apabullante, parecían ser completamente incapaces de hacer que semejante ser alzase el vuelo.
—¿Qué mierdas queréis? – Gritó aquel ser a los recién llegados, su tono era poderoso, pero de un timbre embaucador capaz de
relajar a sus interlocutores y hacerles bajar la guardia pese a su maligna presencia.
—Tu amo asegura que puedes hacerme hermosa.
—¿Mi amo? No me hagas reír. Despedazaré a ese cretino en cuanto se me presente la ocasión, pero no tengo nada en tu contra. Y sí, es cierto, puedo hacerlo.
— ¿Y a qué esperas?
—Todo tiene un precio y el mío siempre es muy alto.
—No estás en condiciones de negociar. ¡Obedece o iré a por un mazo y te haré pedazos!
La Desidia comprobó que la gárgola estaba totalmente inmovilizada. Aquella cosa podría destrozarla fácilmente de un solo zarpazo.
—Está bien, pero ser hermosa supone un gran esfuerzo. Tendrás que emplear mucho de tu tiempo en cuidarte y arreglarte. No te veo capaz de llevarlo a cabo, tienes pinta de no ser demasiado activa.
—Estoy segura de que podrás subsanar también eso.
—Muy bien, trato hecho, deseo concedido.
En ese mismo instante la Desidia quedó convertida en una escultura de mármol de una belleza sin igual. La gárgola no pudo reprimir una risa que fue en aumento hasta convertirse en carcajadas.
—Ja jajaja, tu belleza será eterna y no tendrás que mover un dedo para mantenerla. Ya te dije, estúpida, que todo tiene un precio. —Dirigió sus ojos de fuego al Creador. —¿A qué has venido maldito?
—Necesito tu ayuda. —Se desplomó agotado sobre las frías piedras del piso de la mazmorra.
—Tú mejor que nadie deberías saber que no es buena idea pedirme ayuda, acabas de ser testigo del porqué.
—Créeme que no lo haría de no estar desesperado, pero eres lo único que me queda. He hecho algo horrible.
—¿Más horrible que encerrarme aquí dos siglos sin poder alimentarme?
—Has podido saciar tu apetito con esa infeliz. —Señaló a la estatua de mármol. —Te liberaré si prometes ayudarme.
—Te destrozaré en cuanto lo hagas.
—¿Matarías a tu creador?
—No lo dudaría.
—Necesito que me escuches.
—Soy todo oídos. —La gárgola alzó sus enormes orejas. —Vas a tener que ser muy convincente y conmigo no te servirá la palabrería. Recuerda que también yo me sirvo del engaño, que para hacer daño es la mejor de mis armas. Es por medio de palabras cómo embauco a los incautos y me trago sus almas. —Miró a la malograda Desidia. —Aunque con algunos no resulta demasiado complicado. ¿Quién era esa idiota y porque la has sacrificado? Seguro que confió en ti y mírala ahora. ¡Habla pazguato! Y mucho cuidado con intentar engañarme.
El monstruo de piedra observaba al Hacedor de Historias que permanecía de rodillas, cabizbajo, postrado a sus pies en actitud suplicante.
—¿Qué opináis vosotros dos de todo esto? - Esperó un buen rato, pero como única respuesta el silencio. —¡Maldita sea! sois como cotorras cuando os viene en gana y ahora, que por una vez os pido consejo, calláis como conejos asustados escondidos en su
madriguera. Mas os vale que no me obliguéis a entrar a buscaros como una comadreja hambrienta. ¡Salid de una vez de mi cabeza!
Criando Malvas respondió por fin, pero con voz titubeante. Sabía que dijese lo que dijese acabaría siendo la diana de la ira de la gárgola.
—¿Qué puedo decir que no sepas? —Darle la razón al monstruo de piedra era, de lejos, siempre la mejor opción, al menos así es como pensaba el cobarde de Criando Malvas. —No debes fiarte del Creador, es un manipulador y un embustero.
—Ahora tienes delante nada menos que al Creador esperando que le hinques el diente.
Era Eskatologiko el que ahora hablaba. —Acaba con tu ayuno. Dos siglos es demasiado tiempo, mírate, te estas desquebrajando, un soplo de viento podría hacerte pedazos. ¡Trágate a ese desgraciado!
El monstruo lo rumió un rato. Miró al Creador, jamás imaginó encontrárselo tan vulnerable. Doscientos años esperando esta oportunidad y ahora dudaba.
—Si quieres mi ayuda primero tendrás que liberarme. ¿Cómo conseguiste encerrarme aquí? No lo recuerdo, pero estoy segura de que ni siquiera tú tienes suficiente poder para hacerlo.
—Te equivocas, yo lo puedo todo. —Corrigió. —Bueno, podía… — Suspiró he intentó continuar sin que lo consumiera la pena. —…podía hasta que la Inspiración me abandonó. Sobre ella no tengo ningún dominio y sin ella… Bueno, ya ves el despojo en el que me he convertido.
—Si no fuiste tú dime quién lo hizo para que pueda buscarlo y hacerlo pedazos.
—Nadie lo hizo, tu encierro es voluntario, producto de tu cobardía.
La gárgola dio un tirón de sus cadenas y el Hacedor de Historias temió que derribara los muros de la celda. Respiró aliviado, paredes y grilletes resistieron el tremendo envite.
—¿¡A quién llamas cobarde, insecto nauseabundo!? De no estar sujeta te aplastaría como a la cucaracha que eres.
—En aquel barco solo moraba la muerte. Wallizard te retó y salvó a sus marineros de la tormenta. Decidiste que debías castigar su osadía y mandaste la calma chicha. Después de cuarenta días sin agua ni comida los camarotes se llenaron de cadáveres y tú volviste para regocijarte en tu triunfo. Desde el primer encuentro sentiste admiración por la determinación de la falsa capitana. En realidad, regresaste para salvarla. Bien es cierto que más tarde la engañaste con un ridículo cuento. No es un caso aislado.
—¡Paparruchas! La muerte no era suficiente castigo para ella. Ahora el destino de la "capitana palangana" está ligado al mío. En nuestro siguiente encuentro veremos quien se ríe de quien.
—Si me ayudas podrás tener tu revancha.
—No te necesito para eso ni para ninguna otra cosa. Aun no me has respondido. ¿Quién es el responsable de mi encierro?
—¿Quieres que te recuerde al caballero negro? Él ya te derrotó una vez.
—¡A mí nadie me vence y mucho menos ese advenedizo!
—¿Entonces no es cierto que fue él quien te condenó a estar recluida en la fachada de una catedral sin poder abandonarla más de unas pocas semanas cada 50 años?
—¡Hizo trampas! Algún día descubriré que treta fue la que empleó.
—Y, aun así, aún después de semejante humillación, le perdonaste la vida cuando tuviste la ocasión de vengarte.
—¡Me alimenté de su sufrimiento! ¡Así es como funciona este juego! Muertos, ni "la palangana" ni el "memo" me servían de gran cosa.
—A otro con ese cuento. ¿Qué me dices de la niña? —El silencio del monstruo era la mejor prueba de que por fin había presionado la tecla correcta. —Te emocionaste al sentir el cariño de Ayla. Es difícil imaginarte en plan "madraza" contando cuentos a aquella niña pequeña. En tu interior algo cambió cuando aseguró a su abuela que eras su amiga. Cómo todos, ante tu presencia la anciana estaba horrorizada pero no la nieta. Ella estaba encantada con tus historias.
Ternura es lo que sentiste y cuando fuiste consciente de ello te pudo el miedo. Por primera vez en cientos de años te supiste vulnerable. Miedo, miedo de tus sentimientos, miedo de asemejarte a esos de los que te alimentas, a esos que tanto detestas. Miedo de parecerte a los humanos.
—¡Patrañas! ¡Patrañas! ¡Patrañas!
—Regresaste a tu catedral y en ella continuas, pero no quieres ver, no deseas escapar porque temes ser débil.
—¡No lo escuches, pretende manipularte! —Gritaron al unísono sus dos voces interiores.
—¡Calla, calla, calla, calla…!
—Da un paso adelante. Le ordenó.
—¡No puedo maldito y lo sabes!
—¿Y si te digo que la niña sigue viva? Que la pequeña Ayla corre un grave peligro.
Las orejas de la bestia se irguieron tiesas, como las de un perro que acaba de oler a su presa.
—Mientes... eso es imposible, yo vi su tumba.
—¡Trágate a ese desgraciado! La niña no puede estar viva, por algún motivo el Hacedor pretende engañarte. Sé más lista que él, deja que te libere y entonces… —Eskatologiko era la "conciencia" perversa de la gárgola.
—No voy a engañarte, mi imaginación está tan seca que no soy capaz ni de idear mentiras. Ayla está viva. No debiste de haber visto aquella tumba, te entrometiste en una historia que no era la tuya. ¿Qué es el tiempo en mi mundo? Tú siempre repites como un loro que es relativo sin tener claro de lo que hablas, y es cierto que lo es. Aquí mil años no son nada, pero por desgracia eso dejará de ser así si no detengo a mi hermano.
—Síguele el juego, acepta lo que te ofrece. En cuanto seamos libres será una presa fácil. — Fue el turno de Criando Malvas, su "conciencia" traicionera y mezquina.
—Eres mi creación. ¿Crees que no escucho tus conversaciones con esos dos, con tus “amigos”? También ellos son mi obra. Ayúdame a recuperar a la Inspiración antes de que mi hermano la encuentre.
—¿Insinúas que no somos otra cosa que marionetas? ¿Entonces por qué simplemente no me obligas a obedecerte?
—Sois libres, desde que la Inspiración se fue ya no puedo idear historias ni moldear vuestros destinos.
—Entonces de ninguna de las maneras me interesa ayudarte a encontrarla.
—Da un paso adelante.
—¡No puedo maldito y lo sabes!
—A ella la convertiste en mármol sin mayor problema. Ninguna cadena es capaz de retenerte si tu no lo quieres. Haz un esfuerzo y recuerda.
—Estoy desmotivada, no tengo ganas. —El Creador se giró hacia la estatua de la Desidia. Aun en ese estado su influjo seguía presente e impregnaba incluso al monstruo de piedra.
Reunió sus últimas fuerzas y le ordenó de viva voz. —¡Da un paso al frente, maldita sea, obedece!
Las cadenas se hicieron añicos y la catedral surgió del piso de la mazmorra en todo su enorme esplendor destrozándola. Desde lo más alto, en una cornisa de la fachada, la gárgola miró al Hacedor que en el suelo tan solo era un punto negro.
—¡Un paso al frente! – pudo escucharlo perfectamente pese a la distancia. Avanzó y se dejó caer. El Hacedor notó un temblor cuando el enorme monstruo de piedra cayó sobre sus patas que soportaron el tremendo impacto sin resentirse lo más mínimo.
—Eres libre, ahora tú decides.
—Desahógate, hazlo pedazos. —Le dijo Eskatologiko.
—Está a tu merced, acaba con él. —Le susurró Criando Malvas.
La gárgola levantó una de sus zarpas de la que surgieron unas afiladas uñas, el Hacedor se hizo un ovillo y esperó. Descargó su mortal golpe, la Desidia se hizo añicos y su influjo desapareció definitivamente. El Hacedor seguía inmóvil, tiritando de miedo. La gárgola inspiró con fuerza hasta absorber todos sus
remordimientos, toda su angustia. Ahora, con el estómago lleno, se sentía poderosa de nuevo. El Creador alzó la cabeza y la miró suplicante.
—Ayúdame te lo ruego, salva también al Narrador, a mis personajes, no permitas que mi hermano encuentre a la Inspiración.
—Solo me interesa la niña, el resto que se busque la vida.
El Creador volvió a agachar la cabeza apesadumbrado.
—Está bien, sálvala al menos a ella.
El monstruo refunfuñó. Desplegó sus enormes alas, tomó carrerilla e intentó en vano alzar el vuelo.
—¡Mierda! —Pensó. Tenía que encontrar un lugar más elevado para poder despegar, caminó hasta unos cascotes, vestigios de lo que fue su prisión y desde lo alto (ahora sí) se elevó.
El Hacedor la siguió con la mirada hasta que fue solo un punto en el horizonte y desapareció. La Desidia estaba muerta y se sintió un poco mejor, pero seguía muy débil. Se tumbó en el suelo boca arriba con los brazos en cruz. La menor de las hermanas ya no lo influía, pero saber que todo estaba en manos de un monstruo esquizofrénico lo desanimaba terriblemente.
Ya muy lejos de allí, el Reverso Oscuro notó como su hija dejaba de existir y maldijo. —¡Estúpida inútil, ni para vigilar a un medio muerto sirve!






La capitana palangana.

El que aquella mole de piedra maciza pudiera volar era algo tan increíble cómo su propia existencia. Una vez que alcanzó suficiente altura aprovechó las corrientes para planear como lo haría cualquier ave. Sus alas eran de una envergadura inverosímil, cuadruplicaban la extensión de su cuerpo (prescindiendo de su larga cola, semejante a la de una lagartija, pero robusta y acorazada como la de un cocodrilo). Parecía salida de un cuento de hadas, majestuosa como un dragón e igual de temible. Después de absorber la esencia de la Desidia no le fue difícil encontrar el rastro de sus hermanas. Su olfato era capaz de seguir un olor a través de miles de kilómetros de distancia. Podría alcanzar a la más próxima en unas pocas horas. Ambas se movían despacio pero se encontraban en lugares opuestos del globo. Se aferraba a una esperanza sin sentido, recordaba perfectamente el aroma de la pequeña Ayla. De estar viva la hubiera detectado sin importar lo lejos que se encontrara. No tenía ni idea de a quien estaba persiguiendo, sólo le movía la remota posibilidad de que, fuesen quienes fuesen, tuvieran la información de la que ella carecía y la condujeran hasta dónde se encontraba la niña. Claro está, que ello dependía de que el Creador de Historias no le hubiera mentido, posibilidad muy a tener en cuenta.

- ¿Te embebiste el entendimiento? No he comprendido ni una palabra. ¿Qué es lo que buscamos? Parece mentira que después de todos estos siglos aun te fíes de ese energúmeno. Lo tenías postrado, en tus manos y no hiciste nada. ¡Nada! Salvo dejar que te engañe con uno de sus bulos y aquí estamos, persiguiendo fantasmas. - Criando Malvas nunca dejaba de quejarse y eso enervaba al monstruo de piedra. Tenía prisa por alcanzar a su objetivo y pocas ganas de discutir. En lugar de descargar su ira sobre él (que era la forma de aliviar tensiones de la que más se servía) lo ignoró.
- Solo hay una cosa en la que ese cretino no te mintió. - Eskatologiko era más de meter el dedo en la llaga. - Te estás volviendo débil. ¿Que cojones nos importa si la mocosa está viva o no? Estás jodiendo todas las normas, no solo has dejado escapar al Creador, sellaste un trato con esa humano para luego romperlo y hacerla pedazos. Nunca antes habías incumplido un acuerdo.
- Ahora, que nadie os lo pide sí que habláis por los codos, parecéis loros. Busco a la niña, a una amiga de verdad. No como vosotros dos que no sois más que un cáncer producto de mi soledad. En cuanto a esa que transformé en mármol…eso no era humano y por lo tanto no cuenta. Además…¡Hago lo que me viene en gana, así que a callar!
Criando Malvas obedeció pero Eskatologiko no era tan fácil de silenciar.
- ¿Amiga? ¡Por favor, si solo era una niña pequeña! Un par de horas en su compañía y te crees tus propios cuentos de hadas. Tú eres malvada y tus historias malsanas. ¿Qué podía entender esa mocosa? No debía de regir demasiado bien de la cabeza. A cualquiera en sus cabales tus relatos, tu sola presencia, le hubieran producido pesadillas de por vida. Seguro que fue eso, seguro que pensó que estaba soñando y ahora, en cuanto la encuentres (si es que realmente está viva, cosa del todo imposible) saldrá aullando, corriendo, llorando y moqueando horrorizada a esconderse en el primer agujero que encuentre. Solo tienes unas pocas semanas antes de que tengamos que regresar a la catedral, no pierdas tan valioso tiempo en tonterías. Debemos de buscar alimento para poder pasar los próximos cincuenta años que nos aguardan.
- ¡Estoy harta, cansada de ese maldito lugar! - La gárgola fue incapaz de contener por más tiempo su disgusto. -  ¡No regresaré jamás! Tengo mil años y de ellos he pasado 980 en la asquerosa fachada de ese dichoso edificio sin hacer nada, imaginando vivir las vidas de otros para no enloquecer, hablando sola. Ni tan solo puedo dormir, soñar, apaciguar la soledad adentrándome en el reino de Morfeo. ¿Sabes? No siempre me habéis acompañado, aparecisteis hace siete siglos. Estuve trescientos años en el más absoluto silencio, tan solo truncado durante unos pocos días cuando hablaba, cuando embaucaba a mis presas para devorar sus almas.
- Pero así es como debe de de ser, ese fue el trato con el caballero negro.
- ¡No me menciones a ese mal nacido! – El monstruo de piedra montó en cólera, sus ojos comenzaron a arder. Las llamas se extendieron por todo su cuerpo hasta quedar transformada en una auténtica bola de fuego que surcaba el cielo a toda velocidad, semejando un meteoritbo. Por una vez Eskatologiko sintió miedo y se tragó las palabras. - Ya escuchasteis al Hacedor de Historias, ahora soy libre. No, no regresaré nunca más a esa prisión. Puedo disponer de mi tiempo a mi antojo. – Rió a carcajadas. – Soy libre jajaja, la la lalalala. – Recordó las palabras del Creador y se le quitaron las ganas de cantar.
- “Sentiste admiración por la determinación de la falsa capitana, también te avergonzaste en su momento de tener compasión por el caballero negro. Te emocionaste al sentir el cariño de la pequeña Ayla mientras le contabas historias y en tu interior algo cambió cuando le aseguró a su abuela que eras su amiga. Por primera vez en cientos de años te notaste vulnerable y tuviste miedo. Miedo de tus sentimientos, miedo de asemejarte a esos de los que te alimentas, a esos a los que tanto detestas. Miedo de parecerte a los humanos.”
Repudió aquella posibilidad echando mano de sus "aptitudes". - ¿Parecerme a los monos? ¡Menuda tontería! ¡Yo soy poderosa, eterna y ellos unos animalillos débiles, cobardes y caducos! ¿Admiración por Wallizard,  por esa trastornada? ¡Paparruchas!
Aunque tendía a las divagaciones, a confundir épocas y situaciones, tenía bastante fresca en su mente aquel primer encuentro con la que ella mismo bautizó como “ la Capitana Palangana”.

¿Cómo llegar a buen puerto sorteando arrecifes y acantilados en medio de la madre de todas las tormentas? Eso se preguntaba la capitana del navío mercante que se balanceaba a merced de las enormes olas, como si en vez de  un bajel se tratara de una miserable cáscara de nuez. Hambrientos, los tiburones esperaban el tributo que les ofrecía el Dios Poseidón.
Amarrada por gruesas sogas al timón, la capitana capeaba el temporal con bravura amenazando con dejar en ayunas a los escualos.
Todo acabaría para ella y su tripulación si no conseguía virar la quilla en contra del viento, maniobra harto osada, pues en la operación brindaría el costado a las olas con el consiguiente peligro de zozobrar. Y así, flirteando con el desastre, pasaron las angustiosas horas nocturnas. Amaneció pero las negras nubes no dejaban pasar los rayos del sol por lo que parecía continuaba en las tinieblas de una noche cerrada.
Se preguntó qué sucedería si el mundo se acabara esa misma noche.
Hacía tiempo que no se planteaba una cuestión de semejante gilipollez porque, evidentemente, si el mundo se acababa ya no habría tiempo para hacerse ningún tipo de pregunta.
Lo que sí que tenía claro es que dos más dos son cinco.
¿Por qué se le pasó por la cabeza tamaña tontería en un momento tan dramático? Sin duda debía de estar perdiendo el ceño. Eso era algo que no se podía permitir, 65 almas dependían de su pericia, sus marineros confiaban en su capitana.
Un rayo iluminó durante un segundo la cubierta y a Wallizard le pareció divisar una extraña figura en lo más alto del mástil central. La lluvia era tan intensa que le impedía ver con claridad más allá del timón. Un segundo rayo y un tercero, aquella cosa permanecía inmóvil sobre el palo mayor y lo más inquietante es que la miraba fijamente con unos ojos que parecían irradiar una luz malévola.
Pese al ensordecedor ruido de la tormenta y el trecho que la distanciaba de aquella especie de gárgola, pudo escuchar nítidamente lo que le dijo.

- ¡Dos más dos son cuatro ceporra! ¿Cómo narices has llegado a capitana?

Hacía tiempo que ella vivía un engaño y había arrastrado a sesenta y cinco marineros hacía la muerte.
Les había prometido ron, oro, sexo y montones helados de fresa, sabor que ella detestaba pero que nunca se lo diría a nadie.
No había marcha atrás cuando se encontró en medio de esa maldita tormenta.
Temblorosa había tomado una determinación, si cerraba los ojos todo desaparecería, estaba segura.
Otros ojos, tan amenazantes como diabólicos, la miraban desde el mástil. Era Magenta, la gárgola traga almas.
Walllizard tembló aunque consiguió mantener el aplomo. ¿Cómo demonios había llegado aquella cosa a su barco a aquellas horas de la noche. ¿O ya era de día).
Miró lo que en tinieblas apenas era una sombra y le contestó sin titubear. - ¿Y qué cojones querías que hiciera...o me hacía pasar por capitana de barco, o me hacía pasar por molinera? Así que, sutilmente, le robé el certificado que le asomaba de un bolsillo a un viejo capitán que dormía la mona en una taberna... ¿Qué porqué lo hice? Esto ya es otra historia.
- Jajaja, la picara molinera. ¡Que puñetera! Mira lo que conlleva la mentira, lo que tu incompetencia acarrea. He venido a llevaros conmigo al infierno que más detestas. Te espera una eternidad de aroma a fresa y menta.
- ¡Qué asco! Helado de fresa. ¿No te has preguntado alguna vez porquÉ le llaman sabor a fresa cuando en realidad no tiene nada que ver con el de verdad? Yo si que me lo he preguntado, constantemente, en más de una ocasión me ha robado el sueño y todo.
La capitana cerró los ojos, soltó el timón y dejó que el barco tomara sus propias decisiones. El monstruo de piedra no podía dar crédito a lo que estaba presenciando.
- Cerrar los ojos y negarlo no te ayudará a salir de esta. - Comenzaba a irritarse, notaba como su cuerpo se calentaba de forma peligrosa. Si estallaba en cólera podría incendiar la nave y dar al traste con sus intenciones. Se tranquilizó como mejor pudo y continuó con su plan.
- Nos lo podemos jugar a los dados o puedes darme algo a cambio para que yo altere lo rancio del inevitable desastre.
La tormenta no amainaba, muy al contrario, el viento y la lluvia habían alcanzado las dimensiones de auténtico huracán. La madera crujía y el palo de mesana se partió como si de una frágil ramita se tratara. Las olas inundaban la cubierta arrastrando y arrojando por la borda todo lo que se cruzaba a su paso. Wallizard estaba bien sujeta por gruesas cuerdas al timón, pero las envestidas del oleaje parecía que le arrancarían las extremidades en cualquier momento.
- Fíjate bien, por fin te acercas a tierra. - Dijo Magenta ahora ya con la voz más tranquila. Wallizard no podía verlos, pero los arrecifes asomaban sobre las olas como dientes de un titánico cocodrilo. Tenía que virar como fuese, alejarse de la costa hasta que pasara aquel diluvio o se estrellaría contra las rocas. Entonces reparó en que, salvo ella, no había ningún otro en cubierta. Nadie se ocupaba de mantener en su sitio el velamen, nadie achicaba el agua que comenzaba a inundarlo todo. La nave parecía un buque fantasma.
- ¿Dónde está mi tripulación, que hiciste con ellos demonio?
- Duermen el sueño de los justos.
- ¿Los mataste arpía?
- Demasiado ron, roncan despreocupados. Si llegáis a mañana el mar y tus hombres compartirán resaca. Pero no creo que lo vean tus ojos. - El barco se dirigía irremisiblemente hacia los afilados peñascos.- ¿Que me dices, hacemos un trato?
- ¿Qué es lo que me ofreces?
- Tu vida por la de tus marineros.
- No sé... nos debemos de estar volviendo locos. ¿No crees? Espero que no te tomes una impresión equivocada de mí, no estoy desvariando para evitar la difícil decisión de tener que elegir entre mi vida o la de mi tripulación. La decisión está tomada, ante todo son mi responsabilidad y les prometí que velaría por el bien común. Lo sometería a votación, más como ningún otro se ha presentado a la asamblea y yo ya he depositado mi voto... Que mueran ellos.
- Muy bien, trato he...
- ¡No, no, espera..! A veeeer... - Comenzó a contar valiéndose de los dedos. - ¡No me parece justo! Yo te entrego 65 y a cambio solo recibo uno. ¿Que tipo de trato es ese? A lo menos... ¡Tú debes de ser banquero! ¿Que tal si te cuento una historia y nos dejas marchar a todos?
- ¿Una historia? Ahora eres tú quien insulta mi inteligencia.
- ¡Qué asco! - Exclamó la capitana. - ¿Para qué seguir esforzándome si de todos modos acabaré ahogada? Me entró sueño, mejor daré una cabezada.
La gárgola no podía salir de su asombro, la muerte le estaba echando el aliento en el cogote y a aquella zángana no se le ocurre otra cosa que echarse una siesta. El ser de piedra gritó colérico.
- ¡DESPIERTA CRETINA!
Wallizard entre abrió el párpado derecho y miró de reojo a Magenta. Volvió a cerrarlo enseguida y simuló dormir.
- ¡Está bien! Si esa historia es de mi gusto quizás... y solo quizás, me rumie una nueva oferta.
- No sé, te ves muy vieja para cuentos. ¿Es así... o es al revés? ¡Eso..! ¡Cuentos de vieja... jajaja! ¿O no..? Ummm, espera que me lo piense.
- ¡Pues no me ha llamado vieja la muy pendeja! ¿Qué importa la edad? Cuando naces sueltas amarras y empiezas a navegar. Lo que dejas atrás siempre es menos emocionante que lo que viene por delante. Lo desconocido nunca es aburrido, pero sin caer en el miedo, (¿o sí?) debe respetarse. Ya lo dijo un tipo (bueno, lo dirá) “el tiempo es relativo”. Realmente creo que solo envejeces cuando caes en el olvido, cuando nadie repara en tu presencia (o en tu ausencia) y aquí me tienes, atormentándote en mitad de la tormenta, exigiendo tributo, mi renta. Magenta te tienta con una oferta. ¡Permanece despierta joder! Que esto no es cosa de broma.
Aquello fue más de lo que la gárgola estaba dispuesta a soportar.
- ¡Despierta y atiende a no ser que prefieras que sea yo quien baje! No se porqué soporto tamaño desdén, me están entrando ganas de abrirte en canal y ahorrarle el trabajo a la tormenta.
- ¿Eh, qué, qué... - Se frotó los ojos antes de desperezarse de forma escandalosa. - Uffff, me quedé dormida en el peor de los momentos para hacerlo. ¡Meca! No sé que ha sido de mi tripulación, quizás se escondieron porque querían jugar al pilla-pilla. No...no creo...espera...empiezo a recordar...¡Magenta! - Su cabeza de chorlito no era capaz de idear una nueva estrategia que le procurara un poco más de tiempo. - ¿Y si mi historia no está a la altura de lo que desea esa cosa?  ¿Me perdonará la vida y que el diablo se apiade de la de mis marineros..?  - La lluvia en su cara, aun siendo un diluvio, no fue suficiente para que se pudiera desprender de su incredulidad al descubrir que aún existía alguien que hablara en prosa, o en verso, o en qué se yo. - Será de otro universo. - Pensó. - Quizás....o tal vez sea tan vieja que la pobre no pueda enmascarar su fatal edad.
Me haré la dormida otra vez para perfeccionar un plan de ataque contra esa endemoniada criatura.
Entre abrió de nuevo un ojo, ahora el izquierdo. Podía ver la sombra de la gárgola moverse nerviosa encima del mástil, notaba su impaciencia.
- Veamos. - Se dijo entre bostezos. - Tal vez si consigo un hacha y corto el mástil...  pero eso es muy cansado...no sé....tal...vez...debería...de...
( A punto estuvo Morfeo de atraparla en sus brazos.) Como un fogonazo le llegó la idea que tanto llevaba esperando, pero para llevarla a buen término debía de encabritar un poco más a la gárgola.
- ¿Magenta? - Las carcajadas de la capitana se sobrepusieron sobre el estruendo de los truenos. - ¿Que clase de nombre absurdo es ese? ¿Cómo pretendes que alguien te tome en serio? ¿Tienes familia? Ja,ja, esperaremos juntas a que amaine la tormenta para poder saludar al arcoiris. Azul y violeta son simpáticos, pero naranja y amarillo dejan mucho que desear. ¿En qué lugar de la jerarquía quedas tú? Por lo gruñona y resentida, seguro que en lo más bajo. - Volvió a fingir que se quedaba dormida y esperó entre sonoros ronquidos.
No fue un relámpago, los ojos del monstruo se incendiaron (literalmente) de odio y por unos segundos pareció que la luz del sol atravesaba las nubes y lo iluminaba todo con una claror que, de no haber tenido cerrados los ojos, bien podrían haber dañado seriamente la vista de Wallizard. De nuevo volvió a saltar de un mástil a otro sin orden ni concierto, era el momento que la capitana estaba esperando. Giró el timón violentamente justo en el momento en que el ser de piedra tomaba contacto con el palo de mesana. Aquello la hizo perder el equilibrio y extender sus enormes alas para no caer. El cuerpo del monstruo hizo de contrapeso durante el inesperado cambio de rumbo evitando que la nave zozobrara. Las alas también sirvieron como una barrera eficaz contra el viento que podría haber rasgado las velas.
Contra todo pronóstico, la falsa capitana consiguió eludir a la muerte. Se alejaba de la costa, del peligro y ponía rumbo a mar abierto. A lo lejos se apreciaba donde acababa la tormenta y asomaban tímidamente los rayos del sol. La gárgola montó en cólera y la capitana soltó una poderosa carcajada que pudo escucharse sobre el estrépito de las olas.
- ¿Y ahora qué? Te quedaste sin nada. - Wallizard retaba a la gárgola con mirada burlona, eufórica, pletórica de felicidad.  ¡Había ganado!
- ¡Ahora nada maldita! Ya veremos si ríes cuando te enfrentes a la calma chicha, cuando tu lengua seca e inflamada implore agua con la que refrescar tu garganta. ¡Nadie se burla de mi! Veremos a quien hacen responsable tus marineros del futuro desastre. Esos a los que ahora salvaste, te colgaran del palo mayor cuando no quede a bordo una rata a la que hincar el diente, cuando no tengan ni una sola gota de agua, salvo la del infinito mar.
Wallizard se alegró de ver por fin la luz del día, los rayos del sol calentaban su empapado cuerpo. El barco quedó quieto, las velas se desinflaron, de repente ni un soplo de viento. Magenta miró a la capitana e hizo una mueca parecida a una sonrisa.
- Regresaré de aquí a unos días, veremos si aún te sigues riendo. - Se alejó volando hasta que tan solo fue un punto en el cielo y desapareció como si se hubiera tratado de un mal sueño. Wallizard escuchó a su espalda a sus marineros que subían a cubierta desde los sollados.
- ¿He ganado? - Se preguntó. - Demasiado fácil – pensó y empezó a cavilar la estrategia a seguir para cuando la gárgola regresara. La nave no se movía, tal como amenazó Magenta, estaban abandonados en mitad de la calma chicha.
Miró a su alrededor, la inmensidad del mar le dio escalofríos. ¿Cómo podía haberse alejado tanto de tierra firme en tan poco tiempo y dónde narices se encontraba? Corrió a su camarote en busca del cuaderno de bitácora, debía de apuntar en él todo lo ocurrido antes de que se olvidara, eso sería al cabo de no más de tres minutos.

Tal vez se perdió en el triángulo de las Bermudas. Tal vez se encuentre en alguna taberna bebiendo ron mezclado con aguarrás, comentaban en los tugurios de todos los puertos del Pacifico. ¿Que pasó con la ·Capitana Palangana? Simplemente... ¡Puf! Se desvaneció, se diluyó en el mar como el azúcar en el café.
Y el tiempo se convirtió en olvido y el olvido se transformó en lo que es, en nada.
Mucho después apareció una noche nublada en el tugurio más infame de las Islas Tortuga, con la ropa maloliente y sin planchar. Los presentes nunca le perdonarían tamaña falta de educación, pero a ella eso poco le importaba.
Sacó su catalejo y las personas que le rodeaban se hicieron más pequeñas si cabía.
¡Eureka! se estaba colocando el instrumento en el sentido inverso.
Ante tal situación bochornosa lo tiró al suelo con ira, sonrió a los parroquianos y, con cierto gesto de burla, los obsequió con una reverencia.
Ante tanto despropósito se aferró a lo único que nunca le falla a un capitán como ella, su cuaderno de Bitácora.
Al abrirlo un gritito estúpido se escapó de su garganta.  Las páginas 12 hasta la 49 se habían esfumado como por arte del diablo. Un nombre se apresuró a invadir sus inquietudes.
- ¡Magenta, me las pagarás! - La escucharon mascullar los presentes mientras escupía sobre el suelo para luego se alejarse a nado en aquel mar estúpido que se burlaba de sus desgracias.






Historias olvidadas.

El ensordecedor rugir de unos motores la sacó de sus ensoñaciones. Una voz metálica le ordenaba aterrizar por medio de un potentísimo megáfono. La gárgola giró hacia ambos lados su enorme cabezota para comprobar como la escoltaban dos cazas de a saber qué puñetero ejército. Miró a través de las cabinas, trás los negros cristales de los cascos pudo adivinar la incredulidad en los rostros de los pilotos. En los últimos doscientos años estos estúpidos humanos habían progresado demasiado para su gusto. No esperaba toparse con artefactos como esos.
- ¿Libre? ¡Jajajaja. – Era Eskatologico quien se carcajeaba. - Parece que los monos por fin pueden plantarte cara. ¿Qué harás ahora?
- Lo que siempre he hecho. ¡Mandarlos al infierno!
Dio un inesperado quiebro y embistió al avión de su derecha. De un zarpazo le destrozó uno de los motores. El aparato caía en picado. La cabina se abrió y su ocupante salió despedido, un paracaídas, comenzó a descender suavemente. La gárgola buscaba por el cielo al otro reactor.
- ¿Dónde demonios se ha metido ese cacharro? - Ni lo vio venir, apenas pudo esquivar el misil en el último momento. Por suerte para el monstruo su cuerpo no desprendía calor…Salvo cuando se enojaba y de sus ojos surgía todo el fuego de su ira. La pobre estúpida había pasado los últimos 200 años ciega de todo lo que pasaba, desconocedora de cuanto había evolucionado y cambiado el mundo. No podía ver a su enemigo, eso la irritó hasta el punto de comenzar a incendiarse de pura rabia.  El misil la detectó y giró su trayectoria para, esta vez si, alcanzarla de lleno.
Mientras caía al vacío girando sin control pensaba en cuando los estúpidos humanos intentaban plantarle cara con flechas, lanzas y espadas. Suspiró. - Aquellos si eran buenos tiempos. - Su cuerpo estaba destrozado, había perdido ambas alas y gran parte de uno de sus costados.
- ¡Idiotas! Vuestros nuevos juguetes no pueden detenerme. Se regeneró en menos de lo que tose un tuberculoso y estabilizó el vuelo. Ahora si vió al otro avión.  Era demasiado rápido incluso para ella y no cometería el error de acercarse demasiado. Debía de pensar en algo antes de que le lanzaran otra de esas cosas explosivas. Entonces reparó en el paracaídas.
– Muy bien monos engreídos, a ver lo que hacéis ahora. Se lanzó en pos del piloto derribado alcanzándolo con facilidad. Lo recogió en pleno vuelo. El pobre soldado se aferraba al lomo del monstruo de piedra con todas sus fuerzas para no caer. Con su rehén en la grupa ya no debía de temer al otro artefacto y se dirigió a tierra.
Voló muy bajo por un desértico paraje. Parece que su idea funcionó, con su compañero cautivo el otro piloto no se arriesgó a abrir fuego.
- ¡Por favor quiero bajar! - Escuchó que gritaba aquel cretino mientras se encomendaba a su Dios. Ni rastro del segundo caza, hora de desembarazarse del lastre.
- Deseo concedido. - Dió unos rápidos tirabuzones y el pobre tipo cayó al vació gritando y pataleando. – Buen viaje estúpido.

Había perdido la cuenta de los días que llevaba caminando por aquel paraje desértico sin toparse con nada vivo. ¿Qué podría sobrevivir en un yermo inhóspito como aquel? En el cielo lucía un sol, seguro que abrasador por la intensidad de su brillo. Poco le importaba a la Envidia el frío o el calor extremos, era un cadáver andante que se guiaba por unos sentimientos tan pútridos como sus propias carnes. Aquel parecía un mundo hecho a su medida y sin embargo maldecía su suerte. Seguro que la Vanidad se encontraba en un lugar mucho más agradable, como siempre le tocó la mejor ración del pastel. ¡Zorra rastreara! Qué decir de la Desidia. La imaginó perdiendo el tiempo tan ricamente en el castillo del Creador, rascándose la tiña o hurgando en la nariz en busca de un pedazo de cerebro. Que te consideren una inútil tiene sus ventajas. Sin embargo ella, siempre en medio de sus hermanas, se encontraba en mitad de la nada buscando a unos "segundones" del todo prescindibles. Escupió sobre el suelo, el esputo se evaporó casi al instante quedando solo un resto alquitranado que bien pudiera ser un pedazo de su esófago corrompido. “Tú buscarás a los personajes” le ordenó "papá". ¿Qué tipo de imbécil elegiría un campo de piedras como escondrijo? Ni montañas, ni árboles, siquiera una roca un poco grande en la que ocultarse, tan sólo la inmensidad de la nada. Su instinto la trajo hasta aquí como si dispusiera de una brújula interna que le indicaba la dirección a seguir.
Miró hacia e cielo, el sol siempre estaba en su cenit, nunca oscurecía en aquel endemoniado lugar, así era imposible controlar el tiempo. Le aterró la posibilidad de pasar una eternidad vagando en círculos. Se consoló pensando que incluso eso sería mejor que regresar con las manos vacías y tener que enfrentarse a la ira del Reverso Oscuro.
- ¡MIERDA, MIERDA, MIERDA, MIERDA! ¡Esto parece un decorado de cartón piedra! – De vez en cuando montaba en cólera, más por romper el angustioso silencio que por desahogo. Se sobresaltó, en un primer momento pensó que se trataba de un espejismo, de una mala jugada de su imaginación. No, no era producto de la ansiedad por encontrar algo diferente a la nada. Allí estaba, a quizás menos de una milla podían distinguirse las ruinas de lo que parecía había sido un pequeño pueblo. Corrió frenética sin que el agotamiento del largo viaje lastrara sus pasos. Ella no acusaba cansancio, ni dolor, ni sensaciones como el frío o el calor. Celos es todo lo que albergaba en su pecho corrupto. Celos que parían monstruosos abortos, el rencor, el odio y tantos otros malsanos sentimientos. Pensó que, de encontrar a los huidos, les daría muerte y de esa forma se desquitaría de los desaires y vejaciones con las que "papá" la obsequiaba constantemente. Pero no sin antes someterlos a terribles padecimientos, no sin torturarlos para deleitarse en sus súplicas, en su sufrimiento.
Desechó la idea, nada de lo que pudiera dispensar a sus víctimas sería comparable con el castigo que su padre le aplicaría a ella si lo traicionaba y llegaba a enterarse, y bien sabía que lo haría tarde o temprano.
Su cabeza no dejaba de darle vueltas a esa idea. Necesitaba desfogarse con alguien, fuese animal o persona, más solo habían piedras, siquiera un insecto al que aplastar. Los edificios comenzaban a tomar forma en la lejanía. Aminoró la marcha, de haber alguien allí lo sorprendería y... ¿Quien sabe? Con suerte tendría por fin la oportunidad de desahogar su frustración mediante una buena masacre.

Aquello debió de ser un pequeño pueblo, mucho tiempo de eso por el estado en que se encontraba todo.  Viviendas de madera desvencijadas, la mayoría calcinadas, de las que apenas quedaban algunos troncos ennegrecidos por las llamas.  Solo unas pocas vigas continuaban en pie. El polvo del desierto lo cubría todo, ni rastro de vida tampoco allí. Apartado de las que antaño fueron casas, se erguía un edificio mayor en un estado menos deplorable. Este había sido construido con piedra y parecía haber resistido mejor lo que quiera que hubiera arrasado aquel lugar. Con todo, solo era un esqueleto. Cuatro paredes que parecía cederían en cualquier momento y poco más, eso todo lo que quedaba. El techo se había hundido y los bloques de piedra de las paredes, fundido los unos con los otros por la enormes temperaturas que debieron de soportar. Aun careciendo de ojos, la vista de la Envidia era envidiable (valga la redundancia). Tal incongruencia no debiera de sorprendernos. Este, aunque tenebroso y enfermizo, es un cuento y los cuentos no tienen porqué tener sentido.
Algo salía del edificio, se frotó con saña  las cuencas vacías y miró de nuevo. ¡Era humo! Algo continuaba ardiendo allí dentro. Quiso correr presa de la excitación pero lo pensó mejor. Se acercaría con sigilo y espiaría cautelosa. Pensó en la posibilidad de que sus ilusiones cayesen en saco roto y eso la enfureció aún más. Una de tantas “virtudes” de la Envidia era su pesimismo.
En mayor o menor medida, reunía alguna de las “cualidades” de sus dos hermanas. Era perezosa y a su manera también vanidosa, pero sobre todo era recelosa, de una desconfianza enfermiza.
Avanzó furtiva arrastrándose entre los peñascos. Una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en su cadavérico rostro cuando lo vio sentado frente a la hoguera. Era un indio, un salvaje del “far West”. Reconoció a uno de los personajes del Creador. ¿Cómo podía sobrevivir en un lugar así? ¡Qué demonios importaba! Lo había encontrado y él lo la conduciría al paradero del resto de huidos. Aunque se empleó a fondo al acercarse por la espalda evitando hacer cualquier ruido, todo su sigilo fue inútil. El piel roja le habló sin girarse cuando aún se hallaba a varios metros.
- Si pretendes sorprender a alguien procura tener el viento en contra, tu hedor te ha delatado. ¿Quién eres, qué has venido a buscar aquí? – La Envidia permaneció en silencio sin saber qué hacer, perpleja y avergonzada por haber cometido un error tan pueril. El indio se incorporó, dio media vuelta y se la quedó mirando con los brazos cruzados y la actitud arrogante que se atribuye a los de su raza. Su pretendida indiferencia se tornó horror en menos de lo que un banquero tarda en estafar a un anciano. La Envidia reparó en como sus manos se aferraban temblorosas a la empuñadura de una extraña hacha. El arma no la intimido, nada la podía dañar, ella ya estaba muerta y sin embargo un sexto sentido la advirtió de que debía de andarse con cuidado.
El piel roja era un salvaje ya entrado en años de rostro arrugado en exceso y gesto cansado. Delgado y de constitución débil, su actitud beligerante junto con aquel físico raquítico, le daban un aspecto patético. Lo reconoció enseguida, era el indio con delirios de grandeza que soñaba con arrojar al mar a los blancos y convertirse así en un héroe a los ojos de su pueblo. Como parte del Hacedor de Historias, la Envidia conocía las historias surgidas de su mente. Había tenido suerte, de los personajes del Creador este, sin ninguna duda, era el más fácil de capturar.
- ¿Qué es este lugar?
- Yo pregunté primero.
La Envidia pensó en la manera de engañar a aquel harapiento piel roja. No le debería de ser difícil engatusar a un salvaje ignorante.
- Me envía el Hacedor de Historias. Desea que regreses.
- ¿Regresar? ¿A dónde? Este es mi hogar, no conozco otro lugar.
- ¿Esto? – Le respondió la pútrida. - ¡Esto es una mierda, aquí no hay nada! El Creador te reserva grandes aventuras, a ti y a los otros. Por cierto… - Hizo un pequeño intervalo de silencio. - ¿Dónde están?
- Cada cual tenemos nuestras propia historia, desconozco su paradero.
- ¡Eso no es cierto! – Gritó enojada. – Tú debes de saberlo. – Se acercó varios pasos hacia el indio.
- No escucho su voz, me mientes. ¿Qué es realmente lo que quieres?
 La pútrida observó como la mano del guerrero empuñaba cada vez con más fuerza el hacha. Se detuvo, aun podía jugar más cartas antes de tener que recurrir a la violencia.
- ¿Te refieres a la Voz del Viento? - En el tono de la envidia se notó cierta excitación. Si conseguía dar con ella podría pasarle la mano por la cara a su hermana la Vanidad.
- ¿La Voz del Viento? – El tono del indio era de perplejidad y la pútrida se dio cuenta de que no la engañaba, de que el salvaje no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. En su rostro decepción y en sus entrañas rabia.
- El Hacedor de Historias no me habla, es su voz la que está en silencio. ¿Por qué habría de mandarte en mi busca si tan solo tiene que llamarme?
- ¡Porque tú lo abandonaste, escapaste junto a los otros! ¿Por qué lo hicisteis, porque huisteis?
- No te entiendo, realmente que no. ¿Escapar? No me he movido de aquí, llevo mucho tiempo esperando.
- No esperes más, ven conmigo.
- Tampoco tú pareces entender nada. Fue el Creador quien nos abandonó, quien se olvidó de nosotros. Tan solo espero que algún día retome mi historia y se cumpla mi destino.
- Esto es el limbo, peor que la muerte. ¡Me acompañaras te guste o no y me dirás dónde están los otros! No seas bobo. – La pútrida intentó calmarse y optó por un tono más meloso y conciliador. - Bien, supongamos que estás en lo cierto, que él no me ha enviado pero... ¿Qué dirías si yo te prometo acabar tu historia? Acabarla con un final a tu altura.
- Diría, que si me has mentido en un principio, no tengo motivos para creer que ahora seas sincera. En todo caso, solo él puede poner el punto y final
La pútrida perdía la paciencia con suma facilidad. - ¡Él te creó como un inútil! - (Cálmate, no lo eches todo a perder, estás ante un idiota, eres más lista que él, respira hondo y relájate).  Yo puedo hacer de ti un gran guerrero, un héroe poderoso que salvará a su pueblo del dominio del hombre blanco. Regresaran los búfalos a unas praderas renacidas y los tuyos cantarán tus gestas. Tú historia pasará de padres a hijos. Se acabó ser un mierda, un paria, un…perdedor.
- No reconozco mi historia en tus palabras. Regresa no pierdas más tu tiempo.
- Mi tiempo nunca acaba puesto que soy eterna. ¡Pero si mi paciencia! – Las manos de la Envidia se convirtieron en garras acabadas en unas uñas afiladas como cuchillas. – Rasgaré tu piel, arrancaré tus entrañas, haré que sufras una agonías inenarrables. Torturas que ni en el mismísimo infierno serían capaces de imaginar. No me hagas ser desagradable contigo, en el fondo soy una buena chica. Ven conmigo.
El guerrero no tuvo más éxito a la hora de disimular su miedo que la pútrida en mantener la compostura. Temblaba como un flan sobre una taladradora. Haciendo acopio de todo el valor que le quedaba extendió su brazo izquierdo y le mostró la palma de la mano.
– Ya he estado en el infierno y sé lo que se siente cuando te destrozan el cuerpo. – Se hizo un profundo corte con la hoja del hacha. La sangre brotó abundante deslizándose por la cuchilla hasta gotear sobre el suelo. – No me das miedo.- (Mintió.) Ante los ojos incrédulos de la Envidia la herida cicatrizó en un segundo sin dejar rastro alguno.
- ¡Eso lo veremos! – Se abalanzó contra el indio y le lanzó un zarpazo. El guerrero lo esquivó hábilmente, pero al intentar asestarle un golpe con su hacha, perdió el equilibrio por la inercia y cayó al suelo. La pútrida lo miró con desprecio.
– Tan torpe como siempre, no tienes arreglo. Te he ofrecido la gloria y tú eliges el infierno. - Lo agarró por el cuello y con su mano libre le desgarró el pecho de un zarpazo. Las terribles heridas cicatrizaban al instante para desesperación de la Envidia. No obstante el indio no era inmune al dolor, la pútrida sonrió.
– Mejor si no mueres, así podré torturarte indefinidamente hasta obtener lo que busco. ¿Dónde están los otros? - Le había introducido la mano en el estómago girándola de un lado a otro, profundizando y avanzando con violencia por sus entrañas. - Por una vez has sido tú el que ha decidido su destino. Una lástima que hayas elegido el camino más largo y doloroso. Por mi parte te estoy agradecida, voy a disfrutar mucho con esto paladeando cada instante.
- ¡Pues mastica despacio no sea que se te indigeste!– La Envidia había bajado la guardia, oportunidad que aprovechó el piel roja para clavar su hacha en el pecho de la pútrida. Puso todas sus fuerzas en el golpe. Apoyó el pie derecho en el estómago de su enemiga y la empujó lejos de si, la afilada hoja del arma.quedó libre.  La Envidia se rió a carcajadas.
- ¿Qué es lo que pretendes estúpido? No puedes herirme ni matarme. Ya estoy muerta y a diferencia de ti yo no siento dolor. Hazte un favor y acompáñame. ¿Por qué prolongar una inútil agonía? – El guerrero permanecía con una rodilla hincada en tierra jadeando exhausto, la pútrida no entendía el porqué le sonreía burlón. Empezó a notar como de su frente brotaban gotas de sudor, sintió el calor abrasador del sol y miró horrorizada como los tejidos de su cuerpo se recomponían. La herida del pecho desapareció y su apariencia se transformó rápidamente. El guerrero limpió la cuchilla del hacha, pero no eran los restos de la pútrida lo que deseaba eliminar, si no su propia sangre.
- Prepotencia e ignorancia son una mala combinación, la soberbia te ha jugado una mala pasada. Si realmente tuvieras algo que ver con el Creador conocerías mi historia. Sabrías que por mis venas corre la sangre del Espíritu del Kaos. Él repartió su tiempo conmigo, por eso no puedo morir hasta que el destino de ambos se cumpla. Una pequeña parte de su esencia ha sido suficiente para traerte de regreso entre los vivos. -  La Envidia era ahora una mujer corriente, estaba aterrada ante una situación que no entendía.
- ¿¡Qué demonios me has hecho!?
- Te hice un preciado regalo, la vida. Disfruta de ella por que… - La decapitó de un solo golpe. - ..será efímera. - El hacha, ahora limpia de su sangre, volvía a ser un arma mortal.
Sus heridas cicatrizaron hasta no quedar rastro de ellas, ninguna marca en la piel, como si jamás hubieran sido provocadas. El piel roja se sentía confuso, tras tan largo aislamiento, la muerte se le antojó una opción atractiva. La envidia yacía en el suelo separada en dos partes.
- Tú ahora podrás descansar, pero yo seguiré aquí atesorando preguntas sin hallar ninguna respuesta. ¿Quién...qué eres? Eras, pues ahora ya no eres nada. ¿Es cierto que te mandó el Creador? No escucho su voz. ¿Porqué me ha abandonado?
Sintió un súbito temblor y creyó que el suelo se abría bajo sus pies. Todo se llenó de polvo, quedó cegado por unos instantes.
- Yo ya he estado en este lugar. – Fuese quien fuese el recién llegado, en esta ocasión si había conseguido sorprenderlo. Sonó tan poderosa como la del mismísimo Espíritu del Kaos pero era voz de mujer. Cuando consiguió abrir los ojos cayó de culo al encontrarse de frente con un enorme monstruo de piedra. La gárgola lo ignoró y empezó a deambular por el pueblo fantasma como si buscara algo. Era una criatura inmensa de aspecto fiero y poderoso. Pensó que de ninguna de las maneras podría enfrentarse a aquella cosa. El destino se reía de nuevo de él sometiéndolo a pruebas que no podía superar.
- No es así como lo recuerdo, esto está abandonado y no están las… - Se giró bruscamente. El indio casi se lo hace todo encima presa del terror, los ojos de aquella cosa irradiaban una maldad inenarrable.
- ¿Dónde están las tumbas? – Le gritó. El piel roja arrastraba el trasero por la tierra mientras retrocedía intentando alejarse de la gárgola.




Una pequeña y breve amistad.

Tenía la desagradable sensación de que una mano invisible la estaba manejando como a una marioneta. Las posibilidades de que el azar la hubiera conducido hasta aquel extraño lugar eran nimias, por no decir que inexistentes. Todo había discurrido de forma muy sospechosa. Tras haber perdido el rastro aparecieron aquellos extraños aparatos para acosarla y obligarla a descender e introducirse en la neblina.
Las huellas en el polvo eran tan evidentes que no necesitó de su olfato para llegar al pueblo fantasma. Lo hizo justo en el momento en que aquellos dos parloteaban cosas que no entendía.
Permaneció volando en círculos para no perderse nada sin correr el riesgo de ser descubierta.
Decir, que tanto su vista como su oído eran excepcionales, era quedarse mucho más que cortos. La gárgola podía otear y escuchar lo que ocurría en el mundo desde cualquier punto en el que se encontrara, pero aquel lugar estaba oculto por una niebla impenetrable incluso para ella.
Era como un mundo aparte.
Se sintió colérica al pensar en la posibilidad de que alguien la estuviera manejando como a un títere. El Creador le aseguró que disponía de libre albedrío, que él no podía influir en sus decisiones.
A más pensaba en ello, más segura estaba de que no fue la casualidad la que la condujo hasta el pueblo, un pueblo que recordaba perfectamente. Era como si un ente todopoderoso lo hubiera arrancado de su ubicación original para arrojarlo en mitad de aquella nada desolada.

Los recuerdos regresaron a su mente tan nítidos como si los hubiera vivido apenas unas pocas horas antes. Se remontó trescientos años atrás.

- ¿Por qué pierdes el tiempo con esa mocosa? ¿Qué sacarás de ella? Debemos de regresar, te esperan diez lustros de ayuno. Tanto empeño en la capitana palangana y en las 65 almas de su tripulación y ahora te conformas con un "tentempié" tan liviano. - Eskatologiko no perdía la ocasión de incordiar a la gárgola. - La enajenada se te escapó y ahora te entretienes con cachorros que no sirven ni de aperitivo.
- ¡Nadie se me escapa, calla!
- Si, claro, claro. A ti nunca se te escapa nada ni nadie. Pues no sé qué pudo ser de "nadie" pero de "nada " te has hartado. Mira a esa mocosa, ya no asustas ni a las criaturas. No sé si reír o llorar.
Eskatologico tenía razón, aunque se negaba a admitirlo, Wallizard consiguió izar velas y poner rumbo lejos de sus maquinaciones. Ahora el tiempo apremiaba, no había recogido miserias suficientes y ahí se encontraba, siendo condescendiente con una cría de humano.
La pequeña miraba divertida a la gárgola con sus enormes ojos extrañamente claros. Magenta la observaba desde una gruesa rama de un vieja y enorme encina. Tuvo que repartir su peso para que el árbol no se partiera en dos..
- ¿Eres un pájaro? ¿Con quién hablas? No veo a nadie. - La niña sujetaba en su mano derecha el brazo de una deshilachada muñeca de trapo, del izquierdo colgaba una pequeña cesta de mimbre llena de extrañas yerbas. Su pelo era rubio, de un brillo dorado parecido al del oro. Le caía como una cortina sobre hombros y espalda y acababa en unos pronunciados rizos a modo de tirabuzones. Magenta giró el cuello noventa grados sin mover un centímetro del resto del cuerpo y miró a Criando Malvas con gesto de pedir consejo.
- A mí no me mires, no soporto a los críos y no sé qué hacer con ellos.
- ¡Tú no soportas a nadie cretino! Menuda ayuda tengo con vosotros dos.
Eskatologico le reprochó su actitud.
- Nosotros no existimos, pensamos y decimos solo lo que tu mente perturbada imagina que podemos responderte. Qué sola estás, mírate, mendigando la compañía de una niña. ¿Es lo que te retiene aquí? ¿Qué no te teme? ¿Qué trato le propondrás, su alma por un caramelo?
- ¡Calla, calla, calla, calla, calla…!
La niña, de no más de seis años, soltó una risita divertida. – Eres un ave muy extraña. - Le dijo. - Tus ojos brillan y tus dientes son afilados como los del lobo de los cuentos de mi abuela. Además... ¡Eres enoooooorme!  -  Sus ojos se abrieron al máximo en aquella exclamación lo que, junto con la forma que adquirió su pequeña boca, la dotó de una expresión francamente divertida que contrarió a la gárgola. Magenta la observó más detenidamente, vestía un vestido muy sencillo que se asemejaba a un simple saco y caminaba descalza. Su piel era muy blanca y destacaban sus sonrosadas mejillas.
- ¿Vives en este bosque sola con tu abuela? - Le preguntó por fin a la chiquilla.
- Si, como Caperucita jijijijiji. ¿Tú sabes cuentos? - La gárgola sonrió y sus dientes a modo de puntiagudas estalactitas y estalagmitas quedaron visibles.
- Algunos sé.
- ¡OOOOH! – La niña empezó a dar saltos de júbilo.-¡Cuénteme, cuénteme, cuénteme!
- Ummm, deja que recuerde. Son muchos años ya de aquello. Parece que apenas ha sido un bostezo y que no me acabo ni de desperezar, aceptemos aquello de que el tiempo es relativo, que no es lo mismo estar a un lado u otro de la puerta cuando nos apremia la urgencia. Jajajaja, creo que Eskatologiko me está influenciando demasiado. Esto último ha sido muy guarro. Ummm, como siempre ya divago, intentaré concentrarme antes de perderme en más sandeces.
La niña la escuchaba embobada sin acabar de entender de lo que estaba hablando.
- El caso es que un día tal como hoy, hace exactamente ochocientos años, en una de mis escapadas me di de bruces con un “aguerrido” caballero. Enlatado en una negra armadura se jactaba de sus aventuras y nunca se cansaba de aburrir a todos con unas proezas, proezas que ni un niño de teta creería que eran ciertas. Menudo fanfarrón el caballero itinerante, que no andante. Se presentaba en todas partes dándoselas de erudito y ni escribir sabía el muy maldito.
Yo lo vigilaba discretamente. Podría sacar un buen provecho de su vanidad, de semejante ego y lo seguí hasta una villa. ¡Menudo lugar, era el paraíso! Un buffet libre repleto de personajes variopintos. Vasallos del engaño, esclavos del qué dirán, siervos de la apariencia y entre todos ellos la más apetitosa, una princesita malcriada que se paseaba por el mercado despreciando a los villanos. Prendado quedó el caballero de los improperios que la jovencita dirigía, con desmedida crueldad, a los habitantes del lugar. - Ha de ser mía. - Pensó y empezó a maquinar su plan.
Rodeada siempre de aduladores, la princesita humillaba a sus pretendientes con su lengua envenenada. Curiosa la condición humana, a más los vejaba, más se arrastraban. La princesa, confiada en su pedestal, no reparaba en la presencia del negro caballero.
- Parecer interesado no debo, si no quiero acabar siendo uno más de esos. ¿Cómo pues acércame sin mostrar tener interés? Ah la palabra, las palabras son la mejor de las armas, y si bien directamente no matan, dañan y mucho, si sabes emplearlas.
Y palabras usó el negro caballero. Como piedras las catapultó, pero contra otro castillo.
Mal se llevaban la princesa y la condesa. Esta última, sola en su mansión, se desesperaba y soñaba con un galán que de nuevo la hiciera sentir mujer.
Allá apareció él, con su negra armadura y sus hechuras de poeta de la rima con cinco, de dramaturgo de sainete, de músico de pandereta. “Despistado” paso por su lado y se dejó querer. Ja, ja, ja, su corazón era de piedra. ¡Cuánta vanidad, cuánto egoísmo! Harta de sus continuas infidelidades, la condesa acabó por repudiarlo. Él no aceptó el desdén con el que premiaron su deslealtad y dedicó su mucho tiempo libre a airear por prostíbulos y  tabernas su dolor y su pena.
A oídos de la princesita llegaron sus falsos lamentos. No pudo resistirse, aquella era una excelente ocasión para humillar a su enemiga la condesa.
Pobre, princesa, aunque no lo aceptaba, seguía siendo una niña y cuando dormía soñaba con lo que sueñan todas las princesas, con un príncipe azul, o en este caso, negro.
La paciencia había dado sus frutos, pues todo no había sido otra cosa que el meticuloso plan que había ideado el caballero para acercarse a la princesa.
Ahí lo tenemos, de juglar y en su trova un pesar. Ella, la princesa, realmente se parecía a la condesa. Aunque joven y bonita, aun acosada por serviles pretendientes, se sentía sola y se veía reflejada en los versos del caballero. Finalmente no pudo evitar la tentación de mandarle una misiva y sellada en cada palabra se escondía una llamada de auxilio. 
 - ¡Mordió el cebo! - Pensó el caballero. Pobre cazador cazado, el malandrín se enamoró y cuando la muchacha cayó en desgracia acosada por una bruja mala, jajaja, en todos los cuentos hay una, partió al exilio y el caballero la siguió convertido en escudero, besando el suelo que ella pisaba. Ahora era un servil lacayo más de los caprichos de la princesa. Se tragó su orgullo y capeó con las iras y los constantes cambios de humor de ella. Que bella a sus ojos la princesa y en su cabeza ningún otro pensamiento, ningún otro sentimiento, que el gozo de tenerla cerca. 
Ensimismado, no se dio cuenta de la sombra que los seguía.
¡Era la ira en la forma de ogro! - ¿Quién es este nuevo personaje? Nunca antes lo vi e incluso a mí me enervó la sangre, (es un decir, soy de piedra y no hay sangre en mis venas.) Un antiguo amante no se resignaba a la pérdida y el acoso era su constante.
Ni siquiera en el destierro la princesa encontró la paz y buscó refugió lejos de los brazos del caballero. ¡Qué miedo! (El del caballero) cuando la perdió y no daba con ella. Él era ajeno a los problemas de la princesa, él nunca dejaba de pensar en otra cosa que no fuese el mismo.
Yo tan solo era muda testigo, por una vez no fui la causante del dolor y siquiera tuve que influir. Todo se desarrolló sin mi injerencia, así que me lo tomé como unas vacaciones.
El caballero desistió de la búsqueda cuando de forma inesperada reapareció ella. El cielo se unió con la tierra, en el firmamento lloraban luna y estrellas conmovidas por el reencuentro y bla, bla, bla, cursilerías de enamorados. - Dame tu mano, comparte tus miedos y deja que te proteja, déjame ser tu adalid de aquí en adelante, tu amante. - Qué bonito todo, qué gozo, qué alboroto otro perrito piloto. Jajajaja, pobre caballero, también él comenzaba a superar sus miedos cuando la princesita se lo confesó. Cayó de rodillas a la orilla de un arroyo de aguas cristalinas y pudo verse el rostro reflejado en ellas, que viejo era.
Pasa el tiempo y no te das ni cuenta. Si, el tiempo, ese que dicen que es relativo, es el que finalmente los distanció. Craso error el del caballero al confundir inteligencia con madurez, al no saber ver más allá de lo que le convenía y por una vez que no fue de farol, perdió la partida.
Pasaron muchos años y la princesa , ahora ya reina, retrocediendo la mirada en la letanía del tiempo esbozó una sonrisa. Rodeada de hijos, a la vera de su rey, recordó todo aquello con cariño. - Cosas de críos. - Pensó.
El caballero, ya anciano, sigue escribiéndole versos al viento.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Bastante castigo tuvieron ambos al conocerse.
Magenta no necesitó de ninguna treta para conseguir su meta y llenó su saco con suficientes provisiones para llenar el plato otros cincuenta años.

Seguramente la niña no había entendido nada de aquel extraño cuento. En realidad no eran más que incongruencias, retales de recuerdos diluidos en los muchos años transcurridos. Poco importaba, la pequeña disfrutó con cada palabra, alucinada con la presencia de aquel "pájaro" que hablaba.

El cachorro de humano la conmovió con su inocencia. Durante horas le relató mas historias. La de la capitana palangana y muchas otras que la pequeña escuchaba embobada sin perder detalle.
- ¡Otra, otra otra! – Le gritaba al final de cada historia. Sentada sobre el suelo aplaudía y reía sin soltar nunca su muñeca de trapo.
- ¡Ayla ven aquí ahora mismo, corre! - Magenta se sobresaltó, jamás antes había estado tan absorta en algo como para dejarse sorprender. La que gritaba era una mujer no demasiado mayor, pero de edad suficiente para ser la abuela de la pequeña. Empuñaba una rama seca como tantas otras que se encontraban esparcidas por el suelo. ¿De verdad pretendía enfrentarse a ella con un triste palo? Podría saltar sobre la mujer y destrozarla de un zarpazo en lo que dura un parpadeo, pero la niña acudió presta a sus brazos y la gárgola reprimió su impulso.
- Esta es mi abuela, no me has dicho tu nombre. Yo soy Ayla. - La mujer la abrazaba y no dejaba de vigilar los movimientos de la gárgola. Intentó retroceder llevándosela consigo, Ayla escapó de sus brazos.
- No tengas miedo abuela, es mi amiga y sabe un montón de cuentos.
- Ven conmigo preciosa, no te acerques a esa cosa. - Le imploraba la mujer.
- Ha dicho que eres su amiga. - Eskatologiko rio a carcajadas. - Tienes una amiguita de verdad por fin. Después de 800 años no está del todo mal. – Eskatologico dejo de reír y su rostro adquirió un semblante perverso. - Es tu oportunidad, acaba con la vieja y la pena ahogará a la mocosa. Recogerás dolor suficiente, no para cincuenta, si no para cien años. Nunca antes tuviste tan fácil llenar el estómago.

Ayla no comprendió el porque su amiga levantó el vuelo y se perdió en el horizonte sin despedirse.

Cincuenta años de ayuno, después de medio siglo escapé de la catedral, pero no pensaba en saciar mi hambre. Solo quería reencontrarme con la pequeña que no tenía miedo de Magenta, del monstruo de piedra que no tiene otros amigos que los que inventa. Cincuenta son muchos años y Ayla ya no sería una niña, quizás ya tendría una nieta que se le pareciera. La busqué en el bosque pero no la hallé. Recabé información que me condujo al otro extremo del mundo. Crucé el inmenso océano topandome con naufragios, motines y tragedias con las que haber llenado mi saco y asegurado mi sustento, pero solo me importaba encontrarla. Solo quería que me mirase y comprobar si seguía sin temerme, si aún me consideraba su amiga.
Finalmente llegué a un lugar desértico, a lo que debió de ser años atrás un pequeño pueblo. Estaba todo derruido y en medio de las ruinas 162 tumbas. Aquello era un mausoleo, parecía como si cada piedra, cada trozo de madera quemada la hubieran limpiado y cuidado con mimo cada poco tiempo. También las tumbas estaban bien cuidadas. Todo el lugar estaba adornado con abalorios indios junto a extraños símbolos nativos. En aquel lugar había mucho dolor bajo la tierra.
La encontré por fin, su nombre grabado sobre una losa de piedra. ¿Cómo acabó allí mi dulce niña? Tan lejos de donde la encontré hacia cinco décadas. Me hubiera gustado conocer su historia pero debía de regresar a mi catedral. Tampoco esta vez conseguí nada que llevar conmigo y comprendí lo amarga que es la tristeza de la que me alimento.

Salió de sus ensoñaciones. Había decidido caminar sobre el suelo con todo lo molesto que eso le resultaba. Hablaría con el piel roja de cerca, cara a cara y sabría si le mentía.

- ¿Dónde están las tumbas? - El indio retrocedía arrastrándose por el polvo. – Aquí deberían de haber más de un centenar de ellas. ¿Dónde están las ofrendas, los abalorios? No veo las lanzas ni los penachos de plumas, los colgantes... ¿Por qué no hay nada? ¡Responde miserable si estimas en algo tu vida! – Dio un salto y quedó sobre el salvaje, su enorme cabezota a la altura de la de él, mirándolo con sus ojos brillantes y en cada palabra sus terribles dientes asomaban amenazantes entre las comisuras de los labios de piedra. El piel roja no se atrevía a mover un musculo salvo su mano que se aferraba al hacha. De nada le serviría contra un monstruo de piedra. Se veía perdido, aquella cosa lo despedazaría y ni toda la fuerza del Espíritu del Kaos podría recomponerlo luego.





Dos caras de una misma moneda.

- Adelante acaba conmigo monstruo, total mi existencia ya no tiene ningún sentido. Que termine aquí y ahora mi historia, un final absurdo pero final al fin y al cabo. No sé quién os manda, tampoco me importa. Ya le dije a tu compañera que no sé nada. Ahora haz lo que debas, ya se prolongó demasiado mi tiempo.
- No me molestaré en mancharme las uñas con tu sangre de alfeñique si no me obligas a ello. Mi pregunta es sencilla, solo quiero una respuesta igual de simple.
- Ya lo ves, no necesitas respuesta. Aquí no hay tumbas.
- ¡PERO DEBERÍA DE HABERLAS! – El grito de la gárgola dejó momentáneamente sordo al indio que a partir de ese momento ya no pudo quitarse el molesto pitido que le quedó, a modo de regalo, en el tímpano.
- Nunca han habido tumbas, siempre he estado aquí y te aseguro que te equivocas. ¿También tú pretendes hacerme creer que te envía el Hacedor de Historias?
- A mí nadie me manda, limítate a contestar a mis preguntas lechuguino. Yo las vi, eran 163 exactamente y en una de ellas descansaban los restos de mi pobre niña. – La gárgola se alejó del guerrero y este respiró aliviado de tenerla apartada. – El Creador asegura que está viva, la he buscado por todos los rincones del mundo pero soy incapaz de encontrarla. Ese malnacido me ha engañado, ella está muerta por eso no puedo verla. Tampoco encuentro su tumba. Bajo el polvo de esta tierra he sentido mucho dolor. Muchas historias que son una sola están enterradas en este lugar pero ni rastro de ella.… - Calló de forma súbita y se quedó mirando al indio. Lo escudriño de arriba abajo y lo olfateó. – Reconozco tu olor, aunque mezclado con el de muchos otros, lo recuerdo. Tú…tú también deberías de estar muerto. Una de aquellas tumbas te pertenece pero estás aquí, estás vivo y si tú lo estás... Cuéntame tu historia. ¿Qué es este lugar, por qué permaneces solo en él? – El monstruo perdió gran parte de su agresividad y el salvaje pareció vislumbrar en el brillo de aquellos ojos sin pupilas ni retinas, una mezcla de desazón y esperanza.
- Esto es mi historia, aunque no sé si puedo llamarla así puesto que está inacabada.
- ¿Y como debería de acabar?
- Una última batalla, un último fracaso. Así es como debía de ser.
- ¡Maldito malnacido! – La gárgola empezó a atar cabos. “No deberías haber visto esas tumbas, te colaste en una historia que no era la tuya.” Eso es lo que le dijo el Hacedor de Historias y ahora comprendía el significado de sus palabras.
Ese es el destino que el Creador le reserva a mi niña. ¡Quiere matarla! - ¡No, no puedo permitirlo, tengo que encontrarla y protegerla! Debí eliminar a ese canalla, ya ajustaré cuentas con él. - Una sonrisa perversa se dibujó en su cara. – Haré algo mejor que terminar con su miserable existencia. Lo mataré en vida, encontraré a su maldita Inspiración y acabaré con ella. Será el peor de los castigos, el castigo que merece. Sin la Inspiración todos seremos libres y el Creador solo una sombra. Con la Inspiración muerta no podrá hacerle daño a mi niña. – Se dirigió de nuevo al guerrero. – Sabré si me mientes así que medita bien tu respuesta. ¿Qué puedes decirme de Ayla? Es una niña pequeña de cinco o seis años, tirabuzones como el oro y ojos claros como el cristal. - El indio intentó recordar.
- Podría ser la hija de uno de los colonos pero no la recuerdo.
- Quizás viviera sola con su abuela. Haz memoria.
- Lo siento… - El monstruo de piedra supo que el guerrero era sincero.
- ¿Dónde se fueron esos colonos?
- Todos marcharon, estoy solo. Tampoco eso lo sé. Tu compañera preguntó por alguien a quien llamó la Voz del Viento. – Señaló el cadáver de la Envidia. - Parecía importante, quizás esa persona tenga respuestas.
- ¡Esa no tiene nada que ver conmigo! – La miró, apestaba exactamente igual que aquella otra a la que hizo añicos en el castillo del Creador. ¿Nuevas coincidencias? No, algo gordo se está cociendo y tenía que descubrir de que se trataba.
El piel roja permanecía sentado sobre el polvo, estaba totalmente abatido, rezumaba tristeza. La gárgola inspiró con fuerza. Se alimentó de su dolor y recuperó fuerzas. Subió por una pared hasta situarse a suficiente altura como para poder desplegar sus alas y alzarse en vuelo. El guerrero la vio alejarse en el cielo.
- ¿Vas a marcharte y dejarlo así tan tranquilo? El Hacedor tiene razón, te estas volviendo débil. – La gárgola ignoró el comentario de Eskatologico, voló lo más deprisa que le permitieron las fuerzas hacia el muro de niebla y lo atravesó. No se equivocaba, aquellas dos aberraciones eran hermanas y había captado el olor de una tercera. Estaba en el buen camino, solo tenía que seguir el rastro.



- Se acabaron las tonterías, vas a decirme quién te está ayudando. Dos de mis hijas han muerto y es imposible que tú hayas podido hacerlo solo. Te recomiendo cooperar o alguien lo va a pasar muy mal. El Reverso Oscuro había traído consigo al viejo guerrero y lo golpeaba sin piedad. El Hacedor de Historias contemplaba impotente como torturaba a su desdichado personaje.
- Lo siento amigo, siento que siempre seas tú quien se lleva la peor parte, siento no poder ayudarte.
El salvaje tendido en el suelo, hecho un ovillo, miró con ojos interrogantes al Creador.
- ¿Por qué nos abandonaste? – El hermano perverso lo golpeó de nuevo, le propinó una terrible patada en la nariz. Se escuchó como se le rompía el tabique pero sus heridas sanaban inmediatamente de forma milagrosa. El Hacedor permanecía sentado en su trono incapaz de mover un musculo. A cada minuto su hermano se hacía más fuerte, era como si le robara las energías.
- Era inevitable, finalmente he acabado volviéndome loco.
- Siempre lo has estado hermano, siempre encerrado en este patético castillo que se vendrá abajo en cualquier momento. Construiste tus sueños sobre lodo y los cimientos de este mundo se hunden a cada segundo. Mira las paredes de tú fortaleza, no es más que un castillo de naipes que derribaría un soplo de aire. Yo colocaré bloques de piedra que ni un terremoto podrá echar por tierra. Crearé nuevas historias en las que la constante no sea la derrota. Pariré personajes que no sean débiles y cobardes. – Le propinó otra patada al viejo guerrero, que atado de pies y manos era incapaz de defenderse. – Mira sino a este, lo encontré en medio de ningún sitio, escondido en la ruina que ha sido su vida, la patética existencia que tú ideaste para él. Un endeble llorón al que acompañaban una borracha, un alfeñique y un engendro. ¿Eso es lo que entiendes por héroes? ¿Esa es tu historia épica? También daré con el resto de ellos, no te preocupes. Asistirás a su final y veras como renacen reconvertidos de vencidos a vencedores.
- Crearás monstruos, asesinos despiadados carentes de sentimientos, y si no sienten no tienen sentido.
- Nada aquí lo tiene, por eso lo justo es que yo tome el mando. Tu mente es un caos, es lo único que me gusta de ti. Un puzle que nunca encaja, ideas que se pierden en constantes divagaciones para finalmente reaparecer convertidas en la mas absurda de las incongruencias. No acabas nada de lo que empiezas. – Pisó la mano del salvaje con el tacón de su bota, la aplastó y retorció como si apagara una colilla. El indio soltó un alarido de dolor. - Aquí lo tienes, se enfrentó a mí con su estúpida hacha, se la arrebaté de las manos y la rompí ante sus ojos. Lloró como un niño. Este inútil no pudo matar a la Envidia. ¿Quién es quién te ayuda?
- Pierdes un tiempo precioso hermano. Mientras estás aquí hablando y torturando a ese desdichado, alguien vuela raudo en pos de tu última hija para hacerla pedazos. – El Reverso del Creador montó en cólera. De un puntapié en el estómago mandó al piel roja por los aires, acabó estrellándose contra una pared. Pudieron escucharse sus huesos fragmentarse en múltiples trozos.
- No admito fracasos, no me importan lo más mínimo esas dos. Tanto la Envidia como la Desidia me han defraudado. ¡Que se pudran en el vacío del olvido! Pero confío en la astucia de la Vanidad. Ahora mismo está muy cerca del Narrador, no tardará en dar con él. Luego encontrará  a la Voz del Viento y esta la conducirá hasta la Inspiración. Entonces ya no me servirás de nada, pero te reservo la mejor butaca para que contemples como la hago mía antes de que te extingas junto a todos los tuyos.
- ¿Por qué das por hecho que él sabe su paradero? ¿Por qué crees que La Voz del Viento te conducirá hasta la Inspiración?
- El Narrador se cree mejor que tú y posiblemente lo sea. Él tiene sus propias ideas, también crea mundos y en ellos la he visto a ella. La Voz del Viento te cambio por él. Ya lo ves hermano, no solo tus personajes te abandonan, también te traicionan.
- Ninguno de los dos me pertenece. Ellos no son mi creación, son quienes dan a conocer mis palabras, quienes difunden mi mensaje sin pedir nada a cambio. Son…-  Lo pensó mejor - Eran mis amigos.
- Tú no tienes amigos, por eso te escondes aquí dentro. Por eso creas personajes a tu imagen y semejanza. Solitarios y amargados que cargan alforjas llenas de complejos cuyo peso les impide erguir las rodillas. Los mantienes siempre en esa actitud humillante. ¿Cómo no avergonzarme de ti hermano? De ti y de tus historias sobre fracasados.
- ¡No soy un fracasado, soy un orgulloso guerrero! – El reverso Oscuro se acercó donde se encontraba el piel roja, se había puesto de pie totalmente recuperado de sus heridas.
– No me hagas reír payaso. ¿Aún no te has dado cuenta de que tú y el Creador sois uno? Míralo – Agarró su cabeza y lo obligó a dirigir la mirada hacia el lugar donde el Hacedor de Historias permanecía sentado cabizbajo. – Él creó un verdadero guerrero, creó a tu hermano y lo mató porque no soporta a los que son como él. Odia a los triunfadores. También tú lo despreciabas. ¿No es cierto? Lo hacías en silencio porque eres un cobarde. Solo hay una cosa que el Creador detesta más que a los ganadores y es a si mismo. Te detesta a ti, por eso te abandonó, por eso no completó tu historia. – Lo obligó a mirarle a los ojos. – Yo puedo cambiar eso, tan solo tienes que ayudarme y te devolveré el favor. Haré de ti un guerrero tan formidable que tú propio hermano se sentiría honrado de luchar a tu lado. Serás el orgullo de tu padre, el líder que necesita tu tribu. Tan solo necesito que me digas lo que pasó en esas ruinas, quién es el que ayuda al Hacedor. - El indio se rió entre dientes.
- Eso mismo me propuso tu hija antes de que la partiera en dos.
-¡Estúpido! – Agarró con ambas manos la cabeza del indio y la estampó salvajemente contra la pared. - Eres testarudo, ya arreglaremos cuentas tú y yo. El Hacedor ya me dijo lo que necesitaba. Será más emocionante no saber a lo que me enfrento. Nada temo, sé que supero a cualquiera de sus creaciones. ¿Así que ahora vuela en busca de la última de mis hijas? No es que no confíe en ella, pero quizás necesite de mi ayuda. La Vanidad es astuta, esa es casi toda su fuerza, sé que está cerca de dar con el Narrador y no permitiré que nada la detenga. – El malvado hermano del Creador soltó al piel roja que se deslizó arrastrando la espalda por la pared hasta caer al suelo. En el tabique quedó la señal en forma de descorchado del tremendo impacto de su cabeza. – Parto de inmediato, regresaré a la hora de la cena y tu aliado será el primer plato.
El Reverso Oscuro abandonó el gran salón. El rotor de un helicóptero se escuchó en el exterior, el sonido se fue haciendo cada vez más lejano. El indio respiró aliviado cuando el Hacedor de Historia lo liberó de sus ataduras.
- He luchado contra tu hermano. – Comenzó a decirle. – No tuve ninguna oportunidad. Se burló de mi, me humilló, me arrancó de mi hogar para traerme arrastras hasta aquí. – Agachó la cabeza avergonzado. – Partió el hacha en pedazos y no pude hacer nada, solo mirar como reía mientras lo hacía. He fracasado de nuevo.
-  No tienes que avergonzarte, solo eres un hombre.
- ¿Entonces porque no muero? Ningún hombre sobreviviría al castigo al que ese miserable me ha sometido. Rompió mis huesos, aplastó mi cabeza pero sigo vivo. Vivo para cargar con la vergüenza, pero mis espaldas no soportan ya tanto peso. Permíteme descansar en paz, tú puedes hacerlo.
El Hacedor de Historias se sintió conmovido por la terrible petición de su personaje. El indio fue su primera creación y le tenía especial cariño, pero lo dejo de lado para adentrarse en otros derroteros, otras historias. Se olvidó de él y de sus compañeros hacía ya mucho tiempo. Es cierto, ahora lo recordó, ellos no se fueron, fue él quien los abandonó.
- Lo siento, otros relatos me cautivaron y ocuparon todo mi tiempo. No seas absurdo, no ha llegado todavía tu hora, pero ahora no puedo continuar con ninguna historia. Perdí a la Inspiración y a cambio encontré mi lado malvado. Mi hermano la está buscando para arrebatármela, para corromperla y mi única esperanza es un monstruo de piedra.
- Hablé con ella. – Le interrumpió el piel roja. – Es poderosa pero no creo que su fuerza sea suficiente para detener a tu hermano. Confío que encuentre lo que busca si con eso ayuda a derrotar a ese miserable, pero no tengo claro que esté persiguiendo lo que le encomendaste. Tanto la mujer pútrida que me atacó como ella, buscaban a otra que no es la Inspiración. Por la Voz del Viento preguntó la primera y era a una niña a quien ansiaba hallar la segunda.





Cuídate de la mujer de hielo.


Paseaba encantada por aquellas amplias calles rebosantes de vida, pero no era todo aquel ajetreo lo que realmente le atraía del lugar si no sus gentes. La ciudad era un enorme mercado de la carne, un escaparate donde los habitantes eran la mercancía. Todos parecían clones, de constitución esbelta y cuerpos atléticos. Facciones propias de modelos de revista de moda, pura exaltación de la belleza estándar y anodina. Iban ataviados con ropas extravagantes, por definirlas de alguna forma. Los vestidos de ellas eran livianos, escasos de tela en su mayoría que dejaban al descubierto gran parte de su anatomía, quedando bien poco para la imaginación. Ellos, a su vez, marcaban abdominales y bulto en la entrepierna. Aquellos individuos pretendían ser únicos pero todos se parecían extraordinariamente. Intentaban diferenciarse entre sí vistiendo aquellos modelitos horteras.
La Vanidad no perdía detalle de la piara de garrulos engreídos. Eran el caldo de cultivo perfecto para que ella se hiciera con el control. Los escuchaba hablar y no salía de su asombro, superficiales e incultos, su vocabulario no debía de abarcar más de unas pocas docenas de palabras.
Todo estaba plagado de tiendas, en su mayoría de ropa, le llamó la atención la gran cantidad de clínicas de cirugía plástica. Podía pasear entre aquellos individuos y pasar totalmente desapercibida pese a su imagen gélida y cristalina. Personajes más extravagantes que ella pululaban por doquier en la gran ciudad de las apariencias, donde todos pretendían ser alguien diferente de lo que realmente eran.
Pensó que si el Narrador se había instalado allí debería de ser otro cretino más. Seguro que era un egocéntrico y un  narcisista. Que fácil resultaría manipularlo, pero aún debía de encontrarlo y entre aquella marea humana de fotocopias le resultaría difícil reconocerlo. Realmente no tenía ni un solo dato revelador sobre él, ninguna descripción, pero estaba segura de que si a su padre le parecía tan importante, sin duda alguna tendría algún rasgo peculiar que lo delataría.
Llegó a una zona claramente dedicada al ocio. Allí donde alcanzaba la vista no había otra cosa que discotecas y salas de fiestas. A través de las puertas se escuchaba a todo volumen supuestas melodías que a la Vanidad se le antojaban monótonas y estridentes.
– Debería de ponerme al día, la última vez que salí de fiesta estaba de moda Johann Sebastian Bach. – Bromeó consigo misma. Escogió un local al azar y entró a investigar. El Narrador debía de ser alguien popular. Seguro que encontraría a alguien que lo conduciría hasta él.
Pronto se arrepintió de su idea, la supuesta música era ensordecedora y vomitiva. Luces intermitentes la cegaban y hacía demasiado calor, ella no soportaba el calor.
Un tipejo con camiseta de rejilla y enormes pantalones que se deslizaban por la cintura dejando al descubierto su ropa interior la invitó a bailar. - ¿Por qué no? – Pensó. – Quizás pueda sacar información de este imbécil. – Estaba segura de que en ningún momento sonaría un minué, así que contempló como se movían aquellos cretinos e intentó imitarlos. Parecía una convención de epilépticos, en vez de bailar asemejaban sufrir espasmos. Se contorsionaban como si se hubieran introducido una anguila eléctrica por el intestino grueso.
Antes de que pudiera reaccionar el tipo de los pantalones caídos la sujetó por la cintura y empezó a restregarle la entrepierna por el trasero.
- Me gusta tu conjunto, es muy original. ¿Eres diseñadora? – El tipo debía de estar desgañitándose a puro grito para hacerse oír entre la estruendosa música. - El vestido de la Vanidad era más bien una especie de túnica al estilo grecorromano, muy sencilla, con un amplio escote y una gran abertura en el costado derecho que dejaba asomar su larga pierna al más mínimo movimiento. El modelito no tenía realmente nada de particular y menos si se comparaba con los del resto de "bailongas". Supuso que había topado con un adulador. Le encantaban los aduladores, tan falsos, tan hipócritas, tan predecibles. El tipo se estremeció.
- ¿De dónde has salido tú? Estás helada. - La Vanidad se giró, lo estrechó entre sus brazos acercando mucho los labios a los de él. Inmediatamente la nariz del “galán” se puso roja cuando recibió el aliento de su pareja. De sus fosas nasales empezaron a descolgarse algunos mocos.
- ¿Te gusta el reggetón?
- ¿Qué diantres es eso?
- ¿Qué es “diantres”? - La gélida sonrió – Menudo idiota.- Apretó su cuerpo al de él, el individuo comenzó a tiritar de frío.
- En este local se han pasado con el aire acondicionado. – Se estremeció de nuevo. - No pareces de aquí. Si quieres podría enseñarte otros lugares y si te apetece ver mi casa, la decoré yo mismo. – Le frotó la pierna desnuda sobre la bragueta. El tipo se encogió e intentó soltarse pero ella lo sujetó con fuerza.
- He cambiado de opinión, tengo que irme. – La gélida ignoró sus suplicas y lo abrazó aún con más fuerza. El desdichado notaba como el intenso frío entumecía todos sus músculos. Quiso apartarla de un empujón pero aquella extraña mujer era mucho más fuerte que él. Intentó gritar pero ella selló su boca con sus labios. Algunos sonrieron a su alrededor al ver la escena. Imaginaban el desenlace entre ellos dos, uno del todo equivocado.
 Lo tenía completamente en sus manos, helado, inmovilizado e incapaz de gritar. Le acercó la boca al oído y le habló en susurros. Su voz se le introdujo como un aguijón en el tímpano, ya no escuchaba otra cosa que a la gélida.
- Busco a alguien, alguien importante al que llaman el Narrador. Dime donde se esconde y te dejaré marchar. – Seguían bailando pero era ella quien lo movía como a un pelele. Ahora era ella quien acercaba el oído a la boca del cautivo en espera de respuesta. Acarició su nuca y lo atrajo hacia si con un movimiento brusco. El tipo balbuceaba en un hilo de voz pero la Vanidad era capaz de escucharlo perfectamente.
- No conozco a nadie con un nombre tan ridículo, no te miento, déjame ir.
- Aún no te he torturado lo suficiente como para creerte. Tu respuesta no es la correcta. Te lo preguntaré por última vez. – Empezó a besarle el cuello y luego descendió con la lengua hacia su pecho. Al contacto el cuerpo del pobre desdichado quedaba rígido, totalmente congelado. La Vanidad comenzó a frotarle la entrepierna en busca de la cremallera. Cuando la localizo la deslizó hacía abajo.
- ¿No querrás que empuñe tu juguetito verdad? Me apetece meterlo en mi boca, me encantan los “polos helados”. - Rompió en sollozos, sus lágrimas se congelaban a medio recorrido sobre las mejillas.
- Por favor, por favor, por favor… - Gemía. – La gélida se relamió pasando la lengua por los labios.
– Un duro y rígido helado se parte con facilidad. - Metió la mano bajo los calzoncillos. Pese al frío el hombre no pudo evitar la erección. – ¿Dooondeeee está el Narraaaadooooor? – Le canturreó.
- No…no sé de quien me hablas. Ten compasión y déjame marchar, te juro que no lo conozco. – Lo hizo callar con un beso mientras agarraba su pene que se congeló de inmediato. - Es tu ultima oportunidad.
- ¡Dios, Dios, Dios... ¿Porqué me está pasando esto?
- Dios no tiene nada que ver y tampoco vendrá a ayudarte. Solo has de decirme lo que quiero oir y podrás marcharte.
Movido por la desesperación el tipo improvisó. - Si, si... Ahora lo recuerdo, ese por quien preguntas ese....
- Narrador.
- ¡Si, eso! Ese... Narrador vive en el centro, pero seguro que lo encuentras en el Tutan, un local dos calles más abajo.
- ¿Sabes qué es lo que detesto más que al calor?
El pobre hombre puso cara de idiota. - Odio a los mentirosos. - ¿Eeeeeeh? - Tuvo tiempo de exclamar antes de que la gélida le metiera la lengua hasta el exofago.
Los ojos del desdichado se abrieron como platos cuando su pene se partió en dos. Le fue imposible gritar, se heló por dentro en pocos segundos. El corazón se le detuvo.
Quedó de pie, rígido en medio de la pista de baile. Nadie reparó en que estaba muerto. La gélida salió de la sala convencida de que en aquel lugar no sacaría nada en claro.




¿Corazón de piedra?

El Creador, pese a su abatimiento, no pudo evitar sonreír conmovido al escuchar al indio. – Pobre gárgola. - pensó. – Espero que su corazón de piedra no se convierta en graba cuando por fin encuentre lo que busca. - La creó loca y malvada. ¿Cómo podía imaginar que se encariñaría con una niña de esa forma? Su hermano tenía razón, atormentaba a sus personajes. Los ideaba solitarios y después de tantos años, tantos siglos, la gárgola se topó de bruces con algo desconocido para ella, con cariño. – El indio lo sacó de sus ensoñaciones.
- Hay algo que no entiendo. – Le dijo. - ¿Cómo es posible que, siendo tú mismo, tu hermano desconozca la existencia del monstruo de piedra. – El Hacedor sonrío de nuevo.
- No espero que lo entiendas. Solo te diré que tengo muchas caras y que todos mis mundos son uno, pero diferentes. Mi hermano no es consciente, aun no me ha consumido lo suficiente para darse cuenta de esto. Por eso no he desaparecido del todo, aunque de mi sólo queda una sombra. En algún momento dos de mis universos se mezclaron, fue un error, una disfunción y la gárgola se paseó por una historia que no era la suya. Es por eso que no la ha descubierto, de momento.
- Tienes razón, no he entendido nada. ¿Y ahora qué hacemos?
- Solo podemos esperar y confiar en ella. Toma, tengo algo para ti. – El hacedor de Historias alargó su mano hacia el piel roja ofreciéndole el hacha.
– ¡La has recompuesto!
- Aún no soy un completo inútil. Te aseguro que cuando todo esto acabe no me olvidaré de nuevo de ti. – El piel roja aceptó el regalo sin poder pronunciar una palabra, se lo agradeció con la mirada.


- ¿Dónde mierdas vamos? ¿Quieres dejar de hacer idioteces? – La gárgola volaba a ras del mar a toda velocidad sin hacer caso de los reproches de Eskatologico. Evitaba toparse con cualquier embarcación y sobre todo, temía que la descubrieran de nuevo aquellos artefactos voladores que la incordiaron hacia unas horas. Los monos habían progresado mucho en dos siglos, sus nuevas armas resultaban peligrosas incluso para ella. El monstruo de piedra conocía bien la condición humana, le extrañaba que con semejantes aparatos aún no se hubieran exterminado entre ellos.
- ¿Aun no te das cuenta de que el Creador te está manipulando? Dices que por fin eres libre pero estas haciendo exactamente lo que él desea que hagas. ¡Olvida a la mocosa, vamos a recolectar almas! ¡Divirtámonos un poco con los monos!
– Ha perdido la razón por completo, tenía que pasar un día u otro. – Criando Malvas se había envalentonado demasiado al hacerle esa afirmación a Eskatologico.
- ¡CALLAOS LOS DOOOOOOSS! Joder, podía haber ideado cualquier cosa, imaginado unos amiguitos que me hicieran la pelota, simpáticos y agradables. ¡Pero creé a un par de idiotas protestones! Ya estoy harta, cuando encuentre a Ayla no os necesitaré, no necesitaré de amigos imaginarios nunca más.
- Eres miserable y desagradecida. Somos lo que tú quieres que seamos. No puedes imaginar “amiguitos simpáticos” porque desconoces como hacerlo. Eres huraña, resentida, pero sobre todo, malvada y egoísta y así somos nosotros. No me hagas reír, suponiendo que la mocosa no se cague en las bragas cuando te vea...  ¿Crees que te acompañará, que compartirá su vida contigo hasta..? - Eskatologico se rio con desprecio. - ¿..Hasta que muera? ¿Cuánto podrá vivir un humano ahora? ¿80.90…100 años? Eso para ti es un suspiro. Aún no te das cuenta de lo absurdo que es todo esto?
- Puedo hacer que viva eternamente, ya lo hice con la Capitana Palangana.
- ¿Agradecerías su amistad con semejante maldición? Me gusta la idea, es realmente perversa.
- ¡Dejadme en paz! Ahora solo quiero encontrarla y salvarla de eso que dice el Hacedor que la amenaza. Después será el turno de liberarla del destino que el Creador le reserva.
- ¿Pero porque? ¿Qué te importa a ti todo eso? – La gárgola estaba manteniendo una auténtica lucha interior consigo misma. Sus dos conciencias intentaban por todos los medios que desistiera de su empeño creando un sin fin de dudas que la atormentaban. Sus acciones eran ilógicas, se estaba guiando por sentimientos absurdos, sentimientos propios de los monos. Solo fueron unas pocas horas pero no podía quitarse de su cabezota la imagen de la pequeña de los tirabuzones de oro y los ojos de cristal. Riendo y aplaudiendo con su muñeca de trapo en la mano. Ilusionada con las historias que le contaba el monstruo que no tiene amigos. Vislumbró tierra a lo lejos y olfateó con fuerza. Distinguió claramente su fría fragancia, se estaba acercando a su presa. Aceleró al máximo.

…Pero no lo entiendo…¿Por qué la princesa se marchó con el ogro? Los ogros son malos y “zuzios”. ¡Es injusto, “pobe” caballero! – Los rayos del sol se colaban a través de las copas de los árboles incidiendo sobre la pequeña. Un baño de luz que le proporcionaba un aurea mágica. Sus dorados cabellos brillaban como el oro y su pequeño y redondo rostro resplandecía. Sentada sobre un manto de hojas secas, con su vestido de saco y los pies descalzos, la muñeca de trapo siempre en la mano y a un lado la cesta de mimbre repleta de yerbas. La niña en si misma parecía un personaje de cuento y la gárgola desde lo alto, posada en una rama del frondoso árbol, la observaba sin poder apartar un instante la mirada de aquel cachorro de humano. La pequeña zezeaba de vez en cuando y se tragaba algunas letras cuando hablaba, lo que a la gárgola le resultaba especialmente divertido. Vio como los ojos de cristal de la niña se humedecían.
- No te entristezcas, el ogro en realidad era un príncipe al que un malvado brujo había hechizado para distanciarlo de la princesita. Pero, cuando por fin reconoció que bajo el feo aspecto del monstruo realmente se hallaba su amado. Lo beso y, como en otros cuentos cuando besan al sapo, recuperó su original apariencia de mancebo joven y guapo.
- ¿Y ya no quiso al caballero?
- El caballero negro se hizo a un lado y no se inmiscuyó entre los dos amantes. Él solo quería que la princesa fuese feliz. Interferir la hubiera hecho desgraciada de nuevo, así que cogió su caballo y marchó hacia el horizonte con el sol a su espalda.
-El “zol” era su princesa y “atraz” la dejaba en brazos de otro. Es bonito pero triste que un caballero tan devoto renuncie a su “felizidad” por la de ella. Tanta generosidad es verdadero amor y tú decías que el caballero era ruin y egoísta.
El monstruo de piedra quedó boquiabierta por el comentario de la niña. Con tan pocos años y tan inteligente, tan intuitiva. – Redención. – Le contestó la gárgola. – Eso es lo que le proporcionó la princesa al negro caballero. Purgar su pasado y, comprender al fin, que es malo hacer daño a otros aprovechándose de sus sentimientos.
- Le pagaron con “zu” misma moneda pero aun “azí” me da pena. – La niña abrazó a su muñeca con fuerza y agachó la cabeza. La gárgola desde lo alto de su árbol no podía verle los ojos pero intuyó sus lágrimas.
- No llores pequeña, no sientas pena. El caballero prosiguió sus aventuras. Capturó piratas y rescató a otras princesas acabando con sus dragones captores.
- ¿Eres un dragón? – La interrumpió. La gárgola no pudo evitar una soltar una carcajada.
- No, no lo soy.
- ¿Qué pasó “entonzes” con el caballero?
- Ayudó a nobles y aldeanos, que agradecidos y admirados de sus gestas, lo coronaron rey de un país lejano. Allí se enamoró de nuevo, se casó y tuvo muchos hijos. Pero esa es otra historia.
- Ja, ja,ja. – Rio la niña. – ¡Cuenta, cuenta, cuenta, cuenta!
- El caballero acabó loco escribiendo tonterías. Recluido en un agujero hasta la que lo sorprendió la muerte solo. Nadie lo echó en falta y cuando lo encontraron hacía días que lo velaban las ratas. ¿Por qué mientes? ¿Por no entristecerla? Empiezo a sentir vergüenza ajena.
La gárgola giró su enorme cabezón hacia la izquierda. – ¡Me importa una mierda lo que sientas y contaré la historia como me apetezca!
- No seas mal hablada o escandalizaras a la mocosa.
Miró a su derecha y a punto estuvo de empezar a lanzar toda una andanada de exabruptos cuando se mordió la lengua. Criando Malvas tenía razón. Miró de nuevo a la niña y la sorprendió riendo.
- Jijijiji, lo “haz” hecho otra vez. Estas hablando sola, eres muy divertida.
- No lo hago, a mi lado están mis amigos. - Señaló a su izquierda levantando ambas garras delanteras con las palmas hacia arriba e hizo las presentaciones. – Este es Eskatologico, un bufón al que le gusta llevarme la contraria. A veces es más molesto que un grano en el culo pero se le acaba cogiendo aprecio. – Repitió el gesto pero ahora señalando a su derecha. – Y este es Criando Malvas, un tipo algo tristón pero de buen corazón.
- Me dan ganas de vomitar. – Protestó Criando Malvas.
- Shhhhhh, le ordenó la gárgola.
- ¿Por qué yo no puedo verlos?
El monstruo de piedra bajó la voz y empezó a cuchichear como cuando los niños comparten un preciado secreto o critican a otro que se halla un poco apartado. – Solo pueden verlos aquellos que realmente lo desean.
- Pero yo quiero verlos, quiero, quiero, quiero pero no puedo.
- Cierra los ojos y ellos tomarán forma en tu imaginación, tendrán la apariencia que tú quieras.
La niña cerró los ojos con fuerza y se concentró, abrazó su muñeca apretándola contra el pecho. Un pequeño pliegue apareció en su frente y las fosas de su nariz se abrieron más de lo debido, dándole a su pequeña nariz un aspecto que a la gárgola le pareció sumamente gracioso.
Una de las pocas veces que la niña acompañó a su abuela a la aldea más cercana del bosque donde vivían, coincidieron con unos saltimbanquis ambulantes. Aquellas, personas ataviadas con llamativos trajes de colores que hacían malabarismos con palos y pelotas, se habían quedado grabadas en su mente. Imaginó a Eskatologico vestido con una cazadora de rombos verdes y rojos, unos leotardos amarillos y un divertido gorro de tres picos, adornados cada uno de ellos en el extremo por borlas azules. Criando Malvas tenía la cara pintada de blanco y dibujada una boca con las comisuras de los labios exageradamente hacia abajo, dándole una expresión sumamente triste. Ataviado con ropas oscuras y descalzo, hablaba con gestos en vez de palabras. Abrió los ojos y ahí estaban a ambos costados de la gárgola. El arlequín haciendo malabares y el payaso triste jugando con una mariposa. La niña se rió encantada y empezó a dar palmas nerviosa.
- ¡Ya los veo! Jijijiji.
- ¡Ayla ven aquí preciosa, apártate de esa cosa!

¡Apártate de esa cosa! Las palabras retumbaban en su mente. Así es como la veían los humanos, como una “cosa” horrible a la que había que tener miedo. En cualquier otro momento habría estado orgullosa de oler el pánico rezumando por los poros de la vieja, pero en aquella ocasión se sintió realmente como algo desagradable, algo sucio. La abuela de la niña la observaba horrorizada pero temía más por la vida de su nieta que por la suya propia. - Los humanos son realmente extraños. - Pensó el monstruo de piedra. Jamás estaría más a salvo la pequeña que bajo su protección y no tenía ninguna intención de hacerla daño, pero si a la vieja. Sintió el deseo de despedazarla por haber interrumpido el mejor momento de su larga existencia, pero la niña corrió a los brazos de la anciana para tranquilizarla.
- No tengas miedo abuela, es mi amiga y “zabe” un montoooon de cuentos.
- Nunca se te presentó mejor ocasión que esta, acaba con la vieja y la ahogara la pena. Aliméntate de su dolor y saciarás tu hambre, no por cincuenta, sino por cien años.
- Yo soy Ayla. ¿Y tú cómo te llamas?
No le respondió. Salió huyendo antes de correr el riesgo de abandonarse a su instinto asesino instigada por Eskatologiko.
- “No tengas miedo abuela es mi amiga, mi amiga, mi amiga…” – Aquellas palabras se le quedaron grabadas a fuego en su duro corazón de piedra. 250 años habían pasado desde aquello, 200 desde la anterior vez que la buscó y encontró su tumba en aquel pueblo fantasma. Pero el Hacedor le aseguró que estaba viva y ella mordió el anzuelo. Aunque fuera absurdo, se aferraba a la esperanza de que no la hubiese mentido. ¿Cómo iba a estar viva? – “El tiempo es relativo y en mi mundo lo mismo da un siglo que un minuto.” - Le había dicho el Creador.
- Te arrancaré las entrañas si me has mentido maldito. – La gárgola pensaba en mil y una formas de hacer sufrir al Creador. – Si, eso es, mataré a la Inspiración y ya no podrás hacerle daño nunca más, no dispondrás de nuestras vidas como te apetezca, no enterrarás a mi pequeña en este asqueroso pueblo. - Perdida en sus divagaciones, apenas se dio cuenta de que había llegado a una ciudad.
Era de noche pero el neón lo iluminaba todo. Ya no era como siglos atrás que ante su presencia todos huían impotentes. Ahora debía de mantenerse oculta a las miradas de los monos o tendría serios problemas. Le llegó el gélido aroma de la tercera de las hermanas. ¡Estaba muy cerca!




El palacio de arena.

 Pronto amanecería y tras sus pesquisas, después de dejar un auténtico reguero de témpanos de hielo, lo único que había averiguado la Vanidad, es que si algo no era el Narrador, eso es “popular”.
Nadie había oído hablar de él. ¿Dónde podía estar alguien, que en un lugar como aquel en el que todos eran auténticos posters publicitarios de sí mismos, fuese tan anodino como para pasar desapercibido?
Lo llevaba meditando largo rato mientras paseaba ignorando los comentarios que a su paso provocaba, en mayor cantidad lascivos y en menor medida pretendidos piropos dignos de sonrojo. Que afortunados aquellos mortales de que tuviera cosas que hacer. Le apetecía una masacre pero no debía de llamar la atención o papá se enojaría con ella. Debía de concentrarse en su misión.
En algún lugar tenían que estar recluidos los “don nadie” y no podía ser otro sitio, otro lugar que el extrarradio. Seguro que existía un gueto donde encerrar a los impopulares.
Ya casi era de día cuando llegó a las afueras. La ciudad se acababa de golpe y la línea en donde moría la gran urbe se definía claramente. Una última calle dedicada a lujosos hoteles y después la nada. Allá donde abarcaba la vista, solo piedras, y en el horizonte el mar.
La gélida empezaba a desesperarse cuando a su fino oído llegaron los acordes de melodías muy diferentes de las que la habían atormentado a lo largo de la noche.
El callejón era minúsculo, tanto que le costó reparar en él. Se adentró en la callejuela siguiendo la música como una rata al flautista, embelesada, hipnotizada por el canto de unos instrumentos desbocados en una orgía de notas. Al final la calle se ensanchaba y al fondo se hallaba un pequeño local de una sola planta. Austero sería el mejor término para definirlo. Una farola de luz mortecina alumbraba la entrada. Sobre la humilde puerta, un rótulo que parecía había sido pintado por un niño, rezaba el presuntuoso nombre de “Villa Corleone”.
– Quién quiera que more el lugar, a su manera también es un engreído. Menudo nombrecito para un vulgar chamizo. – La Vanidad sonrió malévola. – Eso que suena es jazz del bueno. – Pensó. Hasta el momento solo se había topado con cráneos vacíos pero quizás acababa de cambiar su suerte. Los de ahí dentro sin duda eran diferentes y el Narrador podría estar entre ellos.
La puerta chirrió cuando la empujó y ya en el interior se encontró con un lugar minúsculo. Unas pocas mesas engalanadas con manteles rojos y sobre ellas unas lámparas que imitaban a las velas. Todo muy humilde pero con cierto gusto. El escenario estaba vacío como el resto del local, la aguja deslizándose por los surcos del vinilo se apreciaba nítidamente. - ¿En plena era digital aún hay alguien que escucha discos? - La gélida cada vez estaba más intrigada.
La sobresaltó una de tono algo aflautado, todo lo contrario del timbre “machorro” habitual entre la mayoría de los habitantes masculinos de la ciudad.
- Mi intención es que algún día pueda traer un grupo en vivo, pero como puedes ver, mi parroquia es demasiado limitada como para poder permitirme eventos de ese tipo. Bienvenida a mi hogar. Lo habitual es que nadie se acerque por aquí si no se ha extraviado. ¿Es ese tu caso?
Lo vio en un rincón mal iluminado camuflado en la penumbra. Se acercó para saludarla estrechándole la mano y pudo verlo con claridad a la luz de las falsas velas. No era alto, tampoco bajo, algo relleno y tras unos cristales podía apreciarse su mirada miope. Tejanos, zapatillas y una camiseta estampada con un dibujo infantil.  - Este tipo es un friki, una auténtica especie en vías de extinción en “Ciudad…Ciudad Vanidad.” La gélida se rió para sus adentros de su propia ocurrencia. Realmente la puñetera ciudad parecía haber sido construida en su honor y se encontraba precisamente ante el único disidente.
Ese es el rasgo diferencial, el lechuguino de las gafas de culo de botella y la tripa emergente no podía ser otro que el Narrador. Tenía que ponerlo a prueba para no cometer errores y asegurarse de su identidad, aparte de ser cauta para que no sospechara de sus intenciones.
- Me gusta el jazz, en toda la noche no he escuchado otra cosa que los desagradables compases de algo que llamaban reggetón. - La Vanidad evitó estrechar la mano de su anfitrión simulando estar tan abstraída por el local y la música como para no darse cuenta del saludo. – Pero no es la música lo que me ha traído hasta aquí. Estoy buscando a alguien y creo que por fin lo he encontrado. – El tipo de la camiseta infantil la miró intrigado. Antes de que pudiese decir nada, la Vanidad empezó a recitar de memoria.
- "Se dirigió hacia la salida del local con pasos cortos, pausados. La antigua herida del costado le empezó a molestar, como queriendo evocar tiempos pasados. Hacía mucho tiempo que no disparaba contra nadie, que no mataba, pero la náusea que le había invadido al contemplar el rostro de su última víctima ya no le había abandonado nunca. Un pasado muy lejano, que pensaba ya olvidado en el fondo de alguna botella, lo había alcanzado para ajustar cuentas. El forastero era un pistolero, no tenía ninguna duda, y había llegado hasta aquel apestoso pueblo sólo para enfrentarse a él."

La respuesta no se hizo de esperar. - "Fuera del bar, un cielo ceniciento cubría los tejados y no permitía ver el sol. ¿Qué hora sería? Desde allí no podía ver el reloj del campanario. Daba igual. Cualquier hora es buena para matar o morir. Sentía que había vivido más de lo que le correspondía y que los muertos que atormentaban sus sueños habían decidido cobrarse su deuda."

- ¿Lo has leído, leíste a mi pistolero?
- ¡Eureka, lo tengo! - Exclamó para sus adentros la Vanidad. - ¿Y quién no lo ha leído? No pude dejar de devorarlo desde que abrí la primera página hasta llegar al punto y final. Ha sido mi libro de cabecera junto a tu “País de Oz” (mi “biblia”) desde entonces.
La expresión que se plasmó en el redondo rostro del tipo certificaba el triunfo de la gélida. Tuvo que esforzarse mucho para que en el suyo no se reflejara más alegría de la necesaria. Ahora la mirada del Narrador era incrédula.
– No imaginé que nadie, salvo mi amigo, lo hiciera. A fin de cuentas ambas obras no fueron más que un juego entre los dos.
- ¿Falsa modestia o realmente piensas que no valen la pena? He recorrido miles de kilómetros solo para poder conocer a mi autor favorito. – La gélida se había puesto unos guantes de forma disimulada y ahora si le ofreció su mano que el Narrador se abalanzó a estrechar. – Ese al que llamas “amigo”... – Prosiguió. - ¿Acaso te refieres al Hacedor de Historias? - La excitación del Narrador iba en aumento.
- ¿También lo conoces a él?
- Que remedio, tus novelas y las suyas se complementan y por separado pierden algo de sentido, pero ese tipo, el “Hacedor”, es un mediocre. Me resultó un suplicio leer sus libros. Su “pistolera” es un personaje sin personalidad ni glamour y sus andanzas un folletín sensiblero sin chispa. Sin embargo…sin embargo las aventuras de Flanagan tienen ritmo, emoción, te cautiva junto con el viejo Centella y el resto de camaradas.
- Compartimos a ese personaje, a “Centella”. Realmente le tomé mucho aprecio al anciano caza recompensas.
- ¡Claro! Tú le dotaste de vida, le diste una personalidad fuerte y sentimientos. ¿Y que hizo con él el Creador? Lo convirtió en un despojo como a todos sus personajes.
- Pero realmente Centella es obra suya…
- Se lo arrebataste, con tu talento lo hiciste tuyo, no te avergüences de reconocerlo. Superas al Hacedor con diferencia, entre ambos hay un abismo.
- No sé qué pensar. Ya te he dicho que todo empezó como un juego, pero no era una competición.
- Que no te ciegue tu amistad por ese mentecato. Él solo se aprovechó de ti, no te aprecia en lo más mínimo. Intentó arrebatarte las ideas para hacerlas suyas y, si es cierto, para él solo era un juego en el que te engañó como lo hace con todos.
- Parece que lo conoces muy bien por como hablas de él.
- Lo conozco demasiado, créeme. Somos… en cierto modo somos familia.
Ahora el Narrador miraba receloso a la Vanidad y está reparó en ello. - ¿Cuánto hace que no tienes noticias de ese cretino?
- Mucho ciertamente. – La contestó.
- Ni las tendrás, ya no le eres útil. Para él tan solo eres su narrador borracho, otro despojo más. Pero tú no eres uno de sus personajes, tú eres un “creador” un “hacedor de historias” mucho mejor que él y por eso te envidia, te teme. Pero has dejado de dar señales de vida, llevo meses esperando impaciente tus nuevas historias, pero estas no llegan y eso me desespera. Por eso he venido a verte, necesito de tus letras. ¿Por qué me miras de esa forma? – El Narrador la observaba fijamente, buscaba algo en el rostro de la Vanidad que a la gélida se le escapaba.
- Creí que había aprendido a reconocer al Hacedor tras todos sus disfraces. Muchas veces se acercó a mi bajo otras pieles, otras personalidades. Cuando se despojó de todas sus máscaras lo tomé como un gesto sincero de redención y no le di mayor importancia. Pero ahora has aparecido tú de improviso con esa historia de que me buscabas y con todos tus halagos... Ya no sé qué pensar, he aprendido a desconfiar de todo el mundo.
- ¿Piensas que soy él? – La gélida rio a carcajadas. - Ves, me das la razón, ese tipo no es de fiar, pero yo sí, y créeme. Solo de pensar en ponerme en la piel de ese impostor me produce gastroenteritis. Te admiro, de verdad. Ya he remarcado que soy una mujer sincera, por eso no entiendo que haces dentro de este solitario y apartado lugar. ¿Porqué no estás escribiendo apasionantes cuentos, creando mundos nuevos?
El Narrador empezaba a caer bajo el influjo de la Vanidad, sus zalamerías junto con su enorme belleza lo estaban subyugando. Le fascinaba la piel cristalina de la gélida, las sinuosas curvas de su cuerpo.
- No lo creas jaja. – Se le escapó una risa de autocomplacencia y corrió hacia una puerta que se hallaba en un rincón oscuro al fondo de la sala. – Ven, quiero enseñarte algo. – La gélida lo siguió hasta ponerse a su lado. El Narrador abrió la puerta y una luz blanca e intensa la cegó obligándola a cerrar los ojos. Cuando recuperó la visión se encontraban los dos en medio de un enorme y suntuoso palacio, rodeados de innumerables columnas que sostenían arcos mudéjares y en lo más alto una hermosa cúpula. Todo era de blanco e inmaculado mármol. En el centro de la sala, una fuente con cinco surtidores de los que se elevaban sendos chorros de agua cristalina. La gélida se sacó uno de los guantes, no pudo reprimir el impulso de pasar la yema del índice por la superficie y una capa de escarcha lo cubrió todo al instante. El Narrador no se percató de ello, estaba ilusionado ejerciendo de Cicerón, enseñándole a su flamante nueva amiga su obra más reciente.
- Este es mi Palacio de Arena. ¿Qué te parece? – Vio que estaba complacida, lo que no imaginaba era el motivo real de su expresión de satisfacción. Había dado por fin con el escondite donde el Narrador se ocultaba del mundo real. ¿Quién sabe qué otros personajes evadidos lo acompañaban aquí dentro? Quizás se encontraría con la Voz del Viento e incluso podría hallar a la mismísima Inspiración. La Vanidad estaba eufórica, segura de que su hallazgo no defraudaría las esperanzas que su padre había puesto en ella.
- ¿De qué trata tu nuevo relato?
El Narrador estaba encantado con la atención que le prestaba la gélida, ciertamente la vanidad de los hombres era las mejores bazas de las que disponía el Reverso Oscuro y el Narrador tampoco carecía de ella.
- Te presentaré a algunos de mis personajes. – La gélida disimuló su excitación, estaba muy cerca, sentía su triunfo tan próximo que la quemaba.
El orondo hombrecillo casi corría, estaba ansioso por enseñar a su admiradora todos los recovecos del palacio de arena. La gélida lo seguía sin dificultad con grandes zancadas de sus largas piernas, sin perder en ningún momento su fría distinción. Tras atravesar un largo pasillo llegaron a otra sala circular, era casi tan grande como la estancia de la entrada y estaba atestada de puertas de diferentes colores. El Narrador se dirigió hacia una de un hermoso tono verde.
- Te ruego que mantengas el silencio. No debemos interrumpir a los personajes, nuestra presencia podría sobre saltarlos.
- Seré una tumba no te preocupes.
Empujaron la puerta esmeralda y juntos observaron la escena. Un viejo sentado sobre una alfombra, en lo que parecía una lujosa mansión, contaba historias a una niña. El anciano, con un rostro sonriente que acentuaba aún más sus arrugas y las marcas del sol, se acercó a la cama de la niña y le dio una caja de madera adornada de forma sencilla con unos relieves ya desgastados por el paso de los años. Simulaban la arena del desierto y unas palmeras. Había esperado a que terminara la fiesta del noveno cumpleaños de su nieta para entregarle la caja cuando todos se hubieran marchado y la pequeña estuviera ya acostada. La casa se encontraba a oscuras, la niña y el anciano estaban a salvo de las miradas, siempre vigilantes, del padre de la pequeña.
- Ábrela.
La niña abrió la caja cuidadosamente, como si se fuera a romper en sus manos. En su interior había un colgante. Una pequeña piedra verde con forma de óvalo, tallada con esmero y que pendía de una fina cadena de oro.
- ¿Era de ella, abuelo? ¿De tu princesa?
La gélida no prestaba demasiada atención, buscaba con la mirada a otros personajes que le fuesen más familiares. Aquellos dos le traían sin cuidado. Cuando el Narrador le susurró sus explicaciones hizo como si realmente le interesaran.
- Ella es Ayla, él su abuelo. En el pasado fue un valeroso “targuí”, un hijo del desierto, un guerrero de las dunas. Un tuareg de otro tiempo olvidado en el que las únicas fronteras de su árido mundo las ponía el calor del día, el frío de la noche y el preciado recurso del agua. De esto trata mi nueva historia, de su vida, de sus hazañas y…¿Cómo no? De un amor imposible.
- ¡Impresionante! Estoy ansiosa por conocer más detalles. – Que gran actriz era la gélida, nada sospechaba el Narrador, en verdad creía que sus halagos eran honestos. La Vanidad sabía explotar perfectamente la debilidad que llevaba su nombre. Cerraron con cuidado cuando se escuchó un estruendo que parecía provenir de la primera sala en la que estuvieron. La mujer de hielo se sobresaltó.
- ¿Qué demonios ha sido eso?
- Ni idea, vayamos a averiguarlo. – La gélida lo detuvo.
- No importa, seguro que no es nada. Enséñame más. – Le rogó. Estaba ansiosa por ver qué más podía descubrir, por lo que el Narrador aún tenía que revelarle, por encontrar a los personajes del Hacedor de Historias.
- Tienes razón, esto es muy nuevo, aún queda mucho por hacer y los cimientos de mi historia son débiles. A veces rechinan y hacen sonidos extraños. Ven, te mostraré al verdadero protagonista de mi relato. – Se dirigieron hacia una puerta de un rojo intenso, casi sofocante. El Narrador la abrió.
- Aquí lo tienes, el abrasador y despiadado desierto. – La gélida cerró la puerta de un portazo lo que dejó perplejo a su interlocutor. - ¿Qué pasó, hice algo malo?
- No, no…perdona mi brusquedad. Creo que sé lo suficiente, temo perder la emoción de la historia si me cuentas demasiados detalles. La angustia que reflejaba el rostro de la gélida no pasó desapercibida para el Narrador.
- ¿Te encuentras bien?
La mujer retomó la compostura y su voz recupero el tono seguro e hipnótico. – Estoy perfectamente, es solo que todo esto es tan hermoso que me deja sin aliento. Recorramos tu palacio, verlo no restará emoción al relato. Disfrutaré plenamente de él cuando esté terminado. -
Subieron por lo que parecía un torreón, como todo en aquel lugar era de grandes dimensiones. Desde la base apenas podía distinguirse el techo y unas escaleras de caracol se elevaban hacia él mediante innumerables escalones. Se cruzaron con muchas otras puertas, más la mujer de hielo evitó preguntar por ninguna de ella. Algo llamó su atención en lo más alto de la torre.
- Todo aquí es realmente sublime, todo menos… No entiendo cómo se te ocurrió echar a perder la perfecta armonía de la decoración con algo tan disonante, tan grotesco, tan sumamente feo. – El Narrador la miró extrañado.
- ¿Feo, grotesco? No sé a lo que te refieres. – La Vanidad señaló hacia arriba. En lo más alto, sobre un pequeño saliente, reposaba una enorme gárgola de piedra en lo que parecía un equilibrio imposible. El monstruo al verse descubierto abandonó de un salto el lugar donde intentó inútilmente camuflarse. Cayó y el tremendo impacto resquebrajó las baldosas de mármol. Se acercó a Narrador y Vanidad que retrocedieron asustados ante su depravada presencia. Las garras de Magenta eran más duras que el mismísimo mármol, a su paso dejaban cicatrices en la noble piedra y un chirrido terriblemente molesto obligó a taparse los oídos a aquellos dos "monos".
- ¿Esa cosa es uno de tus personajes?
El Narrador no le contestó, se limitó a agarrarla con fuerza por la muñeca y a ordenarle.
- ¡CORRE!
Tal era el miedo del pobre anfitrión que ni sintió la punzante quemazón que le produjo el contacto con la piel de la gélida. Ambos corrían con todas sus fuerzas. La gárgola los seguía tranquilamente sin forzar el paso, eran incapaces de ganarle terreno. Llegaron a la sala de las puertas, el Narrador comprendió que no podrían de escapar corriendo de aquella cosa.
Gritó llamando a la guardia del palacio y al momento aparecieron una veintena de nubios elegantemente ataviados con turbantes azules, fajines rojos y unas bonitas túnicas también de un azul celeste. Los negros se posicionaron formando un muro humano entre su señor y el monstruo. La gárgola los miró divertida. Alfanjes, lanzas y arcabuces, esas si eran buenas armas, como en los buenos y viejos tiempos. Nada de máquinas de acero capaces de surcar los cielos y escupir misiles.
- ¡Maldita sea, seguro que el Creador ha mandado a esa cosa para acabar contigo! Tienes que detenerla. ¿No tienes nada mejor que esos soldaditos de juguete?
El Narrador también estaba asustado pero no comprendió el desprecio con el que la Vanidad trataba a unos hombres que iban a arriesgar sus vidas para defenderles.
- ¿Por qué querría el Hacedor de Historias matarme? Somos amigos.
- ¡Idiota! ¿Cuántas veces tengo que explicarte que ese gusano no tiene amigos? Seguro que ha descubierto que estabas escribiendo una nueva novela, y celoso de tu talento, ha enviado a esa cosa para impedirlo. - La mujer de hielo cada vez se comportaba de una forma más desagradable.
La gárgola recorría varios metros de costado sin dejar de mirar a los guardias, luego paraba de golpe e invertía el camino. Las armas de estos la seguían a cada paso. Ahora ya no hacía caso de los sudorosos rostros de los soldados. Había podido ver el valor en todos ellos, ninguno se anticiparía a hacer una tontería si su señor no lo ordenaba y es en los ojos de él donde clavó la mirada. Sus palabras sonaron poderosas, el Narrador no esperaba oír una voz de mujer.
- Ninguno de vosotros me interesa, solo busco a la niña. Decidme dónde está y marcharé por donde he venido, por cierto… Deberías de crear puertas más grandes, tuve que destrozar un poco la pared para poder entrar. No te preocupes, no parecía un muro maestro, la estructura resistirá. – Ambos comprendieron quién fue la causante del estruendo de hacía unos minutos.
- ¡No te quedes mirándome con cara de imbécil, si estimas tu vida y la de tus lacayos, dime donde está la niña! ¿¡Donde esta Ayla!?
- No sé de quién me hablas. – Por su expresión le fue fácil saber a la gárgola que el Narrador mentía. Eso estaba bien, significaba que la estaba protegiendo, un punto a favor para el mono de las gafas..
- No puedes engañarme, en tu rostro se grabó la angustia cuando mencioné el nombre de la pequeña. No temas, no quiero hacerle daño. Al contrario, solo pretendo protegerla. Sacrificarás inútilmente a tus sirvientes. Parecen valientes, sería una pena.
- No conozco a ninguna niña con ese nombre, pierdes tu tiempo. ¡Ahora vete!
- Os mataré a todos y la encontraré de todos modos. – Miró a la gélida antes de volver a fijar sus ojos de fuego en el hombrecillo rechoncho. - ¿Así que tú eres el famoso Narrador? Te imaginaba más alto y menos estúpido. ¿No te das cuenta que es precisamente de ella de quien quiero proteger a la niña? – Señaló a la Vanidad, esta había perdido la compostura por completo.
- ¡Manda a esos putos negros disparar de una vez!
- ¡No, no morirá nadie si puedo evitarlo! - Se dirigió a la gárgola. - ¿Qué cosa eres, es cierto que te manda el Creador? ¿Cómo has llegado hasta aquí? Este lugar es imposible de encontrar si yo no te invito a entrar.
- No estás en condiciones de hacer tantas preguntas pero hoy me siento generosa y hacía tiempo que no hablaba con nadie. Aparte de con las hermanas de “esa”. Me llamas monstruo, no hay mayor ciego que el que no quiere ver. ¿Acaso te fijaste bien en ella?
- ¿Qué has hecho con mis hermanas maldita cosa? - La mujer de hielo no era tan "fría" al respecto de los sentimientos por sus hermanas. Pese a sus disputas, les unían poderosos lazos de sangre.
- Son historia, fin, finito, end, koniec. – Se le hizo un nudo en el estómago, supo que no le estaba mintiendo. No era momento de afligirse, su propia supervivencia estaba en juego
- ¡Bah! Esas estúpidas tienen lo que merecen, pero yo no correré su suerte. La niña que buscas está tras la puerta verde. – El Narrador miró horrorizado a la Vanidad, ahora libre de su influjo, la veía como realmente era.
- ¿Por qué se lo has dicho? ¡Es solo una niña!
- Solo es un personaje, puedes reemplazarla con cualquier otro. No sacrificaré mi pellejo por una mocosa.
- La gárgola tiene razón, eres un monstruo.
La mole de piedra retomó la palabra. – Me preguntaste como llegue hasta ti. Fue fácil, solo he tenido que seguir el rastro de cadáveres que tu invitada dejó a su paso. Me llevaron hasta tu local, luego pude oler su hedor. No me envía el Hacedor de Historias, ese cretino y yo ya arreglaremos cuentas. No temas por la pequeña, con nadie estará más a salvo que conmigo.
El Narrador miró apenado a sus guardianes, su repuesta fue casi un sollozo.
- Compréndelo, no puedo arriesgarme a creerte.




La guardia de palacio se posicionó frente la puerta verde. En primera línea, rodilla en tierra, los seis arcabuceros. Un par de metros por detrás, ocho lanceros hincaron el talón en el suelo sujetando con fuerza sus armas, dispuestos a soportar una inminente embestida de la mole de piedra en caso de que los primeros defensores fueran incapaces de detenerla. En una tercera y última línea defensiva, el grupo restante armado con enormes alfanjes, bloquearía la entrada con sus propios cuerpos si fuese necesario. Tras de ellos el Narrador dirigiría la defensa, a su lado la Vanidad cada vez estaba más inquieta.
- Eres un Creador, debes de idear algo más eficaz, más poderoso que esto. Esa cosa está hecha de roca viva. Tus "soldaditos" y sus armas de juguete son del todo inútiles.
- Solo escribo “cuentos de hadas”, no se me ocurre nada lo suficientemente temible como para enfrentarse a esa gárgola.
- En los cuentos de princesas aparecen brujas y dragones. ¡Haz algo y hazlo ya!
- Tengo a la bruja, pero crear un dragón está claro que es una tarea que me viene grande. – La gélida estuvo a punto de exigirle que empleara a dicha bruja pero cayó en la cuenta de que estaba refiriéndose a ella. Lo habría matado en ese preciso instante pero "papá" le había dejado bien claro que lo quería vivo. No se atrevía a desobedecerlo y provocar su ira.
Los segundos se hacían eternos y el monstruo de piedra no se decidía a atacar. En lugar de ello empezó a dar vueltas como si fuese un enorme felino disponiéndose a acurrucarse en su caja de arena. Comenzó a cuchichear en voz baja. Ninguno de los presentes podía escuchar de lo que hablaba, ninguno salvo la Vanidad. Su excepcional oído no se perdía una sola palabra.
- ¿Qué estás esperando? No te costará ni un minuto esparcir las entrañas de los humanos por toda la sala. ¡Destrozalos, tiñe con su sangre las paredes. Devora su carne, pulveriza sus huesos!
- ¿No tenías tantas ganas de ver a “tu niña”? Te espera tras esa puerta, sólo unos patéticos soldaditos te separan de ella. Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con Eskatologiko. ¡MACHACALOS!
- ¡Ambos sois unos idiotas, tenéis una bellota por cerebro! ¿Qué concepto tendrá ella de mí si mato a aquellos que la quieren, a estos que la defienden?
- Solo son mercenarios, obedecen al gordito de las gafas. Nada tiene que ver con el cariño o la devoción. – La gárgola reprendió el comentario de Criando Malvas.
– Ningún mercenario está dispuesto a morir por quien le paga ¡Escapan a la menor oportunidad cuando las cosas se ponen feas! Mira a estos, ni pestañean.
- Tu pequeña, tu “preciosa” Ayla te despreciará de todas formas en cuando te vea. Eres una aberración, un monstruo y esa es tu condición. Es horror lo que debes inspirar a los “monos” y no cariño. Te engañas, te equivocas al igual que erraste con la capitana palangana. Jamás tendrás amigos y ahora…¡MATA!
- ¡Calla, calla, calla! – Criando Malvas se unió a coro junto a Eskatologiko.
- ¡MATA, MATA, MATA, MATA..!
- Lalalalalalalalalalalalalalala, no os escucho, lalalalalala.
Los soldados al cabo de unos minutos empezaron a mirarse los unos a los otros. Ninguno entendía nada, así que se limitaron a encogerse de hombros. Su enemigo seguía canturreando.
- Cada vez eres más patética, nunca te lo pensaste antes el aniquilar a tus adversarios. La maldita niña te ha sorbido el juicio. Está bien, elimina al menos a la hembra, ella es quien amenaza a tu protegida.
- En eso es en lo único que te daré la razón Malvas, pero para llegar hasta la hembra tengo que pasar sobre el resto. Intentaran impedirlo. Le daré lo suyo a esa cuando llegue el momento, pero debo pensar como echarle la zarpa sin dañar a los demás.
La Vanidad no era capaz de escuchar las voces interiores del monstruo, pero si sus divagaciones y con eso tenía más que suficiente para entender que las cosas en breve se le pondrían muy feas. Tenía que pensar en algo rápido, su tiempo se acababa. Aprovechando que la gárgola estaba sumida en sus pensamientos y el resto no le quitaban ojo, se acercó de forma furtiva hacia la puerta. Optó por dar un giro de 180 grados. Su supervivencia dependía de que la gárgola hubiera sido honesta y no quisiera dañar a la maldita cría.
El anciano se sobresaltó al verla acercarse corriendo y se interpuso ante la extraña mujer de hielo y su nieta. La gélida le clavó su mano derecha en el pecho y le arrancó el corazón. El hombre murió en el acto quedando tendido sobre la alfombra a los pies de la cama de la niña. El grito desesperado de la pequeña alertó tanto al monstruo como a los soldados. Antes de que estos pudieran reaccionar, la gárgola desplego sus alas y saltó pasando a través de ellos. Guardias y Narrador volaron por los aires junto a los cascotes de la pared que el monstruo atravesó para adentrarse en la habitación. Pese a la rápida reacción de la gárgola, no fue suficiente. La gélida alzaba, rodeándola con sus brazos bajo los sobacos a Ayla. La niña pataleaba y gritaba dirigiendo desesperada los brazos hacia donde yacía inerte su abuelo. Cansada de sus gritos, la gélida la amordazó con una mano.
- Si es cierto que no quieres que le ocurra nada a la mocosa, da media vuelta y desaparece de mi vista. Puedo romperle el cuello antes de que pestañees y si lo prefieres congelarla con solo echarle el aliento. – La niña tiritaba de frío.
El Narrador, junto a los guardias que habían resultado menos magullados, aparecieron en ese momento. Ignoraron a la gárgola como enemigo, los arcabuceros apuntaban a la Vanidad pero eran conscientes de que sus rifles no eran lo suficientemente precisos, ninguno se arriesgaría a errar el tiro. El Narrador asistía a la escena horrorizado.
Para un humano era imposible apreciar ninguna variación en las facciones de la gárgola, la única forma de advertir su estado de ánimo (más o menos colérico) era por el fulgor de sus ojos. En ese momento estaban completamente apagados debido a la terrible decepción. La niña que la Vanidad sujetaba tenía el pelo negro como el azabache al igual que sus ojos, y su piel era morena.
- Si aún sigues viva es porque estoy pensando la forma en que tu agonía sea más lenta y dolorosa. – La gélida, atemorizada por las palabras de la gárgola, estrechó aún más entre sus brazos a la pequeña. La niña se estremeció, seguía agitando las piernas e intentando desembarazarse de la tenaza que eran los brazos de su captora. Quería desesperadamente escapar para acudir en ayuda de su abuelo. Nadie se atrevía a mover un musculo, temerosos de que la mujer de hielo hiciera daño a la niña. Entonces fue cuando escuchó la súplica del Narrador.
- Dijiste que la protegerías. ¿Me engañaste? Por lo que más quieras, perdona todas mis ofensas y salva a Ayla de las garras de esa pérfida. ¡Te lo suplico!
- No te mentí. No quisiste creerme y ahora hemos llegado a esto. Eres el responsable de lo que pase ¡Voy a matar a esa zorra!
- Que no haga daño a la niña. – Suplicó de nuevo.
- Me trae sin cuidado lo que le pase a la mocosa, ella no es a quien busco. – La Vanidad sintió como se le encogía el estómago y gritó desesperada.
- ¡Es un farol. Estas mintiendo! Esta es Ayla, la niña por la que preguntaste.
- Puedo notar una pequeña parte de su esencia, pero no, no es ella. Date por muerta.
- ¡La haré sufrir, tendrá una muerte horrible antes de que me alcances! – La gélida miró al Narrador. – Si no quieres que eso ocurra, debes detener a la cosa.
- Te lo ruego, no consientas que dañe a la pequeña, pídeme lo que quieras. – El Narrador se postró humillado a un lado de la gárgola.
- ¿Ese es tu deseo? ¿Deseas que salve a la niña?
- Te lo suplico.
- Todo tiene un precio.
- Quédate con todo, con mi palacio, con mis sueños, con mi vida si es lo que quieres.
- No quiero tu vida, pero me quedaré con todo lo demás. Tenemos un trato, deseo concedido.
La Vanidad se congratuló complacida. – Ja, ahora las cosas están por fin a mi favor. Sea o no, esta a quien buscabas, debes cumplir tu pacto. Si no quieres que le haga daño lárgate ahora mismo. ¿Qué harás para impedir que la mate si das un solo paso?
- Ahora tengo un palacio de arena que convertir en barro. Un sueño que destruir, mucho dolor del que alimentarme. Observa cómo se convierten en polvo las ilusiones del Narrador. – Las paredes del edificio empezaron a resquebrajarse. – Yo ya tengo mi catedral, no necesito de ningún otro palacio. – Miró al Narrador. – Para nada quiero tu asqueroso castillo. – En menos de un suspiro todo desapareció. La Vanidad se llevó las manos a los ojos intentando protegerlos del dolor que le causó la luz, momento que aprovecho Ayla para escapar y correr hasta el cadáver de su abuelo.
Se encontraban en mitad el desierto, los pies de la gélida se hundían en la arena, el sol la quemaba y comenzó a derretirse. Intentó desesperadamente hacer un agujero en la tierra donde enterrarse y resguardarse del calor pero era inútil. Por más arena que extraía con sus manos, el hueco se volvía a rellenar con la arena que se deslizaba al interior. La gárgola se regocijaba, disfrutaba de cada momento del sufrimiento de la gélida. Al cabo de unos minutos tan solo quedaron las ropas, la última de las hijas del Reverso Oscuro acababa de reunirse con sus hermanas en el infierno.
Ante los ojos estupefactos de todos los presentes surgió un manantial de la nada. Se formó un lago y a su alrededor, con una velocidad fulgurante, empezó a brotar vegetación. Crecieron enormes palmeras y todo se volvió verde. Se encontraban en medio de un precioso oasis. Todos quedaron boquiabiertos por semejante milagro, todos salvo Ayla que lloraba y rogaba a su abuelo que despertara. Cogiéndolo por el cuello de su camisa intentaba zarandearlo.
Se negaba a admitir la obviedad, al cabo de unos minutos desistió y hundió la cabeza en el pecho del anciano, luego la giró en dirección de la gárgola.
- ¡Tú haces milagros, haz que mi abuelo despierte, por favor! – Sus ojos vidriosos, enrojecidos por el llanto y los mocos que colgaban de su pequeña nariz no enternecieron al monstruo de piedra.
- Todo tiene un precio y tú no tienes nada con que pagarme, nada salvo quizás tu alma, tu inocencia.
- ¡Lo que quieras, haz que mi abuelo despierte!
- De acuerdo, trato hecho. Deseo con… - El Narrador la interrumpió a gritos.
- ¡Déjala monstruo! ¡Trata conmigo, déjala a ella. ¡Solo es una niña! Quédate con mi alma en lugar de la suya.
- Tu alma ya me pertenece, nada te queda que puedas ofrecerme. Si ese es su deseo no tienes derecho a entrometerte.
- Si tengo algo que ofrecerte todavía. – Agachó la cabeza y tragó saliva antes de continuar. - Puedo revelarte el lugar donde se haya alguien que puede guiarte hasta quien buscas. Hacia la Ayla real. – La gárgola retomó el interés por el Narrador.
- Si me mientes ten por seguro que lo pagaras muy caro.
- Lo sé, por eso te diré lo que deseas escuchar antes de que me arrepienta. Busca en el norte, en la cima del mundo, en el Desierto Helado del Olvido. Allí se esconde la Voz del Viento, ella puede guiarte hasta Ayla.
- ¿La Voz del Viento? Últimamente he escuchado hablar mucho de ella. ¿Por qué crees que esa "Voz del Viento" tiene respuestas?
- Estoy tan desesperado que no me atrevo a mentirte.
La gárgola miró hacia el norte y divisó, en el otro con fin del mundo, una enorme montaña. La cima estaba oculta por una extraña niebla, semejante a la que resguardaba el pueblo fantasma del indio.
- Qué manía os dio a todos por los desiertos. No puedo verla, me estas mintiendo.
- Claro que no puedes, hace mucho que ella se esconde del mundo. No sé el motivo, tampoco la razón por la que me confió el secreto de su paradero. Espero que me perdone por mi traición. – Agachó la cabeza avergonzado. Se escuchó un sollozo pero era de alegría, el anciano no comprendía porque se encontraba en medio de un oasis y el motivo por el que su nieta lo abrazaba y lloraba. Los guardias, conmovidos, los rodearon y empezaron a lanzar vítores.
La gárgola se perdió volando en el horizonte mientras el Narrador se preguntaba si no habría sido la peor equivocación de su vida poner a esa cosa tras la pista de la Voz del Viento. En todo caso, el monstruo de piedra se llevaría una gran sorpresa. Marchó junto a sus personajes. No sabía si vendrían más aberraciones en su busca. Debía de ocultar a sus creaciones en un lugar seguro antes de reemprender la reconstrucción de su mundo.

- El radar ha detectado algo alejándose del lugar señor. – El Reverso Oscuro se acercó a la cabina del helicóptero para comprobarlo por sí mismo. – Por el tamaño y la velocidad debe de tratarse de una pequeña avioneta. – Prosiguió el suboficial de comunicaciones. - ¿Qué hacemos señor? – Acababa de sentir tan solo hacía unos minutos como su hija se desvanecía. Casi no fue capaz de contener la ira. Los responsables sin duda escapaban en aquella avioneta, quería saber hacia dónde se dirigían.
- Síguela a una distancia que no pueda percatarse de nuestra presencia. – Le ordenó al piloto. El helicóptero de combate con las siglas de la pérfida Corporación aminoró la marcha.




El reencuentro.


Volaba todo lo veloz que le permitían las fuerzas pero las colinas del fin del mundo seguían muy lejos, inalcanzables. Cruzaba un inmenso océano en calma, aletargado en un sopor de sobremesa. El mar, el homicida de las mil caras, impredecible y traicionero. El mar tiene el sueño ligero y mal despertar. Te podía matar de la manera más absurda, como bien descubrió  Wallizard trescientos años tras, incluso de aburrimiento.
Debió de ser la monotonía del trayecto lo que le trajo los recuerdos de su último encuentro con “la capitana palangana.”

- Muy felices te las prometías, te lo advertí, te hable de la calma chicha pero tú estabas pletórica. Reías y te burlabas de mí creyéndote a salvo. En tu dicha no reparaste en la truculenta trampa. ¿Cómo pudiste siquiera imaginar que un fraude como tú podría conmigo? ¡Nadie escapa de la Magenta! ¿Entiendes? ¡Nadie!
Wallizard ni tan solo miraba al monstruo de piedra, era como si la cosa no fuera con ella. Engullía unas pipas que había sacado de un girasol. Estaba rodeada de ellos, un enorme terreno se extendía a su alrededor. Allá donde alcanzaba la vista todo era amarillo.
No recordaba cómo había llegado hasta allí. Magenta empezaba a perder la paciencia. La capitana tenía la nada recomendable habilidad de conseguir enfurecer al ser de piedra.
- Te preguntarás en dónde acabaron el resto de las páginas de tu estúpido cuaderno de bitácora. En las hojas que faltan están escritos los recuerdos que se han esfumado de tu mente. No me extraña que los hayas exiliado, olvidado en el rincón más oscuro de tu cabeza de chorlito. Permite que te refresque la memoria, que me remonte al instante en que habrías dado todo por refrescar el gaznate. Qué paradoja, rodeada de agua y nada que verter por la garganta, nada con que saciar la terrible sed.
Ya os habíais zampado hasta la última rata y devorado el cuero de cinturones y botas. El escorbuto había diezmado buena parte de tu tripulación y los pocos que quedaban lucían en el cuello la protuberancia de un bocio rampante.
Ni un soplo de brisa inflaba las velas de la desafortunada nave. Cuarenta días abandonados en medio de la nada. Hervir el agua salada y lamer el vaho adherido a una sábana es todo lo que se podía hacer para intentar aplacar una sed.
Tal como pronostiqué, tus marineros te culparon. Más te hubiera valido el haberlos matado cuando tuviste la ocasión.
Magenta se encontraba incómoda sobre el suelo pero no encontró ningún lugar elevado en el que posarse. Desplegar sus enormes alas le supondrían un serio problema a la hora de retomar el vuelo. No importaba, quería estar cerca de Wallizard. Deseaba ver la expresión de su rostro, regocijarse en su miedo. Sin embargo, la capitana palangana continuaba tragando pipas y escupiendo las cáscaras sin apenas prestar atención a las palabras de Magenta.
- Esta individua está peor que tú de la mollera. Creo que te ha salido mal la jugada, que el tiro escapó por la culata y te ha explotado en la cara. ¡Mirala! Esa tía o es autista o tiene unos ovarios más grandes que tu cabeza. - Como de costumbre, era Eskatologiko el encargado de soliviantar los ánimos de la gárgola.
- ¡Calla! Cuando quiera tu opinión te la pediré. Hasta entonces mantén cerrada tu bocaza.
- ¿Y si no quiero? ¿Cómo me cerraras la boca?
- No tientes a la suerte. Igual que te cree puedo hacer que desaparezcas.
- Yo no he dicho nada, que conste.
- Lo acabas de hacer ahora cretino. - Criando Malvas, al contrario que Eskatologiko, prefería no contrariarla.
- ¿Ahora hablas sola? - Por fín Wallizar le prestó atención. - Bah, debo de ser yo la loca. ¿Qué hago despotricando con  una piedra? Me debió de dar demasiado el sol. - Los ojos de Magenta despidieron un destello de malévola energía que lo calcinó todo a su alrededor. Las ropas de Wallizard quedaron totalmente chamuscadas y su piel negra por el hollín y la ceniza..
- ¡Estúpida! Haz un esfuerzo y recuerda. Aunque no lo creas, a miles de kilómetros de distancia yo podía verlo todo.
Te ví encerrada en la bodega. Los marineros supervivientes intentaban echar la puerta abajo y entre tus brazos aquel muchacho, aquel grumete. La sed ya no te quemaba. En tu mano un cuchillo ensangrentado, el cuello degollado de aquel desgraciado. ¿Cómo aplacaste la sed? ¿Cómo sobreviviste? Recuerda.
- Escapé a nado.
- Jajajajaja. - Las carcajadas de Magenta se escucharon en varias millas de distancia pero, salvo Wallizard, nadie pudo oírlas. - Cien años han pasado desde entonces, esas son las 37 páginas que faltan en tu estúpido cuaderno. No solo necesitaste beber... Haz memoria. ¿Qué fue de los cuerpos de tus marineros?
- ¿Me tomas el pelo?
- Te aferraste a la vida durante la tormenta. Luchaste por ella en medio de la calma chicha. Vivir era tu único deseo y yo estaba allí para escuchar tus ruegos. Deseo concedido.
La capitana palangana dejó por fin de degustar simientes.
- No te he entendido ni una palabra.
- No importa, te queda una eternidad por delante para intentar comprender.
La gárgola tomó carrerilla, desplegó las alas e intentó inútilmente elevarse. Sus alas se estrellaban contra el suelo aplastando todo a su paso.
- ¡Mierda! -Exclamó.
- Parece que te queda un largo trayecto a pie. Puedes entretenerte por el camino hablando sola e inventando sandeces.
Magenta giró su cabezota y le dedicó una amplia sonrisa.
- También a ti te queda mucho que recorrer. Todos los que conocías han muerto. Todos los que se crucen contigo, todos aquellos a los que ames se marchitaran ante tus ojos y te abandonaran uno tras otro. Solo yo seguiré aquí por siempre para atormentarte, pero ahora tengo otras cosas más importantes que el hacerte compañía. Ya veremos cuánto tardas también tú en hablar sola.
Wallizard la vio alejarse, cogió uno de los girasoles que Magenta había socarrado con la mirada y exclamó.
- ¡Qué bien...pipas tostadas!

Y así fue como se quedó en soledad, mirando el vacío que produce la falta de entendederas que ella se había dedicado en convertir en su seña de identidad.
Desde el suelo todo se veía mucho más grande y menos importante quizás.
Fuera como fuese, no se sentía sola ya que aquellas pipas le aportaban la poca compañía que necesitaba para sobrevivir.
Continuó comiendo hasta que, sin más, al extender su mano se percató de que ya no quedaba nada que llevarse a la boca..
A cuatro patas palpó el suelo desesperada por si había sobrevivido alguna semilla.
Como una niña lloró por tan tremenda pérdida durante unos interminables veinte segundos.
Negación, ira, negociación, depresión y aceptación en apenas un minuto y así, sin más, enterró con sus propias manos las cáscaras que delataban aquella masacre.
Supo en ese instante que nunca volvería a ser la misma.
¿Y ahora qué? Apenas había prestado atención a lo que Magenta le había dicho. No se sentía culpable porque las palabras, desde que era muy pequeña, se le escapaban de las manos y había aprendido a aceptar su limitación como el que se aferra a la vida con lo que tiene a su alcance.
- ¿Cien años?¿Puede ser posible? -
La idea no le transmitió ninguna sensación negativa ya que sabía perfectamente lo que rezaba el dicho, que no hay mal que cien años dure.
Y así fue como se incorporó de nuevo, convencida de que en un tiempo no muy lejano recuperaría su caprichosa memoria.
La recuperaría, la ataría, la maldeciría, torturaría y escupiría, pero sobretodo, la interrogaría. Porque si de algo estaba segura, es que alguna razón de peso había de haber habido para que hubiera escapado de esa manera de su cabeza.
Su viaje comenzó.




El desierto helado del olvido.

Que fácil perderse entre la niebla de esta tierra helada, la cima del mundo, la montaña más alta. El silencio es eterno donde mora la Voz del Viento. Menuda contradicción, semejante ironía, tamaño sin sentido, ningún ruido. La busco, y mientras camino sobre la nieve me hundo en lo más profundo de la nada. Siento en el vientre un vació, futuro, pasado, presente, no tienen cabida en este lugar.
Me siento terriblemente triste. No hay luz en mis pupilas, no hay vida en esta cima.
Me engañó el Narrador, me guió hacia otra tumba... mi ánimo se derrumba.
Lo siento mi niña, te he fallado. No puedo retomar el vuelo para escapar de este lugar. Me fallan las fuerzas, siento que me muero.
La partida ha terminado.
Tarde caí en la cuenta de que ni siquiera yo soy eterna. No me amedrentan las armas de los monos, me rio de su tecnología. Se creen el centro de todo y tan solo son niños egoístas. Ahora es asi como me siento, como una de ellos sumida en mi propia inmundicia.
La nieve cae incesante, ya hace un buen rato que me desplomé sobre ella permitiendo que me cubra el olvido, dejando que se pierda mi memoria.
Es la hora de decir adiós.

- Hace frío y apenas me quedan recuerdos que lanzar al fuego. Desperdigadas por el suelo, nostalgias, sentimientos pretéritos evocadores de tiempos mejores. Los recojo, sonrío… y los quemo.
Busco en los bolsillos, por si por algún des zurcido se deslizo la esperanza. Solo encuentro el dolor, pero el dolor no arde y la llama se extingue. Nada me queda por arrojar a la hoguera.
Sé que no existe el destino, que elegimos el camino y el mío me ha llevado a este mausoleo vacío. De nuevo el desierto helado. Cuando mañana despierte ya no desprenderán ningún calor las cenizas, imposible reconocer en ellas tu voz, tu vitalidad, tu sonrisa.
Habrá vencido el olvido.

- ¿Escuchaste?
- Solo es el viento.
- No, no ha sido el viento, yo lo he oído perfectamente. Eran los lamentos de una mujer.
- Déjame, he de dormir.
- ¡Despierta cretina! No te des por vencida. No aceptes los brazos que te ofrece la muerte. ¿Vas a abandonar ahora? Recuerda que no estás sola, Malvas y yo seguimos aqui. ¿Acaso eres menos que Wallizard? Ella se enfrentó a la tormenta, no se amedrentó. ¿Eres menos que ella, menos que un humano? ¿No escuchaste esa la voz? Un lamento, unos versos. Seguro que fue la Voz del Viento. Si has de reventar, que sea mientras caminas. ¡ESPABILA!
- Solo fue el viento, solo el viento. Estoy sola, completamente sola.
- No estás sola, nosotros estamos aquí. ¡Díselo Malvas, díselo! - Malvas no contestó.
- Sí, estoy sola, siempre lo estado y ahora comprendo que ambos tenían razón. Nadie jamás será mi amigo, ni siquiera vosotros dos lo sois. Me odian como yo los odio a ustedes. Ya he vivido demasiado tiempo. Toca cerrar los ojos.
- ¿Desde cuándo nos das la razón a mí o a Malvas?
- Wallizar no habría sobrevivido sin mi ayuda. Durante la calma chicha ni toda su determinación le habría servido de nada. 65 almas cayeron primero, 65 marineros murieron antes. Hombres fuertes, robustos. Todos aceptaron su destino y asumieron la derrota.
- Unos se lanzaron por la borda. Otros, al igual que tú ahora, arrojaron la toalla y esperaron tumbados la visita de la Parca. Pero la embustera se aferró a la vida con brazos y piernas. Atada al timón se reía de la tormenta, te escupió en la cara y le dio la espalda a la muerte.
Recuerda que tú eres Magenta, el monstruo de piedra que a nobles y plebeyos amedrenta. Wallizard solo es un mono y te va a sobrevivir.
- Es una ironía que pueda conceder cualquier deseo a quien me lo pida menos a mí misma. Desearía escapar de aquí, regresar a mi catedral y olvidar, olvidar esta absurda aventura.
- Debes apoyarme Malvas, no acabaré aquí. ¡No así, no sin luchar!
- Malvas hace un buen rato que se rindió.
- ¿Y él se supone es tu conciencia cuerda? Bien, es cierto, soy un miserable y un depravado Pienso torturarte hasta el último instante. No pararé de hablar y hablar hasta enloquecerte aún más. ¡Maldita sea, camina no te rindas! Piensa en tu maldita niña, ella te necesita!
- Ella solo es una ilusión, han pasado casi trescientos años. El Hacedor de Historias me ha engañado. Ha guiado todos mis pasos hasta traerme aquí para morir. Se cansó de mí y también yo estoy cansada.
- ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres que llore, que te implore? ¡Puedes fundir el hielo con la mirada pero no haces nada! Aquí tumbada acabarás siendo una roca más del paisaje. – ¡Eso es! - Pensó Eskatologiko. – Debo enfurecerla, que el fuego de su rabia derrita la nieve. ¿Pero cómo? Este lugar está maldito, es capaz de suprimir la voluntad incluso de un ser como…¡No, yo soy ella y no me doy por vencido!
– Es cierto, el Creador se cansó de ti, de su mascota, de su marioneta. Él sabía que fracasarías. No eres más que un personaje, otro de sus perdedores. Tan frágil como el indio que escondido en su pueblo fantasma, espera que el Hacedor retome su historia. Por si solo no es capaz de dar un solo paso, igual que tú.
- Siempre has sido un grano en el culo. Sé lo que intentas pero es inútil. Yo, que me alimento de la tristeza, soy incapaz de digerir toda la que hay aquí. Me supera tanta melancolía, me sumo en un sueño profundo, en la necesidad de olvidar.
- ¡Entonces no me dejas otra opción que abandonarte!
La gárgola no respondió, cerró los ojos y dejó que su enorme cabezón reposara en el manto blanco y helado. Unas huellas se marcaban en la nieve alejándose de la mole de piedra. La etérea conciencia de la gárgola fue tomando forma poco a poco. En el exterior se sintió dolorosamente vulnerable, tenía muchísimo frío, pero menos que determinación. Eskatologiko buscaría a la Voz del Viento y regresaría con ayuda.
- ¡Mierda, mierda, mierda! – Se detuvo unos segundos con los brazos cruzados sobre el cuerpo, se frotó intentando entrar en calor, apostilló – ¡Mierda! - y continuó su marcha en el sentido contrario a la fuerte ventisca.
En la seguridad, dentro de la mente de la gárgola, jamás había experimentado sensaciones como el frío o el calor y la novedad no le gustaba en absoluto. La tormenta de nieve iba en aumento y era incapaz de ver más allá de medio metro. Perdió la noción del tiempo algo más tarde que la orientación. Casi estaba seguro de caminar en círculos pero no podía darse por vencido. Le daría una lección a esa estúpida de…de…¡Diablos había olvidado su nombre! A la gárgola no le gustaba que se dirigieran a ella por él y en contadas ocasiones ella misma lo empleaba. Pero no era por falta de uso por lo que se esfumó de su mente. Sintió una nueva emoción, una mucho más desagradable que el frío. Sintió miedo, miedo al notar que aquel lugar maldito estaba empezando a doblegarlo. ¡El Desierto Helado del Olvido! El nombre no podía ser más descriptivo. ¿Quién demonios buscaría esconderse en un lugar así? La Voz del Viento debía de ser una bruja, una auténtica arpía y la cima de la colina la trampa en la que caen los incautos.
– Pero yo no soy un vulgar humano. – Pensó. – A cabrón no me gana nadie. – Tenía claro que no debía detenerse, que seguir en movimiento era lo único que lo mantendría vivo.
La tormenta no podía durar eternamente. Recordó a Wallizard y fantaseó con que la gárgola aparecería en la copa del árbol más alto para tentarlo, para retarlo y proponerle un trato. ¿Con que intentaría engañarlo? ¿Qué le ofrecería para arrebatarle el alma a cambio de salvarle la vida?
- ¡Déjate de tonterías! ¡Camina, camina, camina, camina! No moriré aquí, encontrare a la Voz, le arrancaré el lugar donde se oculta la dichosa niña y regresaré con lan maldita cabezota de piedra. Luego saldremos los tres de aquí echando hostias, ya le daré más tarde el correspondiente correctivo a Malvas por ser tan cobarde. – Miró al cielo, estaba totalmente negro, imposible apreciar si era de día o de noche. Entrecerraba los ojos al máximo para que la helada ventisca, cortante como una cuchilla, no lo cegara.
- ¡Que frio joder! ¡Mierda, mierda, mierda…mierda!

El helicóptero parecía un frágil insecto sujeto a los caprichos de un niño cruel y caprichoso. La tormenta los atrapó nada más adentrarse en la niebla que cubría la cima de la enigmática montaña. La tripulación, aterrada, imploraba al Reverso Oscuro les permitiera dar media vuelta y escapar de allí. El hermano del Hacedor de Historias les exigió que se acercaran más a tierra.
- ¡Señor, caeremos! Está claro que la avioneta que perseguíamos se ha estrellado. Es imposible aterrizar con un aeroplano en este lugar aun haciendo un tiempo despejado.
- Desciende. – Ordenó al piloto sin alterarse lo más mínimo. Sin alzar siquiera la voz se le escuchó perfectamente entre el estruendo de la ventisca. Piloto, copiloto y suboficial se miraron los unos a los otros. No hubo necesidad de verse los ojos a través de los tintados cristales de sus cascos. Ninguno estaba dispuesto a contrariar a su jefe. Una muerte rápida era preferible al suplicio al que podían ser sometidos si el amo se enfadaba. Estuvieron muy cerca de colisionar con una ladera pero los salvó la pericia del piloto. Necesitó la ayuda de más manos para controlar la palanca del timón. Aun se encontraban a más de medio centenar de metros de tierra cuando su jefe les dijo que era suficiente.
- Regresad cuando amaine la tormenta. – Ante la atónita mirada de los soldado,s el Reverso Oscuro se lanzó al vacío.
Caminaba erguido como si nada, no le afectaba la nieve y ni se inmutaba ante el frío. La terrible ventisca apenas movía sus cabellos. Sus pies no se hundían en el manto blanco, más que caminar se deslizaba asemejando un fantasma. Al cabo de una hora pasó junto a un montículo cubierto por la nieve. No le prestó atención, por suerte para la gárgola, pues de ella se trataba. En su actual estado se encontraba totalmente indefensa. Si vio unas huellas muy recientes, pues de no serlo el viento ya las habría borrado por completo. Impasible, siguió el rastro. Al poco rato lo divisó.
- ¿Un payaso? ¡No jodamos! - No sabía si reír o enfurecerse. ¿Un payaso había derrotado a sus tres hijas? Eskatologiko estaba exhausto,  cada paso que daba era una autentica proeza de tesón desmedido. Ciego y sordo a raíz de la tormenta ni se dio cuenta del que caminaba tras de él, prácticamente echándole el aliento en la nuca.
El hermano del Creador lo observaba sin dar crédito a lo que veía. – Este no puede haber venido solo, hasta la Desidia habría sido capaz de derrotarlo sin dificultad. Quizás los otros habían perecido en el accidente, pero…¿Dónde están los restos de su avión? - El Reverso Oscuro divagaba y se hacía preguntas mil y una preguntas  mientras seguía a aquel estrambótico personaje. La conciencia de la gárgola era ajena a su presencia.
A la media hora se cansó del juego. El payaso caminaba en círculos y apenas avanzaba. No le llevaría hasta los otros, en el caso de que existieran. Decidió que era el momento de interrogarlo.
Parecía imposible sentir más frío, pero cuando aquella mano le tocó el hombro se le heló la sangre. Eskatologico se giró asustado y se topó de frente con el rostro del Reverso Oscuro.
-¡Lo sabía, sabía que el Creador nos había engañado! – El odio que en ese momento sintió, hizo que se calentara momentáneamente su sangre devolviendo el color a sus mejillas. Cara a cara, se miraron el uno al otro a los ojos. Con una voz cavernosa el hermano del Creador lo interrogó.
- ¿Quién eres, dónde está el resto, cuantos más sois? – Quedó perplejo.
 - ¿Qué quién soy? – Pensó. – Aun habiendo tomado forma fuera de la mente de la gárgola, el Hacedor de Historias lo habría reconocido. A fin de cuentas era su creación. - Hizo un gran esfuerzo para abrir más los ojos y poder ver bien a quien se tenía delante. El frío le quemó las retinas pero soportó el dolor. Examinó al individuo y este hacia lo propio con él. Su cabeza estaba poblada por una abundante mata de pelo largo y muy negro, sus ojos también eran negros, malvados y profundos. Al Hacedor ya se le veía el cartón bajo sus finos cabellos, que mal peinaban canas. El color de sus ojos era marrón corriente. Su miraba realmente no inspiraba gran cosa, mucho menos miedo, como lo hacían los de aquel tipo. Se le parecía mucho, es cierto, pero aquel no era el Creador.
Antes de que Eskatologico pestañeara ya lo había agarrado por el cuello. Lo levantó con una sola mano y empezó a estrangularlo. La fuerza de aquel demonio era excepcional pero el bufón, a su manera, también lo era.
Cuando aquel bufón se le rió en en la cara no pudo contener su ira. Le aplastó cuello y nuez con la intención de ahogarlo. No era consciente de que Eskatologiko no necesitaba respirar. Pronto advirtió su error.
- ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Eres una creación de mi hermano, no un humano normal. No te preocupes, encontraré el modo de que me supliques que acabe contigo. Es muy claro que sientes dolor.
- ¿El hermano? ¿El hermano de quién? – El bufón se hizo el tonto, era lo que mejor sabía hacer.
- Veamos como te sienta el cambio brusco del frío helado al calor abrasador. Incluso las rocas más duras acaban explotando bajo la presión del contraste.
Lo sometió a un auténtico suplicio y sin embargo aquel "payaso" no dejaba de reír. a carcajadas. En lugar de suplicar que parara, le exigía todo lo contrario.
- ¡JAJAJAJAJA! ¡Más, necesito más dolor, me encanta!
- ¿Te ríes de mí maldita rata? – Repitió una y otra vez la operación. Su mano alternaba el calor más extremo con el frío más intenso y a su vez,  el bufón alternaba alaridos con risas.
- Bah. ¿Qué podía esperar de mi hermano? Ha mandado a un loco. Tu enajenación no te servirá de nada, acabaras diciéndome lo que quiero. – De su mano libre surgieron afiladas garras semejantes a cuchillas de afeitar y empezó a destriparlo vivo. Hurgaba en sus entrañas anudando el intestino grueso con el delgado. Le arrancó la bilis y se la introdujo en la boca.
– Disfruta del festín, es de tu propia cosecha. – Eskatologiko estaba al borde del colapso, no soportaría por mucho más tiempo el dolor, pero seguía provocando con risas e insultos a su torturador.
La gárgola se retorcía bajo la nieve, le quemaban las entrañas. Hasta ese momento solo había sentido el intenso frío, frío al que se había abandonado imbuida de una melancolía que le impedía mover un solo músculo. Simplemente se había limitado a esperar, sumida en el sopor, a que la muerte la sorprendiera soñando.
Aquel dolor atroz llegó de improviso sacándola de su letargo. En mil años nunca había sentido algo parecido, algo tan insoportable. Siguió revolviéndose por un tiempo que le pareció una eternidad. Uno a uno todos sus músculos se desentumecieron y la ira se adueñó de ella. ¿Quién osaba hacerle daño?

Eskatologiko fue listo, mucho más de lo que él mismo podía haber imaginado Criando Malvas, la cabezota de piedra y él eran uno. Lo que el bufón sentía, también lo sentían sus otras dos partes. Escupió sangre en la cara del Reverso Oscuro, este lo maldijo y le vomitó ácido en el rostro.
- ¡Un poco más, solo un poco más de dolor y podrás tener lo que has venido a buscar! - Su cara se consumía, las carnes se quemaban y dejaban el hueso al descubierto. Aún así le seguía retando. El hermano del Creador estaba perplejo.
También Criando Malvas escapó del influjo del desierto del Olvido. -¿Qué es este dolor tan insoportable? ¡Alguien va a pagar muy caro por esto! - Maldijo en todos los idiomas que había aprendido a lo largo de sus 700 años.
Un gran haz de luz seguido por una especie de cúpula de vapor cegó tanto a Eskatologiko como a su adversario. Bajo los pies del hermano del Creador se licuo súbitamente la nieve. La temperatura subió de golpe muchos grados.
Cuando el Reverso Oscuro recuperó la visión el bufón había escapado de entre sus dedos. Una décima de segundo fue lo pudo escuchar de un zumbido a su espalda. No la vio venir, la enorme mole de piedra cayó sobre él y comenzó a golpearlo brutalmente. Las garras de la gárgola lo despedazaron largo rato hasta que del hermano del Creador no quedó más que una masa informe y sanguinolenta.  El monstruo siguió golpeándolo hasta que, poco a poco, su rabia se fue calmando.La temperatura de su cuerpo disminuyo y su piel de piedra recuperó su color original. Sus ojos se apagaron por fin.
Miró los despojos adheridos a sus garras y buscó una piedra donde poder limpiarse.

- ¿Dónde mierdas fuiste estúpido? ¡Que sea la última vez que abandonas mi cabeza!
- No te preocupes, no pienso hacerlo nunca más, te lo aseguro. No ha sido una experiencia “enriquecedora.”
- La tormenta ha arreciado y yo sigo muy cabreado. – Refunfuñó Malvas. – Encontremos a esa maldita Voz del Viento de una vez y salgamos de este endemoniado lugar..

La gárgola prosiguió su camino dejando atrás los restos del Reverso Oscuro.



La Voz del Viento.

Eskatologiko me puso al corriente de quien era ese al que acababa de destrozar y mi perplejidad iba en aumento. ¿El hermano del Creador? No tenía ningún sentido. Había sido demasiado sencillo acabar con ese cretino. La idea de que me están manejando, de que en ningún momento he sido yo la que realmente ha tomado las decisiones crecía. Hasta ahora, cada paso que he dado me ha conducido junto a aquellos que el Hacedor de Historias quería proteger, y de una forma u otra, quienes los amenazaban han dejado de ser un problema.
No me gusta que me manipulen, estoy colérica, tan furiosa que mi cuerpo arde. Me siento como un volcán a punto de erupcionar, mi interior es lava candente. A mi paso la nieve se funde y, si me detengo tan solo un segundo, se licua y evapora al instante. Es esa rabia que siento lo que me empuja a seguir.
El influjo de este maldito lugar, al contrario que la tormenta, no ha amainado en absoluto. A medida que avanzo me siento más pesada. Es como si la gravedad se hubiera multiplicado por diez. El peso de mi cuerpo me impide volar. Camino como si sobre mi espalda descansara todo el peso de las culpas del mundo, y me hundo poco a poco al mismo ritmo que desciende el calor de mis entrañas. Eskatologiko me incordia constantemente. Su incontinencia verbal, junto a su habilidad para enfurecerme, son un bálsamo contra la melancolía que intenta sumirme de nuevo en la desesperación. Malvas calla, quizás por sentir vergüenza de su debilidad. No debería, yo misma me di por vencida, pero es un consuelo no tener que soportar los reproches de ambos.
Ahora que todo está despejado puedo ver el lugar en el que me encuentro.Nieve y hielo lo cubre todo. Encrespadas laderas se elevan perdiéndose en el cielo.
Camino entre la garganta de un desfiladero. Parece mentira, pero aún no hemos llegado a la auténtica cima. No importa, ahí arriba es imposible que haya nada. Da la sensación de que un dios nórdico haya abierto esta garganta con una hacha apoteósica.
Tras girar un par de recovecos por fin parece que hemos llegado al otro extremo. El desfiladero se ensancha y da paso a lo que parece un valle. Las montañas que lo rodeaban lo protegen, en cierta medida, de las inclemencias del tiempo. La nieve y el hielo dejan al descubierto algunos huecos en la tierra donde crece el musgo.
Veo a lo lejos unas edificaciones. ¡Más ruinas! Toda una fijación la que tienen los personajes del Creador por desiertos y ruinas. He de acercarme a investigar.

Del suelo se elevan columnas jónicas de hermosa piedra labrada. La mayoría siguen en pie,  no así el techo que debieron sostener, hace seguro mucho tiempo. He visto restos muy parecidos a estos en Grecia.
Poco más queda aparte de las columnas de lo que sin duda fue un templo.
- ¿En honor de que Dios lo habrán construido? Que importa, ahora duerme al raso.

Decir que me he quedado petrificada parece un mal chiste, pero así ha sido. Siento un hueco en el estómago y en la garganta se me ha formado un nudo que me impide articular palabra.
De la emoción he pasado al miedo.
Los cabellos del color del oro te cubren la espalda y acababan en rizos. La piel blanca y ese vestido que parece poco más que una sábana. En tu regazo un muñeco de trapo.
Que mayor te has hecho, cuánto has crecido. Te he buscado todo este tiempo temiendo no encontrarte, y ahora que te tengo tan cerca me entran ganas de escapar. Ni Eskatologiko ni Malvas dicen nada. Tampoco tú, aunque estoy segura de que me has visto.
No me miras, arrullas a tu muñeco de trapo, parece que le cantas una nana. Es el mismo juguete que te  acompañaba en nuestro primer y único encuentro. Pero ya no eres una niña, te has convertido en toda una mujer.
Así que es eso. Todos te persiguen, todos quieren encontrar a La Voz del Viento. Todo este tiempo buscando respuestas, volando a ciegas en pos de una quimera y ahora que te tengo tan cerca me he quedado en tinieblas. ¿Siquiera me recuerdas?
La joven de cabellos dorados comenzó a hablar con voz apagada.
- La esperé durante mucho tiempo pero nunca regresó. – Su voz sonó tan hermosa como triste.
Ahí está la respuesta. ¡Me recuerda!
¿Por qué no me miras? Deseo tanto ver tus ojos de cristal, que se fijen en mí y me digan que no me tienes miedo, que no me odias. Ningún sonido sale de mi boca, siento pánico en esta incertidumbre.
Lo siento tanto, pero no podía abandonar mi catedral. Quiero gritártelo, postrarme a sus pies y pedirte perdón, pero estoy rígida como una estatua y soy incapaz de emitir sonido alguno.

- ¿Sabe? Mi abuela siempre quiso convencerme de que todo fue un sueño, de que los seres como vos no existen, pero yo guardé dentro de mí su recuerdo y no le hice caso. – La Voz del Viento parecía hablarle a su muñeco de trapo. - Durante muchos años aguardé su regreso y durante la espera imaginaba que vos velaba por mí, que era mi ángel guardián.
Crecí sola en el bosque sin otra compañía que mi abuela. Mi madre me dejó a su cuidado cuando descubrió que yo también tenía el “don”. No la culpo por abandonarme, ella sufrió mucho de pequeña y le costó la mitad de su vida que las gentes “normales” la aceptaran. Entonces llegué yo y conmigo los fantasmas del pasado.
Cuando cumplí tres años descubrió que el poder que ella no había heredado lo tenía yo. Me entregó al cuidado de mi abuela. Poco sé de mi padre, él nunca quiso saber nada de mí.
El bosque es un lugar precioso para aprender a vivir. Tan solo los lobos eran una amenaza, pero ellos tenían sus espacios de caza lejos de donde vivíamos. Los cuentos de mi abuela eran mis libros de texto, con ellos mi pequeño mundo adquiría sentido y entonces, como salida de uno de ellos, apareció vos sobre la copa de aquel árbol. Mi amiga de piedra regresaba a partir de entonces todas las noches para contarme cuentos y a velar mis sueños. Yo cerraba los ojos tranquila, vos me protegía. La inocencia de una niña que hasta entonces no había tenido otro amigo que su muñeco de trapo.

- ¿Por qué no quieres mirarme? Nada hubiera querido más que poder estar contigo para contarte historias hasta ver cómo te quedabas dormida. Pero mi sitio no estaba a tu lado. ¿Cómo decírtelo, como esperar que lo entiendas si ni siquiera puedo articular palabra?

- Recuerdo el día en que llegó él. Me pareció el ser más bello sobre la tierra. Apareció herido, desvalido, con una bala en su hombro y una herida en el alma. Un alma tan joven y sin embargo tan gastada.
A mis dieciséis primaveras tenía tanto porque aprender...  Nadie se acercaba a nuestra cabaña y las pocas veces que nosotras lo hacíamos al pueblo, nos evitaban como si fuésemos apestadas. Pero cuando la necesidad apremia y la vida se te escapa entre los dedos, no hay mayor miedo que la muerte. El bello guardabosque se arrastró en busca de auxilio. Los furtivos casi acaban con él. Fue lo que nos dijo antes de caer sin sentido.
El tiempo en mi bosque discurre distinto. Mi abuela extrajo la bala y limpió la herida. Cataplasmas impregnadas en los remedios de la tierra, muchos cuidados durante días y noches y el guardabosques recobró los colores que delatan que regresa la vida. Yo embebida en su semblante, en el vaivén de su pecho mientras respiraba. No me acordé de vos durante muchos días, también olvide a mi “bebe”, a mi preciado muñeco de trapo. Solo pensaba en él, en el momento en que abriera los ojos y escuchase su voz. Mi abuela estaba inquieta, sabía lo vulnerable que era, lo tierna que en materia de amores estaba su nieta. ¿Cómo describir lo que sentí cuando me miró?

Se me encoge el corazón, pues por lo triste de tu voz,  intuyo un trágico desenlace. ¿Ese tipo te hizo sufrir? ¡Volaré a buscarlo y lo haré pedazos!
Por fín me has mirado y he podido volver a ver tus ojos de cristal. Ya no son vivarachos como antaño, ninguna emoción en ellos. ¿Qué es lo que ves en los mios?
.
- Su convalecencia fue mi iniciación al amor. Sus ojos, su voz, su boca, sus manos, su…su todo era hermoso. Me habló de sentimientos que hasta ese momento desconocía y aquel día en el que nuestros labios se besaron, creí que habíamos sellado un pacto sagrado. Quedó rubricado cuando se fundieron nuestros cuerpos.
A la tarde salí a reunir lilas, un gran ramo, pero al regresar se había marchado. Días pasé llorando en el regazo de mi pobre “tata”, mi dulce abuela. “Mi niña despierta a los amargores de la vida” Me decía mientras acariciaba mi pelo, y por primera vez se deslizaron por mis mejillas lágrimas de hiel. Soñaba con él y ni un instante su imagen se apartaba de mi mente. Le escribí versos, hasta ese momento nunca antes lo había hecho. ¿Cómo pudo pasar? Yo que puedo ver lo malo y lo bueno dentro de cada ser, nada aprecié en él que no fuera de mi agrado. Y sin embargo, al igual que vos…él marchó.
Si bien ya no mi cuerpo, mi ingenuidad continuaba virgen y en lo triste de la situación, esperé despierta su regreso noches enteras... Hasta que la ilusión se apagó.

Yo habría endurecido tu corazón, te habría prevenido sobre lo impío del amor de los hombres, de lo falso de sus razones. Yo me alimento de promesas incumplidas, es mi comida y sé lo que me digo. Cuanto has sufrido, tu dolor me habría nutrido durante muchos siglos, pero no…no es tu amargura lo que he venido a buscar. Quiero ver brillar de nuevo tu mirada y que tu sonrisa consiga que me sienta menos malvada. ¿Soy tan egoísta por querer disfrutar de tu alegría? ¿Por qué estas enojada conmigo? ¿Qué podía hacer yo, si al igual que ahora, entonces tampoco podía moverme? ¿Por qué no puedo hacerlo? ¿Por qué no puedo decirte lo que estoy sintiendo?

Ayla se acercó me acarició el hocico con ternura, como se acaricia a un corcel y no a una grotesca gárgola de dura piedra. Es como si pudiera escuchar todo lo que pienso. No puedo sentir tu tacto y me desespero. Nada desearía más en ese momento que ser de carne y hueso para poder notar tus manos en mi cara.
¿Por qué estás enfadada conmigo?



El final de la inocencia.

Era una pequeña zona despejada en mitad del bosque, la muchacha había salido a por leña para reavivar las llamas de la chimenea. Su anciana abuela vigilaba el caldero en el que cocía la comida. Añadía los condimentos y con un cucharón de madera los removía con cuidado. Tan solo unas humildes patatas junto a unas coles. Cogió el bote donde guardaba la sal, apenas quedaba. En una estantería se acumulaban cacerolas, útiles de cocina junto a unos cuantos tarros vacíos.
Solo de pensar en tener que acercarse al pueblo en busca de provisiones la entristeció. Buscó entre los cachivaches. Disimulado entre ellos, un pote de hojalata. Lo volcó y cayeron unas pocas monedas. Con eso no tendrían para gran cosa, desplazarse casi un día para encontrarse con el desprecio de aquellos pueblerinos, y regresar como de costumbre con las manos vacías, no era una idea que la reconfortara. Miró como su nieta salía por la puerta y su estómago se encogió. Desde que aquel guardabosque apareció por allí, su chiquilla ya no había sido la misma. Su alegría marchó junto a aquel jovenzuelo y la muchacha pasaba los días encerrada en sí misma sin apenas decir palabra. El guardabosques no era trigo limpio, lo pudo ver en su espíritu desde el momento en que se desplomó ante ellas a causa de una fea herida. En ningún momento la engañó con su sonrisa de niño y sus buenos modales, pero su nieta estaba a su merced.
La proximidad de un hombre, un joven apuesto, despertó en ella su instinto vital. No estaba preparada para unos sentimientos nuevos que apenas podía comprender.
Llevaba junto a ella desde los cuatro años sin tener apenas contacto con otros seres humanos. Cayó rendida a los encantos del recién llegado, que se aprovechó sin ningún pudor de su inocencia. Se recordó a sí misma siendo casi una niña y pasando por una situación que era un calco de la vivida por su nieta. No sabía a quién rezarle, nunca creyó en entes superiores que rigieran sus vidas. De haberlos, no les debía ninguna gratitud por lo que había sido hasta ahora su existencia.
El “don” que abuela y nieta compartían era una maldición. A nadie hacían daño, pero todos las temían y miraban con recelo. Las llamaban brujas y los niños les arrojaban objetos a su paso. Si realmente alguien velaba por ellas, le pidió de corazón que en el vientre de su nieta no estuviera floreciendo otra vida.
En el exterior, un pozo protegido de los insectos y el sol con una tapa circular de madera. Apenas sacaban de él agua suficiente para el pequeño huerto donde crecían algunas verduras y patatas. Casi todo lo que comían lo sacaban del propio bosque en el que se ocultaban. No cazaban animales, su dieta era totalmente vegetariana.
Ayla se dirigió hacia el lugar donde almacenaban la leña, estaba a salvo de la lluvia bajo un improvisado techo de paja sostenido por cuatro troncos de pequeño grosor clavados en la tierra. Recogió la suficiente para que el guiso no dejara de hervir y dio media vuelta de regreso. Las ramas cayeron al suelo y por primera vez en muchos días su rostro se iluminó por la alegría. Plantado en la entrada del camino que se adentraba en el bosque se encontraba su amado. La miraba con expresión fría, eso no le importó. Corrió a su lado izando los bajos de su raído vestido por encima de los tobillos para no liarse con ellos, lo hacía descalza. Se abalanzó sobre él en busca de sus brazos pero la apartó de forma brusca. Casi pierde el equilibrio, lo miró perpleja, con todo mantenía la sonrisa y el rubor de sus mejillas delataban su gran excitación. Tras el joven aparecieron como de la nada otras tres figuras. Ahora si quedó petrificada, tuvo que tragarse todas las palabras con las que quería celebrar el reencuentro.
Los extraños traían consigo dos mulas cargadas con pieles de animales de todo tipo, ciervos, lobos, tejones, osos…También dos grandes cajas de madera que, por los resoplidos y sudores de los pobres equinos, debían de ser muy pesados. Iban armados con rifles de caza y en sus cinturas cananas con varios revólveres. Aquellos individuos olían fatal.

- Tenías razón, este es un lugar estupendo para esconderse durante unos días. – El que habló era un tipo alto y fornido. El poco pelo que le quedaba en la cabeza estaba grasiento, en antebrazos y pecho parecía acumularse el que le faltaba en la azotea.
- ¿Estás seguro de que no hay nadie más aparte de las dos mujeres?
- Lo estoy, nadie se acerca por aquí, por lo visto las rehuyen. Los lugareños piensan que son brujas. – El calvo miró por encima del hombro del muchacho y clavó sus vidriosos ojos en Ayla.
- Una hermosa bruja, debe de haberme echado algún tipo de hechizo porque no puedo dejar de contemplarla. – De hecho, todos salvo el joven, la miraban de forma lasciva recorriendo con los ojos todo su cuerpo. La muchacha estaba aterrorizada. El corazón de aquellos hombres rebosaba maldad y por sus venas corría veneno en lugar de sangre. Aquella ponzoña había corrompido sus mentes.
Ayla podía ver ne su interior, podía caminar por sus recuerdos, desde los más recientes a los más lejanos. Podía sentirlos como si fueran propios, podía encontrarlos por muy ocultos que los mantuvieran. Vio imágenes, escenas del pasado que la dejaron aterrada. Tenía enfrente a tres criminales, a tres desalmados.  No obstante, no pudo ver en el interior de su amado tara alguna, solo quería besarlo y disfrutar de nuevo de sus labios, de su cuerpo.
La condujeron a empujones hasta el interior de la cabaña. Cuando su abuela los vio entrar no supo cómo reaccionar. Miró a los ojos de su nieta buscando alguna respuesta pero solo vio volar su espíritu al encuentro de el de él. Él, por el contrario, la ignoraba por completo.

- No recibimos muchas visitas. – La anciana intentó parecer tranquila. – Apenas nos queda nada que ofrecerles para llenar el estómago, pero compartiremos lo poco que tenemos.
Los invitó a entrar, cómo si aquellos desalmados necesitaran de su permiso para hacerlo.
- Solo tenemos dos asientos, repártanselos como gusten, nosotras nos acomodaremos en el suelo. - La anciana maldijo entre dientes a los dioses. Les había pedido ayuda tan solo hacía unos minutos y en respuesta le habían mandado una plaga en forma de forajidos.
No cabía duda, aquellos tipos eran cazadores furtivos y posiblemente contrabandistas. Muchos de ellos cruzaban por el bosque. El bosque es una ruta segura para esconderse y burlar a la justicia. Hasta ahora ninguno había encontrado su refugio. Nunca, hasta que el falso guardabosques dio con ellas. Se culpó por no haberlo previsto cuando llegó. Pero aunque supo desde el principio que mentía, no podía dejarlo morir. Se equivocó.
- Gracias señora pero eso que cuece en la olla huele que apesta. Traemos carne en nuestros animales. – El calvo se giró hacia Ayla y la ordenó. – Ve y busca en las alforjas de las mulas, encontrarás, envuelta en paños y yerbas, carne de venado. ¡A qué esperas, vuela! – La joven salió disparada y regresó en menos de un minuto con un paquete ensangrentado. Uno de los tipos se lo arrebató de las manos y se lo arrojó a la anciana.
- Espero que sepas cocinar y no la eches a perder. Prepara un rico estofado y arroja a las gallinas esa asquerosa col. – La anciana pudo ver en la mente del calvo lo ocurrido hacía unas pocas semanas.


- Preparemos una emboscada, ella está sola y nosotros somos cuatro.
- Eso no es una mujer, es un demonio. Apenas hace una hora éramos seis. Ya habéis visto de lo que es capaz.
- Nosotros vamos a pie y ella tiene una montura. Lo mejor es que nos separemos e intentemos despistarla. Así, al menos tres de nosotros tendrán alguna oportunidad. Si seguimos juntos nos cazará como a conejos.
- Ya corrimos como conejos asustados. Hemos dejado atrás a dos de los nuestros y estoy seguro de que el chico seguía con vida.
El calvo de pelo grasiento cogió por la pechera al otro tipo. Este era delgado y de estatura más bien baja. El calvo, de mucha más envergadura, parecía ser el que llevaba la voz cantante.
– Puedes ir en su busca si lo deseas, pero no te faltó el aliento cuando escapaste poniendo pies en polvorosa al escuchar el primer disparo. No podemos arrastrar un herido, que se joda el chico, que se pudra junto a Willie. Ahora debemos pensar en los que seguimos de una pieza. Nos reuniremos donde ya sabéis, recogeremos el cargamento y nos largaremos a la capital. Hay un tipo, un tal Rocco, que está reclutando mercenarios para ir al nuevo continente. No hace preguntas.
- Malasangre tiene razón, aquí tenemos demasiadas causas pendientes con la justicia. Nuestras cabezas se han revalorizado mucho estos últimos meses y no podremos despegar a los caza recompensas de nuestro culo. Lo mejor es desaparecer, empezar de cero en esas remotas tierras. - El que hablaba era el más veterano de los cuatro. No rondaría muchos más de los cuarenta pero su cara picada de viruela, un herpes supurante en su nariz, junto con las arrugas de una piel quemada por el sol, le daban una apariencia mucho más envejecida.
- Ahora solo me preocupa una caza recompensas en particular le estamos regalando un tiempo precioso. Desperdigaos por el bosque y que la suerte nos asista.
Los tres delincuentes se separaron, el calvo los vio alejarse. – Con un poco de fortuna seremos alguno menos a repartir. – Sonrió al pensar en esa posibilidad antes de comenzar a correr.

La terrible herida le quemaba el hombro y por el agujero se escapaba la sangre a borbotones. Intentó detener la hemorragia metiendo en el orificio un trozo de tela de su camisa, pero no fue suficiente. Sentía que le fallaban las fuerzas, la vista se le nublaba y sus rodillas apenas soportaban el peso de su cuerpo. Escuchó muy a lo lejos un nuevo disparo. La detonación era inconfundible, un revolver de gran calibre, el arma de la caza recompensas. El miedo era lo único que lo mantenía en pie, el miedo a morir. Solo tenía 20 años recién cumplidos, no podía acabar así, aún le quedaba mucho por vivir, mucho por hacer. Se maldijo por haberse unido a aquellas sabandijas. - ¡Cobardes! – Gritó de forma inconsciente, lo habían abandonado como a un perro.
Por fortuna para él, la pistolera no puso demasiado interés en su captura. Mientras se arrastraba doliendose del hombro pudo ver como ataba en la grupa de su yegua el cadáver de Willie. - ¡Carroñeros de mierda! – A su modo de ver, no había nada más despreciable que los cazadores de hombres. No les importa en absoluto la justicia, solo el dinero que ofrecen por sus víctimas. Nunca hubiera imaginado que una mujer pudiera dedicarse a semejante “oficio”. El muchacho era un auténtico misógino, despreciaba al sexo opuesto, para él solo eran objetos de los que aprovecharse. Desde la adolescencia se dio cuenta de las oportunidades que con las mujeres le ofrecía su privilegiado físico. Cuando estaba a punto de perder la esperanza vio un claro en el bosque y en el centro una pequeña cabaña. Dos mujeres lo observaban. Se dirigió tambaleándose hacia ellas y se desplomó en los brazos de la más joven.

Pudo ver los recuerdos recientes de aquellos hombres como si ella misma los hubiera vivido. El de la nariz macilenta no estaba, no debió de conseguirlo. Preparaba el estofado con la carne que le habían dado los furtivos. Alcanzó un tarro y condimentó el guiso con lo que había en el interior. Su nieta reparó en ello, los ojos se le abrieron como platos y dirigió una mirada suplicante a su abuela.
– Necesito más leña o el fuego se apagará.
- Ya has escuchado a la vieja. – Ayla no se hizo de regar, atemorizada por los malos modales del calvo.
– Un momento…Zinue acompáñala, no sea se le ocurra hacer alguna tontería. - A la joven se le subieron los colores, aunque fuese en un espacio tan corto de tiempo podría estar de nuevo a solas con su apuesto amante.
Que desilusión, la sacó a empujones y no le dijo ni una sola palabra. Regresó enseguida con el haz de leña y lo dejó al lado de la chimenea. Los forajidos hablaban de su futuro viaje a la capital y de lo que planeaban hacer una vez allí. Ayla no reparaba en como la miraban, ella tenía los ojos fijos en el caldero donde hervía la carne aderezada con setas venenosas. Casi Podía comunicarse con su abuela. No es necesario hacer algo tan terrible parecía intentar explicarle, pero su abuela había tomado una decisión.
No nos dejarán con vida, son ellos o nosotras. - Pensó.
Los miraba de reojo y los sorprendía babeando por su nieta. - Hay cosas peores que la muerte. - Ya no albergó duda alguna.
El estofado estaba casi a punto.
Los tipos se impacientaban, podía escucharse el sonido de sus tripas. Por fin la anciana empezó a repartir el estofado en los platos. Solo había una pequeña mesa y dos sillas que habían ocupado el mandamás y el flacucho. El muchacho y el cuarto tipo, uno barbudo que se asemejaba a un oso, se sentaban sobre unas cajas.
- Ummmm, esto huele de muerte. - Exclamó el calvo. – No hay demasiado sitio en la mesa así que vosotras tendréis que comer después. Si es que os ha quedado algo. – Todos rieron a carcajadas. – Encontraste un refugio estupendo muchacho, ahora repón fuerzas, después de la pitanza las necesitaremos. – Miró a Ayla y sonrió de forma perversa, a la anciana le dio un vuelco el corazón. Por su parte, la muchacha no podía dejar de mirar los platos. El plato para ser más exactos, el del joven Zinue. El muchacho parecía el más hambriento y se abalanzó hacia el estofado.
Un grito y el plato voló por los aires. Todos miraron a la muchacha extrañados. No tardó el calvo en entender el motivo del arrebato de la joven. En sus ojos un odio desmedido.
- ¡Qué pretendías hacer maldita bruja!
La anciana miró a su nieta y agachó la cabeza. – Pobre chiquilla. – Pensó. - Tu ceguera nos ha traído la ruina.

Los furtivos se levantaron como uno solo abalanzándose sobre las asustadas mujeres. El individuo con apariencia de oso rodeó con sus brazos a la muchacha por la espalda inmovilizándola. El canijo, junto al calvo, empujaron violentamente a la anciana hasta conseguir que cayera al suelo. El primero se le puso encima inmovilizando los brazos de la anciana con sus piernas. El calvo comenzó a golpearla con los puños. A un gesto suyo, el compinche la sujetó por la cabeza. El calvo ordenó a Zinue que trajese uno de los platos junto con una cuchara.
La anciana gritaba y se dolía de los golpes, aquel animal le había destrozado la cara. Ayla era testigo de todo. Era incapaz de mover un músculo, no por que el "oso" la tuviera inmovilizada, era el horror de la escena el que la mantenía petrificada. Comenzó a gritar. El "oso" la amordazó con la mano. Se la mordió, su captor le giró la cara con una violenta bofetada. Ayla se golpeó la cabeza contra una esquina de la mesa haciéndose una fea brecha en la frente.
El calvo le gritó colérico a su compañero. - ¡Idiota, agárrala e intenta no cargártela antes de tiempo! Como la dejes inservible, por Dios te juro que te volaré la tapa de los sesos. – El otro tipo levantó a la muchacha del suelo con rudeza. Además de la brecha en la ceja, la bofetada le había partido el labio superior y su mejilla izquierda comenzaba a ponerse morada. Volvió a inmovilizarla, pero se cuidó de que pudiera ver como torturaban a su abuela. El flaco la obligaba a abrir la boca mientras el calvo intentaba introducirle una cucharada bien cargada de carne. Zinue se limitaba a observar y a sonreír..
- ¿No tienes hambre zorra? Abre esa bocaza tuya y come. Querías acabar con nosotros eh maldita. – Estaba a punto de conseguir hacerla tragar el estofado ponzoñoso. Ayla gritó y se revolvió con todas sus fuerzas.
- ¡Por mis santos cojones, haz callar a esa ramera! - El "oso" se quitó el pañuelo de su cuello y la amordazó con él.
 La anciana, haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, aprovechó la distracción de captor y torturador para liberar uno de sus brazos y mandar plato y cuchara por los aires.
Aquello encolerizó al calvo que volvió a golpearla de un modo brutal.
- ¿Traigo otro plato? - Preguntó Zinue.
- ¡No! Vamos a sacarlas al patio. Este cuchitril es demasiado pequeño y nos limita la diversión.
La arrastró por los pelos fuera de la cabaña, el canijo la fue pateando por el camino. El "oso" sacó casi en volandas a Ayla que pataleaba intentando inútilmente liberarse. Zinue los seguía regocijándose. La joven le suplicaba con la mirada que las ayudara.
- Me cansé de la vieja. – El calvo dirigió sus ojos lascivos a Ayla, se separó de su víctima y se acercó a la muchacha. La apartó de los brazos de su compañero, la tiró al suelo y se arrojó sobre ella inmovilizándola con su peso. El fétido aliento de aquel miserable casi la asfixia.
Le arrancó de la boca la mordaza con una mano mientras con la otra levantaba el vestido de la horrorizada joven.
– Quiero escuchar tus gemidos preciosa. – Lo único que escuchó fue un grito desgarrador. No podía apartar la vista de donde los otros dos criminales pateaban a su abuela. La anciana, hecha un ovillo en el suelo, ya no ofrecía ninguna resistencia. Estaba inmóvil, muerta.
- Te reservo un final más placentero que a la vieja. Pequeña, se cariñosa conmigo y no sufrirás ningún daño. – Los otros dos sicarios los rodearon esperando su turno mientras que Zinue mantenía la distancia.
El calvo se bajó los calzones y la penetró de forma salvaje. Ayla se mordió el labio inferior haciéndolo sangrar abundantemente y cerró los ojos empapados en lágrimas. Intentó ignorar la repulsión que sentía en cada embestida y comenzó a murmurar. Sus  ruegos fueron subiendo de tono hasta convertirse en un grito de auxilio. El calvo se detuvo intrigado.
- ¿A quién llama esta zorra? – Dirigió la mirada a Zinue. – Dijiste que no había nadie más en toda la zona.
- Y no los hay. - Le respondió.
- ¿Y entonces a quién demonios llama?
- Y qué se yo, se habrá vuelto loca. - Los otros dos tipos se pusieron en guardia. A su alrededor todo parecía tranquilo.
- ¡No me fio! Coge un rifle, date una vuelta por ahí y vigila. Tú ya has probado a esta perra.
- ¡No hay nadie más, maldita sea! – Protestó el joven. - ¿Por qué tengo que perderme todo lo bueno?
- Porque si no obedeces tú serás el siguiente. Te romperé tu estrecho culo. ¡Espabila! – A regañadiente se dirigió al interior de la cabaña en busca de un arma.
- Ya estoy otra vez por ti muñeca. Grita todo lo que quieras, eso me excita aún más.

Sonó una especie de cañonazo, el rostro y los rubios cabellos de la muchacha se tiñeron de rojo. En el intervalo de un segundo dos nuevos disparos y después el silencio. Ayla respiraba con dificultad, el peso muerto del calvo la estaba aplastando. A ras del suelo, miró a su alrededor. El "oso" y el canijo yacían junto al cuerpo de su "tata", ambos con un agujero en la sien. Intentó en vano librarse del peso que la aprisionaba. En el forcejeo se topó con la mitad de la cabeza del calvo. Estaba en shock y aquella visión no fue de ayuda. Habría gritado de no estar ahogándose.
El tintineo de unas espuelas sonaban cada vez más cerca. De un puntapié la liberaron del peso muerto. Ayla fue subiendo despacio la mirada, recorriendo desde abajo el cuerpo del recién llegado. Unas botas manchadas de barro equipadas con espuelas. Unos pantalones ajustados como una segunda piel a unas piernas que parecían no acabar nunca. Una canana cargada de balas y en una mano un enorme revolver. Se cubría con un guardapolvos que empezaba a estar algo viejo.
Un largo y laceo pelo castaño y el duro rostro de una mujer de alrededor de 30 años. Ojos color avellana y, cubriendo su cabeza, un sombrero sucio de polvo.
La pistolera parecía ignorarla, su mirada estaba fija en la única puerta. La pequeña cabaña no tenía ventanas.
Ayla se levantó del suelo, en un gesto de vergüenza y repulsión se bajó el vestido e intentó adecentarse. La recién llegada permanecía estática, asemejaba una estatua.
Una sombra salió corriendo del interior de la choza. Rápida como un rayo la caza recompensas  apuntó con su arma a Zinue. La joven dio un manotazo en su brazo y el disparo se perdió en el aire. Zinue desapareció en la espesura del bosque.
Una tremenda bofetada la tiró al suelo pero Ayla no emitió ningún quejido. Se topó de bruces con el cadáver de su abuela. Escondió el rostro entre sus manos y comenzó a llorar.

Durante cerca de una hora siguió las vicisitudes de aquella extraña mujer sin pronunciar palabra. La pistolera dio un agudo silbido y apareció de entre los arboles una hermosa yegua negra. Enterró a su abuela, luego despojó de su carga a las mulas de los malhechores. Arrojó al suelo las pieles y a continuación las pesadas cajas. Al caer se hicieron astillas y de su interior salieron rifles nuevos y relucientes. A la extraña no parecían interesarle aquellas armas que seguro valían un buen dinero. Izó sin aparente esfuerzo los cadáveres y los sujetó con cuerdas a lomos de las mulas. En la primera el calvo y el canijo, en la segunda el tipo con aspecto de oso. Subió a su montura, tras de sí las mulas unidas a la yegua con sogas, y sobre el lomo de estas, la tétrica carga.
Sentada sobre sus talones, la seguía con la mirada sin pestañear. La pistolera azuzó a su montura y se puso en marcha. Antes de recorrer un par de metros se detuvo, miró a su alrededor. La pequeña choza, el montículo de tierra bajo el que reposaba el cuerpo de la anciana y por último a la muchacha.
Ayla pudo ver el interior de la mente de aquella mujer, tuvo que apartar la mirada. Cuando la miró de nuevo, la pistolera le tendía la mano. La muchacha se acercó lentamente de forma tímida. La levantó del suelo como si pesara menos que una pluma y la sentó a su espalda en la grupa de la yegua. Los cinco se adentraron en el bosque.


No pronunciarás el nombre del monstruo en vano.

- La llamé, grité con todas mis fuerzas pero no sabía su nombre. En mi inocencia de niña estaba convencida de que vendría, que aparecería en el cielo con sus enormes alas, que descendería y nos libraría a mí y a mi abuela de aquellos malvados. Pero en lugar de vos apareció ella, la pistolera, y cuando lo hizo ya era tarde para mi pobre tata. – La gárgola se sorprendió al darse cuenta que, a las caricias de la joven, respondía con un ronroneo como si de un dócil gatito se tratara.
 No le importaba no sentirlas, disfrutaba imaginando como sería el tacto de las manos de la muchacha. La reconfortaban de todo aquel sufrimiento, de lo que sentía al escuchar de labios de su niña aquella terrible historia.
- Lo siento, lo siento, lo siento…yo no podía… - Ayla se separó de ella, se acurrucó frente a la hoguera en la que se calentaba y agarró su muñeco de trapo.
– Lo sé, no se apure. Sé que estaba presa, que no podía escapar de su catedral. Lo he visto en su cabeza junto con muchas otras cosas. – La Voz del Viento había abierto un vínculo telepático con el monstruo de piedra, no necesitaban de palabras para entenderse. Solo Ayla hablaba.
– A partir de aquel momento dejé de ser una niña. Muchas cosas pasaron desde que la caza recompensas me dejó en el pueblo pero preferí perder el recuerdo de aquellos días. – Su voz era un susurro impersonal, casi mecánico. Era difícil apreciar tristeza, melancolía u odio en su tono. Mecía su muñeco mientras hablaba dando la espalda a la gárgola.
- ¿Es por eso que estás enfadada conmigo? Perdóname, nada me habría hecho más feliz que colgar de la copa de un árbol por sus propias tripas a aquellos desalmados. Más no puedo romper un trato, estoy sujeta por unas invisibles, pero gruesas cadenas, a mi catedral. Así me lo impuso el Caballero Negro, ese fue nuestro acuerdo. Cincuenta años de encierro y solo unas pocas semanas para buscar a quien corromper, de quien alimentarme.
– Pobre, en casi mil años de existencia, apenas ha vivido una década. Siempre sola, sin cariño. Al menos yo tuve a mi tata, a mi abuela. También vos es una niña perdida.
No sé en qué momento el Creador me acogió en su mundo. Me ofreció una vía de escape, un personaje y una nueva historia en la que sería una valerosa heroína.
Juntos nos escondimos de la realidad, busqué refugio en sus fantasías y por un tiempo olvidé mi amargura. Ambos vivimos en el engaño, no sé decir si por siglos o si tan solo fue un instante.
Pero él tenía a su propio Zinue, a su Inspiración que es como él la llamaba y yo nunca llegué a olvidar al mio.
No, no era una salida y, por más que fuera atractiva la idea, su mundo no era el mío.
Lo dejé, no sin un gran dolor, y me escondí en este lugar con la esperanza de olvidar.
Miré en que he convertido lo que antaño fue una hermosa cima. –

Por fin el monstruo de piedra recuperó el habla.

- He visto lo que el Creador ha ideado para tí, el destino que te reserva. Un lugar bajo tierra junto a otro centenar de tumbas sin nombre. Hiciste bien en escapar de él, es un ser despreciable. Puedo librarte de tu carga, salvarte de ese destino. Solo has de pedirlo.
El Hacedor busca a la Inspiración. ¿Sabes dónde puedo encontrarla? Si doy con ella podré matarla y sin ella el Hacedor de Historias no podrá hacerte daño. Sin la Inspiración se destruirá su mundo y todos seremos libres.
- ¡Nooooo! – Por fin la Voz del Viento pareció recuperar su humanidad. ¿No lo entiende? Usted busca un comienzo y de ese modo solo hallaría el final.
- No, de verdad que no lo entiendo.
En todo caso jamás podrá encontrar a la Inspiración. Ella está muy lejos, fuera de nuestro alcance.
- En ese caso nada te retiene en este lugar, él ya no puede hacerte daño. Yo te sacaré de aquí.
- ¿Es lo que vos cree, que él desea mi mal?
- Yo vi tu nombre en una lápida.
Ayla sonrió y por primera vez en todo ese tiempo, sus ojos de cristal volvieron a brillar.– Pactemos mi final. Estaba encantada de formar parte de su moderna tragedia griega. Un final hermoso con el que decir adiós en la convicción de servir de inspiración a otros.
- ¿Qué tiene de bello la muerte? ¿Qué inspiración es esa que me privaría de ti para dejarme solo tu ausencia?
- Es solo una historia, no es real.
- ¡Estoy harta de que me digan que no soy real, que no soy más que un personaje salido de la pluma de un escritor! ¿Acaso no estamos las dos aquí y ahora?
- No me dijo su nombre.
- ¿Por qué cambias de tema?
- Veo a Eskatologico y a Criando Malvas, aunque no dicen nada. Vos me los presentó y desde entonces también ellos me hicieron compañía en mi solitaria infancia. Los llamaba por su nombre y me hablaban pero vos… ¿Cómo llamarla?
- El mío es un nombre ridículo para un monstruo.
- No lo eligió vos?
- No.
- ¿Quién entonces?
- No lo recuerdo. ¿Acaso importa?
- Por favor…
La gárgola mascullo si debía responder, finalmente emitió un susurro inaudible. Ayla sonrió.
- Es un nombre precioso. ¿Por qué se avergüenza de él?
El monstruo de piedra se sorprendió. – Solo eructé un sonido ininteligible, no has podido entenderlo. – La Voz del Viento no dejó de sonreír, en todo aquel tiempo había permanecido inexpresiva y distante, pero ahora parecía que recuperaba poco a poco humanidad junto al color de sus mejillas.
- Puedo ver en tu mente, no necesito palabras para entender.
- Ahora me siento ridícula, desnuda. Solo revelo mi nombre a aquellos con los que cuento que no verán otro amanecer. Por favor te lo ruego, manténlo en secreto.
Ayla rio a carcajadas. – MAGENTA, MAGENTA, MAGENTA, MAGENTA, JAJAJA.
- Haces que me avergüence…
- ¿Pero porque? ¿Qué tiene de malo?
- No es nombre para un monstruo. Debería de poseer uno que inspirase terror solo el pronunciarlo.
- Vos no sois un monstruo.
- No tienes ni idea de las vilezas de las que he sido capaz.
- Se equivoca. - Dio por zanjado el tema. - No se preocupe, estamos solas aquí, nadie puede oírme así que su secreto está a buen recaudo.
- Yo no estaría tan seguro pánfila. – Sonó un zumbido que Magenta reconoció en seguida. Se abalanzó hacia el lugar del que provenía protegiendo con su cuerpo a Ayla. El impacto fue terrible, la gárgola salió despedida dando volteretas en el aire con una extremidad delantera menos. No se había equivocado, aquel era el mismo sonido que emitían las “saetas” que le dispararon los artilugios voladores con los que se topó en el inicio de su viaje. Recompuso su garra en un instante y volvió a interponiéndose entre la Voz del Viento y quien les atacaba.
No podía dar crédito a lo que veía. Lo había destrozado, no dejó de él más que un amasijo de carne informe y sanguinolenta y sin embargo ahí estaba de nuevo, como si lo pasado solo hubiera sucedido en su imaginación.
Totalmente repuesto, el traje impecable y cada uno de sus cabellos pulcramente peinados y en su sitio. El Reverso Oscuro la miraba con sorna y desprecio. Arrojó al suelo su lanza granadas.
- No necesito de esto para ponerte en tu sitio. ¿Qué tal sienta que te pillen desprevenida?
- ¡Tú, tú no deberías de estar vivo!
- Menuda sorpresa, no podía imaginar que algo tan feo como tú sería hembra. – El hermano del Creador oteó a su alrededor. - No veo al payaso, no importa, ya le daré su merecido cuando acabe contigo. – La miró fijamente. – No entiendo como el cretino de mi hermano ha podido ocultarme tu existencia. Por una vez debo felicitarlo, por fin ha creado algo digno. Lástima, podías haberme servido bien, pero has matado a mis hijas y no puedo dejarte con vida.
En cuanto a tu "amiga"...  La Voz del Viento… ¡JA! Menudo fraude. Tampoco esto lo esperaba, no es más que una niñata. Creo que primero me ocuparé de ella. En fin, ya averiguaré el por qué es importante para el Hacedor de Historias.
- No permitiré que la toques un pelo. ¡Te despedazaré si lo intentas! Y esta vez me encargare de que no quede ni polvo del que puedas recomponerte.
- No te inquietes, será un momento, enseguida estaré contigo.
- Está claro que te sobrevaloras, cretino. - Magenta dejó al descubierto sus afiladas garras.
- ¿De verdad crees que puedes derrotarme?  No volverás a pillarme desprevenido. Solo eres una grotesca caricatura de monstruo, a fin de cuentas eres obra de mi hermano.. En mis manos serias realmente pavorosa.
La nieve al rededor de la gárgola comenzó a fundirse y Ayla tuvo que apartarse para no quemarse.
- No te sulfures, te estás poniendo "roja", cuida tu tensión no sea que te dé un ictus.
- Veremos quien ríe el último. - Magenta desplegó las alas y su cola comenzó a moverse de un lado a otro destrozando y aplastando todo lo que encontraba a su paso. Aya estaba lo suficientemente apartada para no correr peligro.
- Creo que voy a divertirme bastante con esto. - El Reverso Oscuro se desabrochó la chaqueta con la mayor de las indiferencias.
- Solo lo harás si eres masoquista. De ser así vas a disfrutar como nunca antes..
- Ja…ja…ja. Que miedo Ma…gen…ta.
- ¡Mierda, ahora si que la has cagado!





Deseos que son veneno.

- Tienes que escapar de aquí, este…lo que sea, asegura ser el hermano del Creador. De no ser un embustero cabe la posibilidad de que no pueda vencerlo. El Hacedor de Historias me advirtió que corrías peligro y sin ninguna duda él es la amenaza a la que se refería. – Por primera vez en su larga existencia, la gárgola estaba asustada. No temía por su vida, su miedo era no poder proteger a quien durante tanto tiempo había buscado y, ahora que al fin la tenía a su lado, no concebía la idea de perderla. Con todo, debían separarse de nuevo. Aguantaría todo el tiempo posible y si debía de morder el polvo sería cuando Ayla ya estuviera muy lejos y a salvo. 
- No puedo marchar de aquí, es imposible que pueda huir.
Esa respuesta no la ayudó a mantener la calma, al contrario, ahora lucharía bajo una presión mucho mayor.
- ¿Cómo imposible? Escapa por el mismo camino por el que llegaste. - Magenta recapacitó sus palabras. No tenía ni idea de como pudo la Voz del Viento llegar a aquella montaña, lo que si era seguro es que la única forma de abandonarla era volando.
- Es demasiado tarde, pertenezco a este lugar. Estoy encadenada a él al igual que vos a su catedral. Sé el por qué llegué y ese es el como, pero escapar...eso ya es otro cantar.
- Eso que dices es tan absurdo como mantener una conversación con Wallizard, pero no hay tiempo para discutir. Debes alejarte de aquí lo máximo posible y a toda prisa.
- ¿Wallizard?
- Cuando acabe con esto te hablaré de ella pero ahora… ¡Ahora aléjate de mí por lo que más quieras!
El hermano del Creador parecía aburrirse. De vez en cuando se miraba la punta de los dedos comprobando lo bien cuidadas que estaban sus uñas. Tan impecables como su indumentaria , su pelo y todo su aspecto. En realidad tenía todo el tiempo del mundo y aún así muy poca paciencia. .
- Cuando quieras podemos comenzar. – Dijo sin dejar a relucir unos nervios que comenzaban a estar a flor de piel. – ¿O acaso te falta el valor? – Magenta lo miró con ojos de fuego.
- Nunca he necesitado guardármelo para que me sobre. ¡Prepárate, voy a destrozarte!
- Ya hace un buen rato que me aburres con la misma cantinela. ¿A qué esperas? – El monstruo de piedra se dispuso para el ataque cuando la Voz del Viento la distrajo de nuevo.
- Ten cuidado. – Le imploró. – En mis años de vida me he cruzado con seres miserables y malvados, pero en el fondo de todos ellos había algo bueno. Un pasado, unos tiempos mejores, una infancia y recuerdos bellos, pero quien tienes enfrente… - En su rostro una mueca de repulsión. – Jamás pensé que podría decir algo así pero…Ese ser no merece piedad. Es todo maldad, nunca, nunca he visto nada semejante. Que no tiemble su mano, bueno... su garra. Sea o no el hermano del Creador, vos sois más fuerte. Habéis descubierto la bondad que se escondía en vuestro corazón y esa es suficiente razón para que el valor os acompañe.
Las palabras de Ayla le infundieron todo el ánimo necesario. Atacó de forma imprevista intentando sorprender a su oponente. Se lanzó como un rayo sobre él, pero fue ella la sorprendida al comprobar con la facilidad que la esquivaba en cada embate. Parecía como si se tele transportara de un lugar a otro. Todos sus ataques acabaron con idéntico resultado El Reverso Oscuro se esfumaba delante de sus ojos en cada ocasión que intentaba asestarle un zarpazo. Utilizó sus alas para arrinconarlo y poder aplastarlo con su cola. Era demasiado rápido, lo atacaría desde el aire. No había ningún lugar al que subirse para poder izar el vuelo. No al menos sin alejarse y dejar desprotegida a Ayla.
Desde el cielo estaba segura de que podría alcanzarlo pero no se arriesgaría a dejar a su amiga a merced de su enemigo.
Por su parte, el hermano del Creador no hacía siquiera el amago de devolverle los golpes. Se limitaba a sonreírle de forma burlona, lo que enfurecía aún más a la gárgola.
Notaba como se calentaba peligrosamente. Comprobó que Ayla no estuviera cerca. La joven se parapetaba tras unas rocas, abrazaba a su muñeco de trapo.
En cada una de sus frustradas embestidas había conseguido, poco a poco, desplazar a su enemigo lejos de la muchacha, consciente de que en cualquier momento podría estallar en cólera y calcinarlo todo a su alrededor.
Así es como sucedió. Una gran bola de fuego arrasó una extensa área alcanzando por fín al Reverso Oscuro.
- ¡Ya está de regreso en el infierno! - Se congratuló la gárgola, ahora convertida en incandescente lava.
Reapareció de entre las llamas como si nada. La sonrisa torcida en una mueca de desprecio.
- Tendrás que intentar otra cosa mi patética amiga. El fuego es mi elemento natural. En un lugar como este, helado como el corazón de un verdugo, es todo un reconstituyente. – Lo vio caminar entre las llamas, ni siquiera su ropa se había chamuscado.
 – Piensa Magenta. – Se decía para sus adentros. – Te has empleado a fondo, más con la violencia no has conseguido absolutamente nada. Por otro lado, él no te devuelve los ataques, está claro que todo lo que tiene es velocidad. Sabe que no me puede vencer y por eso se limita a esquivar los míos. – Una voz interior la distrajo de sus cavilaciones, era Eskatologico.
– Mientras ese mierda me torturaba no dejaba de hablar y hablar. Sé que es lo que quiere, conozco lo que desea. Deja de hacer el ridiculo y juega tus cartas. - Le guiñó un ojo y sonrío con malicia  – Ya sabes a lo que me refiero. – La gárgola lo sabía muy bien.
 Alzó la voz con su tono embaucador e hipnótico.
- Podemos pasarnos así toda la eternidad y no llegar a ningún sitio, o podemos zanjarlo por la vía rápida llegando a un acuerdo satisfactorio para ambos. Sé que es lo que quieres. Te ofrezco una manera sencilla de conseguirlo sin necesidad de perder más tiempo.
- ¿En serio lo sabes? Por que en este momento no deseo otra cosa que acabar contigo.
- ¡Bah! Esa no es tu prioridad. Además, estoy segura de que has comprendido que no puedes vencerme, por eso que nos gastas energías en atacarme. Tú lo que realmente quieres es ocupar el lugar del Hacedor de Historias. Crees que necesitas a sus personajes y a sus amigos (de tener alguno). ¿Y si yo te digo que nada de eso es necesario? Puedes tomar su lugar de forma limpia y sencilla, solo has de pedirlo. Pide por esa boquita y te concederé tu deseo.
A cambio solo tendrás que dejarnos en paz a mí y a la muchacha. Luego podrás buscar a los demás si quieres, lo que hagas con ellos me es indiferente. ¿Qué me dices, tenemos un trato?
El Reverso se rió a carcajadas. – No insultes mi inteligencia, yo ya jugaba a ese juego cuando tú no eras más que un bloque de piedra en una cantera. ¿Quieres que ocupe el puesto de mi hermano? Agotado, sin fuerzas, derrotado en su castillo de naipes. Ha sido un intento muy simplón, esperaba más de ti. Ahora veras cual es mi verdadero poder. También yo puedo ser el mago de la lámpara, pero a diferencia de ti, no necesito de permisos ni de tratos. Puedo ver dentro de tu cabeza como si tus deseos los tuvieras esculpidos en la piel, también los de ella. - Señaló a la Voz del Viento que seguía  detrás de los mismos peñascos. Ahí tienes a tu “dulce niña”, esa que piensas que es tu amiga. ¿De verdad crees que le importas un carajo? Jamás has estado siquiera un poco cerca de sus prioridades. Ella tiene un único deseo, es tan obvio que habría de estar ciego para no verlo. ¿No me crees? Pues observa.

Como si le quemara en las manos arrojó su muñeco de trapo a metro y medio. Ante los ojos incrédulos de la gárgola, el juguete fue creciendo hasta llegar al tamaño de una persona. Su aspecto era pavoroso pero a Ayla no parecía importarle. Parecía hipnotizada y en su cara se iluminó, era como si  reflejara la luz del sol. Era así de resplandeciente como Magenta la recordaba cuando de niña se la encontró en el bosque. Corrió como una loca en busca del muñeco y ambos se fundieron en un abrazo. El grotesco pelele acariciaba sus cabellos y ella se dejaba querer. Sus ojos un brillaban de felicidad. Magenta asistía estupefacta a la grotesca escenas sin ser capaz de entender nada.

- ¿Qué mierda has hecho? ¿Qué pérfida criatura es esa? Esto es entre nosotros dos, déjala a ella tranquila.
- Esas pueden que sean tus reglas, pero no las mías. Mira lo feliz que se la ve. Él es lo único que le ha importado siempre, teniéndolo a su lado ya ni recuerda que existes.
- ¿A esa abominación? ¡Es es absurdo!
- Un muñeco es lo que tú ves, pero ella se ha reencontrado por fin con su pasado. ¡Ah el primer amor! Ese que dicen que nunca se olvida. Aunque, bien es verdad, que ella no ha tenido ningún otro.
- ¡Detén esta farsa, te lo ordeno! Ella es inofensiva, es del todo inocente. Enfréntate a mí, yo soy tu enemiga y no ella.
- ¿Estas celosa? Mira lo feliz que está, observa como besa a su joven y apuesto “guardabosques.”
- ¿Cómo puedes saber eso?
Escuché su historia, también te vi como ronroneando como un gatito mientras te acariciaba el hocico como si fueses su mascota. Una imagen enternecedora, casi tanto como la de ahora. Mira, ese es el único monstruo que ocupa un lugar en el corazón de la ricitos. ¿No te alegras de verla feliz?
Magenta miraba a la extraña pareja, ambos se besaban apasionadamente. Ella, hermosa con su blanca piel y sus dorados cabellos, al igual que cuando niña, le parecía salida de un cuento de hadas. Sin embargo el muñeco era grotesco, horripilante, un auténtico mal sueño.
Su perplejidad se tornó en terror al darse cuenta de que el aspecto de la joven empezaba a cambiar. Poco a poco sus cabellos se volvían plateados y su piel se arrugaba. Aquella cosa le estaba chupando la vida como una sanguijuela se alimenta de la sangre. Se giró dando la espalda a su enemigo dispuesta a abalanzarse sobre la abominación de tela. El Reverso Oscuro la detuvo con sus palabras.
- ¿Estás segura de que quieres hacer eso? ¿Matarás a lo que más quiere? Te odiara por siempre y la perderás. Te despreciara y ya no será diferente a todos los demás. – Magenta se detuvo e intentó razonar. No le costó mucho decidirse, Ayla ya era una anciana, le quedaban segundos de vida.
- ¡Que me odie, que me odie, que me odie, que me odie! – Cayó sobre el muñeco destrozándolo de un solo zarpazo. La tela, junto al serrín de su interior, quedó hecha jirones y esparcida por el suelo. La Voz del Viento miró a Magenta interrogante antes de lanzar un grito ahogado y comenzar a llorar de forma histérica.
- ¡¿Por qué has hecho algo así?! ¡Aléjate de mí, no quiero saber de ti nunca más! – Recogió la cabeza cercenada del muñeco y la meció en su regazo. -¡Vete, eres un monstruo!
El hermano del Creador no podía dejar de reír mientras miraba como la gárgola se alejaba cabizbaja de Ayla.
– Mírala, ahora por tu culpa pasará amargada lo poco que le queda de vida. Mejor hubiera sido dejarla morir en brazos del muñeco. Me equivoqué contigo estatuilla animada, eres igual que el resto de los personajes de mi hermano. ¡Patética y sentimentaloide! – Magenta había perdido las ganas de reanudar el combate. Deseaba matar al Reverso Oscuro, lo deseaba firmemente. No por haber hecho que Ayla la despreciara... No era capaz de dejar de mirar a la anciana, el como arrullaba y mecía la cabeza de aquella abominación. Era mayor la pena que su ansia de venganza.
- ¿Qué te pasa monstruito? Te veo afligida. ¿Es porqué tus deseos se han ido a la mierda? Ya es imposible que puedas volver a sentir de nuevo su tacto sobre tu piel. ¡Huys, lo olvide! Tú no tienes piel, eres de roca viva. También eso lo vi. Te haces la dura pero solo tienes de piedra la corteza.
¿Me miras con odio? No soy tan malo como crees y te lo puedo demostrar. Sé lo que quieres, cuál es tu deseo y lo que es peor…Puedo concedértelo.
No fue consciente de su transformación hasta que no pasaron unos segundos y el frío empezó a meterse en sus huesos. ¿Qué demonios le había hecho? Se miró las patas delanteras y después recorrió todas las partes de su cuerpo. Se pasó una de sus afiladas garras por el pecho, sintió un agudo dolor y de la herida comenzó a manar la sangre.
- Eres de carne y hueso, tal como querías. Siento que sea demasiado tarde y que la ricitos ya no desee acariciarte.
- ¡Te maldigo!
- ¿Y de que te servirá eso? Ahora puedo acabar contigo fácilmente, lo único difícil será decidir el modo de hacerlo. A "La Voz del Viento" no le queda mucho. He perdido a tres hijas y pronto también a uno de los personajes. Eres lo suficientemente grande como para cubrir el hueco que han dejado ellas cuatro. Estoy decidido a perdonarte si me juras lealtad. He recapacitado, una bestia como tú me puede ser de lo más útil.
- Si crees que voy a servirte es que estás realmente loco.
No dejes que el rencor que sientes ahora te nuble las entendederas. - Señaló a Ayla.- Nunca has significado nada para ella, pronto la olvidaras, lo harás cuando comprendas lo ridiculo que era pensar lo contrario. Piensa en lo que el mundo te ofrece. Esta época es de largo la mejor por la que hayas transitado nunca. Superficial y corrupta, infestada de degenerados, de frustración y de miedos. Piensa en ello. Ambos nos alimentamos de las miserias, no nos ha de faltar que llevarnos a la boca.
Una sociedad cínica donde el dinero todo lo puede y no hay otros valores que el de “el pez grande se come al pequeño”. Nunca he estado más a gusto, no me ha costado mucho hacerme con el control de una macro corporación económica. El mundo pronto me besará los pies, pero eso no es suficiente. Necesito dominar el universo de mi hermano y para eso necesito a la Inspiración. Ayúdame a encontrarla. No te preocupes por la pellejos. – Miro a la envejecida Voz del Viento que seguía gimiendo desconsolada junto a los restos del muñeco de trapo. – No le haré ningún daño, vivirá protegida sus últimos días.
- Cuando encuentre a la Inspiración la mataré y tú y el Creador seréis historia.
- En ese caso no me dejas elección. – Sacó poco a poco algo del interior de su chaqueta. – Antes de dar contigo me encontré con una vieja conocida de ricitos de oro. Me intentó vender su alma por una botella de brandy pero su alma ya hace mucho que me pertenece. Sin embargo conseguí algo más valioso, en cuanto a lo sentimental se refiere, claro. Magenta pudo ver lo que empuñaba, era un enorme revolver. Aunque nunca antes la había visto, pudo deducir que perteneció a la caza recompensas de la Historia de Ayla.
 – En efecto, es lo que piensas. Intenta atacarme y será más divertido. También puedes quedarte ahí plantada como una…- Carcajadas. – Como una “ex estatua”. Así será más fácil volarte los sesos.
- ¡Adelante entonces! Mi existencia carece ya de sentido.
- ¿No te importa lo que pueda hacer con la muchacha? – A la gárgola se le heló la sangre, que ahora si corría por sus venas.
- ¡No permitiré que le hagas daño!
- Ya no me sirve de nada, ahora solo es una vieja decrepita. Creo que prescindiré de ella. – Apuntó hacia la desventurada Voz del Viento. – Una auténtica ironía, el mismo arma que la salvó hace tanto tiempo, será la que acabe con ella.- Apretó el gatillo y una vez más el monstruo de piedra se interpuso entre Ayla y el proyectil. La alcanzó justo en el corazón. Cayó en el suelo incapaz de moverse.
- Como todos los personajes de mi querido hermano eres previsible. Ya tienes tu redención, ya hiciste el sacrificio supremo. ¿Crees que te vas a librar del infierno? Te estaré esperando en él, aunque eso será más tarde, ahora tengo otras cosas que hacer.
Se le fue nublando la vista y lo último que vio, tintado de rojo, antes de cerrar los ojos, fue como descendía un extraño aparato. Unos soldados arrastraron al interior del helicóptero a la Voz del Viento. Todos junto se perdieron en el cielo.
Magenta se abandonó a la muerte consciente de su fracaso.


Eterna y poderosa.

La nieve caía de forma copiosa acompañada de una fuerte ventisca. En lo más alto de la fachada de la catedral el monstruo de piedra tiritaba de frío. A sus costados la acompañaban, distribuidas en perfecto orden, otras cinco gárgolas separadas entre sí por diez metros de distancia. Magenta hacía muchos siglos que había desistido en su empeño de intentar comunicarse con ellas. Era la única de su especie, el resto no eran más que simples estatuas. Había buscado a más como ella por todo el mundo con nulos resultados. Fue en el momento que aceptó que no había ninguna otra, cuando creó a Eskatologico y Criando Malvas para que le hicieran compañía, aunque solo fuera en su imaginación. Ella, que podía conceder cualquier deseo a quien se lo pidiera, era incapaz de conjurar algo real y tangible para si misma.
No entendía lo que estaba pasando, siempre estuvo al raso y ni el frío, el viento o la lluvia la habían alterado lo más mínimo. Pero ahora tenía frío, salvo por la quemazón que le horadaba el pecho, estaba a punto de convertirse en un témpano de hielo.
Durante mil años observó como los humanos entraban en el templo y escuchado a decenas de individuos soltar desde un atril cada domingo la misma sarta de patrañas. “Pastores” se auto proclamaban y “ovejas” llamaban a otros que parecían no cansarse nunca de escuchar lo mismo. Un discurso cargado de amenazas para, finalmente, asegurar que esta vida debía de ser una mierda y así, al morir, poder disfrutar más de la que estaba por venir.
La “casa de Dios” llamaban a la catedral, pero ella jamás vio a ningún ser supremo y todo poderoso en el interior.
Seguía tiritando, el claqueteo de sus dientes debía de ser audible desde abajo pese a la distancia y el fuerte aullido del viento. Era la primera vez que sentía la necesidad de entrar en la catedral, no por curiosidad, sino por resguardarse del temporal. El pecho no dejaba de quemarle y dolerle terriblemente. Se dejó caer, desplegó sus enormes alas y descendió como si no pesara más que una pluma, para acabar posándose suavemente frente a la enorme entrada.
Lo normal sería que hubiera echado la puerta abajo de forma violenta, pero nada aquella noche era “normal”. Intentó hablar en balde con sus dos “consciencias”, parece que por fin también ellas la habían abandonado. Se sentía más sola que nunca. Alzó su garra derecha y picó con insistencia en la gruesa y noble madera de la puerta. Toc…toc, toc…toc, toc, toc, toc. Esperó unos segundos, nadie acudió a abrir. Continuo golpeando de forma arrítmica. Toc…toc…toc, toc toc…toc. Los mismos nulos resultados.
Se enfureció. Si Dios no quería dejarla entrar por las buenas, lo haría por las malas. Retrocedió para tomar carrerilla y coger impulso. Saltó con la intención de derribarla de un cabezazo. ¡TOC! Sintió un fuerte dolor en la frente antes de que su cuerpo fuese arrastrado por el viento lejos de allí.

- ¡Mira lo que has hecho, me has roto el chisme de mantener alejados los problemas!
Magenta entreabrió los ojos, todo estaba borroso. Ahora era consciente nuevamente de donde se hallaba. Tumbada sobre un costado en la nieve, en el Desierto Helado del Olvido. Sangrando por un enorme agujero en su pecho.
- ¿Ayla? ¿Cómo es posible? Vi cómo se te llevaban los soldados.
- ¿Quién diantres es Ayla? ¡Despierta membrilla! – Poco a poco las imágenes difusas empezaban a tomar forma. De pie, altiva frente a ella y vestida con lo que se asemejaba a un mal disfraz de opereta, se encontraba Wallizard ataviada de pirata. En su mano derecha un catalejo doblado por un fuerte impacto.
- ¿El chisme de mantener alejados los problemas? Estúpida, mirabas por el lado equivocado.
- ¿Quién es aquí la idiota? Si hiciera lo que me dices, me daría de morros con ellos. De todos modos ya no funciona, me lo has roto con tu enorme cabezota. ¡Tienes un aspecto horrible!
- ¿A eso has venido hasta aquí, para reírte de mí?  Ya lo ves, finalmente me has vencido, no saldré de esta. Te librarás de mí por fin. – Wallizard se puso de cuclillas y metió el dedo hurgando en la herida del pecho de la gárgola. Sintió un agudo e intenso. Cuando la capitana palangana sacó su índice del orificio la sangre salió a borbotones. Magenta apretó los dientes y soportó el dolor, no le daría la satisfacción de escuchar sus quejidos.
 Wallizard se había montado en su lomo. Rodeándola el cuello con las piernas, comenzó a estirar de sus orejas.
- Un, dos, tres, cuatro, cinco… ¿Cuántos años dijiste que tenías? ¿Mil? Ufff, no sé si sabré contar hasta tanto. En todo caso tampoco tengo ganas. ¡Feliz cumpleañooooos!
- Estas como una puta cabra. ¿Es que no tengo derecho a un poco de paz ni en mis últimos momentos?
- ¡No!
- No sabía que fueses tan rencorosa.
- No son tus últimos momentos, no todavía. He venido desde muy lejos porque tengo algo que pedirte, un deseo.
- ¿Acaso estas ciega? ¿No ves que ya no soy el monstruo de piedra que conociste?
- ¿Y eso que importa? Aún puedes conceder deseos. ¿No?
- ¿Y si no quiero complacerte?
- No puedes negarte, es tu condición.
- Tú no tienes nada que yo pueda querer, pierdes el tiempo.
- Primero debes de escucharme antes de hacer afirmaciones precipitadas. – Wallizard sonrió de oreja a oreja.
- ¡Acabemos con esto! ¿Qué demonios quieres?
- Solo a uno, al que tengo debajo de mi culo.
- Como de costumbre no te entiendo.
- Quiero a mi antagonista, a mi enemiga. Quiero que de nuevo seas tú misma. ¡Quiero a mi monstruo de piedra rondándome, retándome para ver como fracasa en cada uno de sus intentos!
Magenta estaba completamente desconcertada. – Pensé que te haría feliz desembarazarte de mí.
- ¡Bah! Todo sería muy aburrido. ¡Venga! ¿A qué esperas?
- ¿Y qué me darás a cambio? Bien sabes que siempre hay que pagar un alto precio.
- A cambio quédate con mi inmortalidad. Creo ese es un trueque suculento.
- ¡Maldita! Siempre te has hecho pasar por estúpida. Bien es verdad que me has tenido engañada todo este tiempo, te pasas de lista.
- Menuda es la que habla de engaños. Tardé mucho tiempo pero finalmente recuperé la memoria. ¿Por qué me contaste aquella grotesca historia sobre beber sangre y devorar cadáveres?
- Para crearte un complejo de culpa que te atormentara para siempre, pero no surgió efecto. Tú eres incapaz de sentir nada por nadie.
- ¿Y tú sí? Recordé la escena en el barco, como estaba a punto de morir de sed. Apenas podía ver ni moverme, pero reconocí tu silueta cuando llegaste volando. Recordé que te posaste a mi lado y justo en ese momento empecé a recuperar mis energías. Recuerdo que me sacaste de allí en tu grupa. Recuerdo muchas cosas, pero por más que lo intento, no consigo recordar el momento en el que te pedí ayuda.
- Deseabas vivir, eso era evidente.
- ¿Me lo oíste decir? ¿De verdad te lo pedí? ¡Hiciste trampas reconócelo! – La gárgola quedó en silencio. - Quien calla otorga. Ahora dime… ¿Tenemos un trato?
- Deseo concedido.
Magenta era de nuevo de piedra, poderosa y terrible. Se irguió en pie y miró interrogante a Wallizard.
- ¿Por qué?
- Ya te lo he dicho, sin ti todo es menos divertido. Además, la inmortalidad es un rollo. ¿Si no puedo arriesgar la vida de forma estúpida, que gracia tiene? Sin riesgo no hay aliciente.
- Parto de inmediato. Ven conmigo si de verdad quieres jugártelo todo a una carta.
- Sé dónde vas, no creas que no me atrae la idea, pero esa no es mi guerra. Esperaré tu vuelta, para entonces quiero que me sorprendas con una nueva treta.
- Puedo acercarte a algún lugar si lo deseas.
- Ja, jaja, ¿Qué clase de deseo sería ese? ¿Qué debería darte a cambio?
- Hace un instante tuve un extraño sueño. En un milenio jamás tuve ninguno, jamás fui capaz de dormir y ahora estas frente a mí. Has llegado hasta aquí cuando incluso yo casi fui incapaz de alcanzar esta cima.
- Quizás sigas soñando, quizás… ¿Debería eso detenerte?
Magenta sonrió, aunque para un humano era imposible distinguirlo. – Nos volveremos a ver, tenlo por seguro, y en la próxima ocasión no te saldrás con la tuya. – Wallizard le sacó la lengua.
-Estoy desando ver lo que intentas, como me tientas, me hace gracia cuando hablas sola o divagas haciendo rimas infantiles.
Ahora vete, tienes mucho que hacer.

Se sentía con fuerzas de nuevo, con ánimos renovados. Quizás, después de todo, si tenía algo parecido a una amiga, una incluso más enajenada que ella misma.
Subió a lo alto de una pequeña cima para poder emprender el vuelo, no sin antes dedicar una última mirada a Wallizard. La Capitana Palangana no se la devolvió. Estaba entretenida moldeando un muñeco con la nieve y los restos del engendro de trapo.
- Bien, que se preparen todos, he regresado y estoy muy cabreada. Mi pequeña niña, aunque me odies no voy a abandonarte. ¡De nuevo voy en tu búsqueda! – Olfateó el aire y no le fue difícil encontrar el rastro del Reverso Oscuro. Se dirigía a toda prisa hacia el Castillo de Naipes.

Y vio cómo se alejaba. La observaba con el rabillo del ojo, mientras hurgaba el forro de sus bolsillos, en busca de una zanahoria para la nariz de su nuevo amigo de nieve.
Se sentó en el suelo, triste de ella, al darse cuenta de que aquel pobre engendro nunca sabría lo que era dar un beso de esquimal.
Lloró y lloró desconsolada mientras se limpiaba con la manga los mocos. Sin darse cuenta, el hielo la conquistó. Se congeló con lágrimas sobre sus mejillas.


Dos viejos conocidos.

La arrojaron al interior de la celda y se desplomó como un fardo sobre un colchón mugriento. Aún en aquella penosa situación, el piel roja se alegró de reencontrarse con su vieja amiga. La incorporó un poco entre sus brazos e intentó reanimarla zarandeándola. Lo único que consiguió es que le vomitara encima. Comprendiendo lo inútil de la empresa y la recostó con suavidad sobre un costado con la cabeza en una posición que evitara que pudiera ahogarse en sus propias arcadas.
Se quedó sentado en el suelo observándola. Aquella era la mujer más letal que jamás había conocido, una autentica factoría de fabricar difuntos y, sin embargo, siempre le pareció extremadamente vulnerable.
La había escuchado en ocasiones contar retazos de su vida. No los suficientes para alcanzar a comprender qué era lo que tanto la atormentaba para intoxicarse de esa manera con el alcohol. Muchas fueron las veces que la encontró en una situación semejante. Unas cogorzas de antología en la mayoría de los casos, pero ninguna de la envergadura de esta.
La veló muchas horas.
Se encontraban en una mazmorra sin ventanas al exterior, siquiera un tragaluz,  y sin embargo bien iluminada. Era imposible saber si era de día o de noche y hacía rato que el indio dejó de maravillarse por el cristal mágico que, colgando del techo, iluminaba la celda.

Cuando dejó de roncar y entreabrió los ojos, se encontró con los del indio mirándola fijamente. Le sonreía..
- Esta la has pillado bien gorda. – Tumbada en el camastro, la caza recompensas expelió un eructo mientras intentaba adecentar y re ubicar la maraña de cabellos que le cubrían el rostro. Incapaz de abrir los párpados más que lo justo para ver entre una estrecha franja, reconoció por fin el rostro de Negroe.
- ¿Tú..? Pensé que estabas muerto, la última vez que te vi apenas respirabas. – Se sujetó la cabeza con ambas manos como si temiese que se le cayera al suelo. – Todo me da vueltas, no puedo concentrarme. ¿Eres un fantasma? ¿Dónde demonios estamos y… lo que huele tan mal eres tú?
- Las preguntas de una en una, y no... esta vez eres tú la hedionda. ¿Dónde has estado metida para apestar de esa manera?
- ¡Necesito refrescar el gaznate!
- ¿Aún tienes ganas de beber más?
- ¡Agua estúpido, necesito agua!
- Ahí tienes la que necesitas, y un poco de jabón tampoco te vendría mal.
- Puffff, tengo la boca pastosa, que asco. ¡No te hagas el gracioso con… - El indio acababa de acercarle una cubo lleno de agua, se lo arrancó de las manos. La bebió con ansia, tiró más de la que tragó.
- ¡Ehhh, ehhhh, deja un poco para los demás, menuda gula! ¿Recuerdas cómo has acabado aquí?
- ¿Acabado dónde? No tengo ni idea del lugar en el que me encuentro. Ohhhh, la cabeza me va a estallar. – Metió las manos en los bolsillos de su raído y viejísimo guardapolvos en busca de una bolsa de tabaco. Depositó unas hebras sobre un papelillo y se lió un cigarro de forma torpe. Puso eL proyecto fallido de pitillo en sus labios y buscó de nuevo en el abrigo.
- ¡Mierda! – No encontró un solo fosforo. Se giró hacia el indio, lo tenía tan cerca que casi le da un cabezazo.- ¡Tienes lumbre! – El indio le señaló la bombilla. - No tengo ni idea que lo que es eso, pero al intentar tocarlo me he quemado los dedo El cigarro prendió al contacto y la pistolera tosió tras chupar la primera calada. Carraspeó sonoramente y escupió aún con más estrépito un sólido gargajo que quedó adherido a la pared.
- Eres todo dulzura. – Se burló el piel roja con sarcasmo. – Ella le ofreció el pitillo sin dar importancia a sus palabras.
- Estaba en una cantina... Es lo último que recuerdo. Hacía rato que no me quedaba una sola moneda y mi botella estaba vacía. Entonces apareció un tipo extraño ofreciéndose a beber juntos. No me gusta que los babosos me inviten, así que lo reté. Pagaría quien se diera antes por vencido. ¡Maldita sea, nadie me supera dándole al "drinking" pero ese individuo era una auténtica esponja! – Agachó la cabeza. – Me dejó para el arrastre.
- Pero has dicho que no tenías con qué pagar. ¿Cómo saldaste la deuda? – La pistolera le dio la espalda para que el piel roja no pudiese ver la vergüenza en su rostro.
– Se llevó mi dragoon el muy cabrón. Imagino que después me desplomé y ya no recuerdo nada más. Nada, hasta que he visto tu fea cara. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Dónde estamos?
- Creo saber quién era ese del que hablas.Creeme, no tenías ninguna oportunidad. Siento que perdieras tu revolver.
- Es lo único, junto a este guardapolvos, que conservaba de alguien muy querido.
- Ahora comprendo porque no arrojaste esos harapos hace años a la basura. – Le devolvió el cigarro, solo quedaban unas pocas chupadas. – Estamos en el castillo del Hacedor de Historias, el tipo del que me has hablado sin duda era su hermano.
- ¿Quién demonios es el Hacedor de Historias? ¿Su hermano? Hablas como si debiera de conocerlos.
- Creo que aunque te lo explicara no lo entenderías.
- Tienes razón y mucho menos con esta resaca. – Se levantó como pudo y examinó la celda. Fue de lado a lado tambaleándose y palpando las paredes de piedra. – Tenemos que concentrarnos en la manera de escapar de aquí. – Era el turno de examinaba los barrotes. El indio la observaba divertido. - ¡Mierda, la puerta es sólida y los barrotes gruesos de un par de narices! – Negroe se levantó y se acercó a la puerta. La empujó y se escuchó un chirrido estridente mientas se abría.. A la pistolera se le abrieron los ojos como platos.
- No nos consideran una amenaza, podemos movernos con libertad por todo el castillo.
- No lo entiendo. ¿Por qué te has quedado entonces en este agujero?
- Hay una cama. – Le respondió.



El olvido.

El hermano malo es un demonio feo
le meteré un palo por el culo
antes de romperle el cuello.
El hermano malo es un demonio feo
le meteré un palo por el culo
antes de romperle el cuello.
El hermano malo es un demonio feo
le meteré un…
- ¡¿Quieres hacer el favor de callar de una vez?! ¡Llevas con la misma cantinela más de una hora!
- Vaya, vaya, vaya. Miren quien despertó, pero si es Criando Malvas, el mismo cretino que no dijo ni pío mientras yo agonizaba sobre la nieve. Pues que sepas que no tengo ninguna intención de callarme.
- A mí me gusta la cancioncilla, tiene ritmo pero sobre todo…mensaje.
-¡Ves! Eskatologico si sabe apreciar mi talento, lo que pasa es que tú eres un muermo. Por cierto, el otro energúmeno tampoco va a librarse de su reprimenda por mucho que me haga la pelota. ¿Dónde diablos estabais mientras me desangraba?
Magenta volaba todo lo rápida que le permitían las fuerzas. El helicóptero era mucho más lento que los aviones a reacción, aun así a la gárgola le costaba un gran esfuerzo recortar distancias.
Por la trayectoria que seguían, sin ninguna duda se dirigían hacia el Castillo del Hacedor de Historias. No se preocupaba de que los “monos” pudieran detectarla y mandar más artilugios voladores contra ella. En su mente una sola idea, rescatar a Ayla de las garras del Reverso Oscuro.
Lo alcanzaría en la fortaleza del Creador y lo destrozaría.
- Poca memoria la tuya, tu sesera es de granito como el resto del cuerpo. ¿Tengo que recordarte que el hermano del Creador casi te manda al otro barrio hace apenas unas horas? ¿Qué te hace pensar que en el próximo encuentro podrás vencerlo, que te irá mejor, que la suerte estará de tu lado?
- Tengo que darle la razón en eso al agorero de Malvas. Lo despanzurraste en tu primer encuentro. ¡Como disfrute! Pero... Se recompuso como si nada y en el segundo round no le pudiste tocar un solo pelo. Si quieres tener una oportunidad deberás dejar de preocuparte por la rubia, ella es tu punto flaco y ese demonio lo sabe. - Alternando los papeles con Malvas, era eskatologico el que recomendaba prudencia.
- Ya pensaré en algo sobre la marcha. Creo que lo convertiré en carne picada y me lo tragaré. A ver cómo se las apaña para recomponerse y salir de ahí dentro.
- Se me ocurre una manera sencilla de que lo consiga.
- Desde luego, que acertada estuve al ponerte el nombre de Eskatologico.
- ¿Pensar sobre la marcha? No seas estúpida, necesitamos un plan. Ese tipo debe ser realmente el hermano del Creador. Es rápido e inmune al fuego, parece indestructible. Empleó contra ti tus mismas argucias y casi no lo contamos. ¿Vas a presentarte allí hecha una furia, embistiendo como un miura para que se ria de nuevo de ti?
- Tú eres el que se las da siempre de listo Malvas. Si quieres estrujarte las meninges, allá tú, pero yo no tengo tiempo. Solo pienso en tomarme la revancha y dispongo de la mejor de las armas, la fuerza bruta. No me volverá a engañar con sus trucos. Ahora sé de lo que es capaz, conozco su juego.
No, no me volverá a atrapar.
- Discrepo, te pondrás sentimental y la cagarás. Aún podemos cambiar el trayecto, pasemos de la Voz del Viento y busquemos a la Inspiración. Según crees, si ella muere ni el Hacedor de Historias ni su hermano serán un problema.
- ¡NO! – La negación fue tan rotunda que no le dejo ninguna duda a Eskatologico sobre las intenciones de la gárgola. Nada la haría desistir de su empeño y, conociéndola como la conocía, sabía que seguir insistiendo sería del todo inútil.
- ¿Tú sabes dónde se esconde la Inspiración listillo? Pues yo por más que la busco no la encuentro. Debió de esconderse en donde acaba el infinito. Siquiera tenemos la más remota idea de su aspecto. ¿Qué forma tiene una “Inspiración”? Demasiadas preguntas y no tengo tiempo de buscar respuestas. Le he fallado a Ayla, he de salvarla. ¡Se lo debo!

Cruzaba el mar a toda velocidad. Los tripulantes de los navíos con los que se cruzaba levantaban la mirada a su paso sin poder dar crédito a lo que creían haber visto. A los puestos de radio de los puertos más cercanos no dejaban de llegar mensajes. Llamadas desconcertantes sobre un extraño animal volador. Las autoridades no se lo tomaron en serio. "Últimamente se embarcan demasiados borrachos en la marina mercante". Pensaron.

La caza recompensas seguía al piel roja por los estrechos pasillos de los sótanos del castillo. Un auténtico laberinto de piedra negra.
- ¿Estás seguro de que no nos hemos perdido? Me da la sensación de que hace un buen rato que caminamos en círculo. Todos los lugares por los que pasamos se parecen demasiado.
- Tranquila, ya hemos dejado atrás las mazmorras, si no me equivoco, tras esa esquina debemos de encontrar unas escaleras de caracol que nos conducirán a los pisos superiores.
- ¡Puf! Me fiaría del sentido de la orientación de un indio, si ese indio no fueras tú.

No se equivocó, tal como dijo allí estaba la escalera. Parecía no acabarse nunca, los peldaños eran altos y les obligaban a doblar las rodillas demasiado acentuando el cansancio. La pistolera empezó a marearse de tanto caminar en círculo, la resaca seguía ahí y no tenia la intención de marcharse
La escalera era estrecha y sin barandillas, dejaba en el centro un hueco que ya era un abismo. Habían ascendido muchos metros cuando se cruzaron con un soldado. Estaba equipado con todo lo necesario para el combate. Chaleco anti balas, rodilleras, coderas, casco y un pasamontañas que no dejaba ver más que los ojos. El uniforme era totalmente negro, lo que le daba un aspecto siniestro. Iba armado con un fusil de asalto. La pistolera nunca había visto soldados ni unas armas como aquel. Por su parte, el indio ya se había acostumbrado a su presencia.
Se apretaron contra la pared para dejarlo pasar. La mujer estuvo tentada de empujarlo al vacío, una mirada del indio le indicó que no lo hiciera. El soldado los dejó atrás sin prestarles atención.
- ¿Qué es este sitio? Nunca me topé con soldados tan extravagantes.
- Estamos fuera de época, ocupando un espacio que no nos corresponde.
- Gracias por aclarármelo cretino. – Le respondió con sarcasmo. - Creo que aún estoy durmiendo la mona. Cuando despierte amaneceré en la cama de mi habitación. Al menos dime a dónde vamos en este sueño.
- Vamos a ver al Creador.
- ¡Coño. ¿No jodas que me he muerto? Eso tiene más sentido. Mierda, eso me pasa por beber garrafón.
- Al Hacedor de Historias, al dueño de este lugar.
- ¿Él es quien nos retiene aquí?
- No, es largo de explicar... Quisiera hacerte una pregunta. Puede que te parezca extraña, pero me gustaría que intentaras concentrarte y que me respondieras con sinceridad.
- Tú aun no me has aclarado ninguna de las mías. No me parece justo que te responda si no arrojas un poco de luz a todo este sin sentido. ¿Qué narices hacemos aquí, cómo he llegado, quien es el Creador ese y quién su hermano? ¿Qué quieren de nosotros?
El piel roja se detuvo, sobre sus cabezas se podía ver el final de la escalinata. La pistolera agradeció el alto en el camino, tomÓ una gran bocanada de aire e intento no vomitar.
- ¿Qué recuerdas desde el momento en el que nos vimos la última vez hasta ahora? Antes de lo de la taberna.
La pistolera se quedó pensando un buen rato.



Aquella noche todos estaban de fiesta, la música sonaba en el Rock and Old. Unos bailaban al compás de las alegres melodías de la banda improvisada por algunos colonos. Otros preferían beber hasta perder el sentido. El local estaba abarrotado, casi todo el mundo estaba allí.
Secon acababa de entrar, se quedó quieto en la puerta, buscaba a alguien con la mirada. Demasiada gente.  No debía de andar muy lejos de la barra, se equivocó. Apenas pudo verla en aquel rincón oscuro. Se acercó a ella intentando no empujar a quienes se cruzaban a su paso. Pasaba muy cerca de ellos, incluso se topaba con algunos, pero nadie parecía fijarse en él. Atravesó toda la sala como si se tratara de un fantasma, sin saludar y sin que nadie lo saludara. Finalmente llegó junto a Velvet, tampoco ella reparó en un principio en su presencia.
- ¿Qué están festejando?
La caza recompensas se sobresaltó, lo miró enojada. - Tendremos que ponerte un cencerro como a las vacas para saber por dónde andas, tipo raro. Me das unos sustos de muerte. - Reparó en las pequeñas alforjas que Secon cargaba sobre su hombro izquierdo. Eran en las que solía llevar el correo de los colonos cuando salía de viaje hacia la capital.
- Se sienten a salvo aquí, supongo que es un buen motivo de celebración. - Acabó por responder.
- Si, han de olvidar su miedo, aunque solo sea por una noche. - Secon, totalmente vestido de negro y con la cabeza y el rostro cubierto con un pañuelo, realmente parecía un fantasma. Cambió de tema.
He estado hablando con esa amiga del periodista, lo que me ha dicho no es nada alentador. He de marcharme de inmediato, pero no sin antes pedirte un favor.
Velvet señaló las alforjas. - ¿Por qué tanta prisa por escapar de nosotros? Relájate, únete a la fiesta. Pídele de bailar a alguna jovencita. La capital seguirá mañana en el mismo lugar..
- No podemos cerrar los ojos e ignorar la realidad. ¿Cuánto crees que tardaran los rangers en pasarse por aquí? Puede que no seamos un serio problema, pero el gobernador no tolera nuestra existencia. Socavamos su autoridad y comprometemos su reino del terror. E cierto modo somos la única pequeña esperanza de muchos y eso seguro que le irrita. Es primordial que estemos enterados en todo momento de sus intenciones. Si nos ataca no podremos hacerle frente, no ahora, y mucho menos si nos coge por sorpresa.
- Siempre tan pesimista, luego te quejas de que te llamemos ave de mal agüero. Tienen derecho a divertirse, a olvidar por unas horas la espada de Damocles que se cierne sobre sus cabezas. ¿De qué otra manera podrían seguir adelante?
-¿La espada de Damocles? – De no llevar el rostro oculto, Velvet podría haber visto como sonreía.
- Se lo escuché a Zupìa. Sé lo que significa, si no dejas de reirte en lugar de un pañuelo necesitarás de vendas para esconder la cara.
- Tú no pareces divertirte mucho. Hay buen brandy y Bourbon, si algo no nos falta es bebida. También puedes bailar con un jovencito.  – Dio un rápido vistazo a su alrededor. - No veo a Zupia.
- Lo tienes justo delante de tus morros, restregándose con la pequeña de las hermanas psicópata. - Ahora si lo vio. Zupia y Dulce bailaban, pero el término “restregarse”, era claramente exagerado.
- No tienes ningún motivo para estar celosa, Zupia te adora y no creo que Dulce tenga un interés real en él.
- Si piensas eso es que estás ciego. Crees que eres un buen observador, pero en este tipo de cosas no te enteras de nada. No me importa, que se lo quede si quiere, me quitará de encima un auténtico lastre.
- Me entero lo suficiente como para darme cuenta de que te preocupas por nada. - Sonrió en una sincera, aunque oculta, muestra de afecto.  - El hecho de que estés tan atenta, y sin una copa en la mano, te delata. Sé que lo quieres, no te preocupes, también sé guardar un secreto.
- Imbécil. – Velvet se lo escupió sin convicción. - Suelta lo que has venido a decirme y deja de incordiar..
El hombre de negro clavó la mirada en otra pareja. Justine bailaba con Zinue. Quedó ausente un segundo y siguió hablando con Velvet. - Estoy preocupado por el indio, últimamente escucho comentarios inquietantes. Parece que a algunos su presencia les resulta que molesta. Temo que pueda pasarle algo.
- Negroe sabe cuidarse solo, no necesita de una niñera.
- Ambos sabemos que eso no es cierto. Nadie aquí está más capacitada para cuidarlo, eres la “mami” del grupo. – La pistolera le dirigió una mirada asesina. - Bromas aparte, la amenaza es seria, créeme.  No lo pierdas de vista y, sobre todo, que no se dé cuenta de que lo proteges. A un indio le duele más el orgullo que un disparo en el estómago.
- ¿Alguien más debe enterarse de esto?
- No, confió en tu discreción. Tenemos el enemigo en casa, pero no debe de saber que lo hemos descubierto. Desconfía de los recién llegados.
Debo irme ya, los colonos necesitan saber de los suyos y yo enterarme de los planes del gobernador. - Velvet seguía observando a Zupia y a Dulce sin prestarle demasiada atención.
- Parece mentira, a veces te comportas como una cría. El muchacho solo se divierte, sácalo a bailar en la próxima pieza.
- ¡Que se vaya a la mierda, yo me acercaré a por una copa!

Atrás quedaba el asentamiento, aún se podían escuchar las alegres melodías. Secon se alejaba de todos, se sentía terriblemente solo. La luna flotaba enorme en el cielo rodeada de estrellas. A la memoria le vino el recuerdo de otra noche que parecía ya muy lejana. ¿Fue realmente un sueño? Aquella duda más que cualquier otra, que no eran pocas, atormentaba al hombre de negro. - ¿Dónde estaría ahora la pies sucios? ¿Por qué no podía dejar de pensar ni un instante en ella? Por más que lo intentaba, le era imposible quitársela de la cabeza. Las imágenes de aquella noche lo acompañaron durante el largo camino.

La fiesta continuaba, Berbuscona y Orcanario charlaban amigablemente en una mesa. Velvet se presentó ante ellos tambaleándose y farfullando sonidos ininteligibles. Estaba totalmente borracha.
- Ese monigote lleva toda la noche pavoneándose delante de la pequeña asesina, y ahora me viene con que me ha escrito un poema. - Llevaba un papel arrugado en la mano. - Quiero que también vosotros disfrutéis de su talento. - Se le trababa la lengua y era difícil entenderla. Se balanceaba de un lado a otro, pero sujetaba el manuscrito con pulso firme. Zupia llegó tras ella con mirada suplicante. Lo plasmado en el papel eran sentimientos muy íntimos. ¿Por qué nunca encontraba el momento apropiado para poder expresarlos a Velvet? Se sentía más culpable que avergonzado.
La pistolera sujetó en alto el papel y en un gesto teatral hizo el ademan de empezar a leer.  En lugar de eso quedó inmóvil y en silencio, solo sus ojos se movían siguiendo las frases. Finalmente hizo una pelota con el papel, lo arrojó al suelo y se alejó hacia un rincón apartado de todos. Zupia no la siguió, marchó en dirección contraria, hacia la barra del bar.
Berbuscona se levantó dejando a Orcanario con la palabra en la boca, se acercó al lugar donde estaba el papel arrugado y lo recogió con disimulo. Regresó junto al periodista y tras desplegarlo lo leyó mentalmente. A continuación lo guardó en un bolsillo con cuidado.
- Ahora regreso. - Le dijo al periodista y se acercó a Zupia. Le devolvió el poema. - No sé si debí leerlo, perdona mi curiosidad, no pude resistirme.
- No te preocupes, no me importa.
- Es muy hermoso lo que has escrito, lo digo en serio. Perdona de nuevo por entrometerme, pero creo que ella no merece tus letras. Apenas la conozco, pero veo el desprecio con el que te trata. ¿Qué ve alguien como tú en esa mujer insensible y amargada? Además, sin ánimo de ofender, casi podría ser tu madre
- Es cierto…Tú no la conoces, no sabes lo frágil que realmente es. Lo vulnerable que se siente, y lo maravillosa que puede llegar a ser, cuando el veneno de la bebida no nubla su mente. Es culpa mía, debería dejarla respirar, tendría que respetar más su libertad y no pretender que ocupe todo su tiempo conmigo. 
- Es una palurda. Cualquier mujer se sentiría afortunada de tener a su lado a alguien que sienta por ella lo que tú escribiste en ese papel. Sin embargo lo arrugó y lo lanzó al suelo, arrojó tus sentimientos a la basura. Es cruel, no sé qué puede tener de maravillosa.
- Yo la enseñé a leer. - Por un instante, el rostro del muchacho se iluminó al recordar la escena. - Ponía el interés de un niño que descubre un mundo nuevo. Hasta este momento su historia estaba escrita con la pluma del odio mojada en sangre. No sabe sacar al exterior sus sentimientos ni compartirlos, porque nunca recibió afecto de nadie. Ella es sensible y tierna, pero lo oculta. Cree que eso la hace parecer débil. Por como se ha ganado la vida, eso es algo que no se podía permitir.  O al menos es lo que ella cree. Lo niega, moriría antes de reconocerlo, pero la soledad la aterra, casi tanto como volver a equivocarse.
- ¿Volver a equivocarse?
- Es una larga historia. Quizás en una mejor ocasión te la cuente, ahora no me encuentro con fuerzas para nada. No le digas que hemos hablado de esto, se sentiría humillada. - Berbuscona dirigió la mirada hacia el rincón donde permanecía semi oculta la pistolera.
- Me ha conmovido mucho tu poema, a ella también le ha gustado.
- ¿Cómo puedes saber eso?
Bebuscona tenía una vista esplendida. - Porque está llorando. - Sintió cierta envidia de Velvet, y a punto estuvo de no decirlo.  -  Ve con ella, te necesita.
Zupia se apresuró en ir a su encuentro.. 
 Berbuscona regresaba junto a Orcanario cuando notó una dolorosa presión en su brazo derecho.  Alguien la había agarrado con fuerza. Con un violento tirón se libró de la tenaza y se giró para encontrarse de cara con la malévola sonrisa de Zinue.
- Sigues teniendo demasiados humos rubia. No sé que demonios haces en este asqueroso lugar, tan lejos de los lujos que tanto te gustan. Aquí no hay de lo que puedas sacar tajada. ¿O sí? No deberías ocultarme nada, juntos podríamos hacer grandes negocios. Ya sabes, a río revuelto ganancia de pescadores, y el río ahora está a punto de desbordarse.
- No sé de lo que me estás hablando. Señor, que tenga un buen día.
- Es normal que no recuerdes al bueno de Zinue, pero él si te recuerda perfectamente. ¿Tus nuevos amigos saben quién eres realmente? Estoy seguro de que les interesara mucho averiguarlo, sobre todo a ese apestoso indio.
- ¡Déjame en paz, te repito que no sé quién demonios eres, ni de lo que me estás hablando!
- Nunca mirabas a la cara a los que considerabas purria, pero éramos nosotros los que amasábamos tú fortuna, señora… - Hizo un intervalo de dos segundos para que sus palabras tuvieran un aire más perturbador. - …perdón por mi falta de respeto, corrijo: Doña "todopoderosa" directora ejecutiva del Consejo. - Berbuscona se quedó blanca, por suerte, Orcanario que hacía rato que seguía la escena desde su mesa acudió en su ayuda.. 
- ¿Te está molestando este tipo? - Zinue miró divertido al periodista. Le sacaba más de una cabeza de altura.
- ¿Ahora te rodeas de alfeñiques? Hablaremos en otro momento rubia. Quiero mi parte del pastel o haré que se te atragante la tuya. - Empujó violentamente al periodista y este casi pierde el equilibrio. Zinue regresó con Justine.
- ¿Tienes algún problema con ese individuo? Me revuelven el estómago los matones.
- No te preocupes, solo fue un mal entendido. Con todo, es una suerte que apareciera mi caballero de brillante armadura para rescatarme en el momento justo. - La rubia se rio a carcajadas y el periodista sacó pecho henchido de orgullo. No se dio cuenta del semblante sombrío que adquirió la cara de Berbuscona al darle la espalda.

Negroe permanecía en el exterior del Rock and Old alejado del alboroto. Echaba de menos a los suyos. Entre los colonos había buenas gentes, y tanto a Secon como al resto del grupo primigenio los consideraba lo más parecido a una familia que podía tener. Con todo, se sentía un extraño en su propia tierra. La reserva estaba a muy pocas millas de allí. No pasaba un minuto sin que tuviera la tentación de visitarlos, pero temía no ser bien recibido. ¿Cómo estaría Akasha? ¿Se habría olvidado por completo de él? Permanecía con la mirada fija en las hipnóticas llamas de la hoguera. Ensimismado en sus pensamientos, no se percató de las figuras que se acercaban sigilosamente por su espalda hasta que no fue demasiado tarde.j

Zinue se frotaba contra Justine, en algo que se asemejaba más a un rito de apareamiento, que a un simple baile. Uno de sus compinches se acercó a decirle algo al oído. El barbilampiño sonrió, y le hizo una seña para que regresara a lo que quisiera que fuera lo que estaba haciendo antes. Apartó de forma brusca a su compañera y se dirigió a la tarima donde tocaban los músicos. Justine miraba contrariada como se alejaba. Semejante desprecio la hizo montar en cólera pero se mordió la lengua. Zinue hizo parar la música, levantando los brazos y la voz, exigió la atención de la concurrencia.
- Estamos pasando todos una fantástica velada. Yo y mis compañeros nos sentimos dichosos de poder formar parte de esta fantástica comunidad. Por eso quiero invitaros a todos a la próxima ronda. Recoged vuestras bebidas y acompañadme fuera, hemos preparado un pequeño espectáculo a modo de fin de fiesta. Estoy seguro de que no os defraudará a ninguno.
Orcanario se giró hacia Berbuscona. Desde el incidente con aquel tipo, la rubia había estado medio ausente.
- Menudo imbécil. - Bramó el periodista. - Que invita a una ronda dice. ¡Si aquí nadie paga por la bebida! - Aquello era cierto, pero la mayoría estaban tan borrachos que ni lo recordaban. Se abalanzaron en masa hacia la barra del bar.
- Salgamos fuera a ver qué es lo que trama ese tipo.  – La voz de Berbuscoma sonaba fría, su nerviosismo era demasiado evidente para que el periodista no se diese cuenta. Hacía un buen rato que intentaba sonsacarla pero todo fue inútil, la mujer no soltaba prenda sobre lo ocurrido con Zinue. Ambos se dirigieron al exterior del Rock and Old. Una muchedumbre estaba ya fuera y apenas podían ver lo que pasaba. Escucharon de nuevo la voz del barbilampiño, todos lo miraron expectantes.
- Como ya he dicho, estamos felices de estar aquí, en este paraíso perdido. ¡Mirad a vuestro alrededor! ¿No es una auténtica belleza? - El cielo estaba totalmente despejado, la luna llena iluminaba lo suficiente para no ser necesarias las hogueras ni los faroles, todos pudieran disfrutar del paisaje. Un pequeño río discurría tranquilo y el susurro de las aguas, junto al canto de los grillos, proporcionaba una agradable sensación de paz. Las pequeñas viviendas, aunque humildes, estaban bien acabadas y sus moradores las habían decorado con gusto. Tenían la belleza de la sencillez. La cosecha de grano estaba ya muy crecida. Mediante canales, los colonos habían conseguido robarle terreno al desierto, haciendo que brotara el grano y pasto para las reses. Cierto, todo era realmente hermoso, porque era el fruto de su esfuerzo, del trabajo de todos.
- Pero hay algo que puede echarlo todo a perder. - Los compañeros del barbilampiño estaban junto a él, luciendo cinturones y armas. - Y os preguntareis. ¿Qué puede amenazarnos en este idílico lugar? Yo os lo mostraré. - Los secuaces se apartaron, tras ellos apareció una figura ensangrentada. De rodillas, la cabeza apoyada en el suelo y maniatado con las manos a la espalda. - ¡Las plagas! Si permitimos que una rata camine entre nosotros, pronto acudirán a millares. - Zinue levantó por los pelos la cabeza de aquel desdichado, dejando que todos pudieran ver una masa informe de carne sanguinolenta. Era difícil imaginar que aquello había sido un rostro.
Berbuscona  gritó y la indignación se reflejó en la cara del periodista. Reconocieron Negroe, le habían propinado una brutal paliza. Semi inconsciente el indio farfullaba y se dolía.
La euforia de la borrachera parece que los volvió a todos locos. Cuando Zinue golpeó salvajemente al indio todos lo aclamaron.
- ¿Dónde están los nuestros? ¡Tenemos que detener a esos sádicos ! – La mujer casi no podía creer lo que estaba viendo. Ayer, esos mismos que hoy exigen la sangre del indio, lo saludaban y le estrechaban la mano..
- Estos miserables han elegido bien el momento. La gran mayoría están lejos, montando guardia en las inmediaciones. El resto deben de estar demasiado borrachos. - Le aclaró Orcanario - ¡Ve a buscar a Velvet, yo intentaré que estos cobardes entren en razón!
- ¿Velvet? ¿De qué ayuda puede ser esa borracha?
- ¿Tú sabes disparar? ¡Vamos, apurate! Creo que sigue dentro del Rock and Old.
- ¡Dejad marchar al indio! ¡Es uno de los nuestros. Vosotros sois las auténticas ratas, malditos canallas! - El que hablaba era un hombre de mediana edad, había participado en las incursiones junto a Negroe desde el principio. - Intentó desenfundar para amenazarlos. Antes de tocar su arma uno de los sicarios de Zinue lo abatió con su colt.
- ¡Corre maldita sea, encuentra a Velvet y a las hermanas! - Berbuscona salió disparada y Orcanario se acercó a los matones apartando a todos con los que se cruzaba. Por el camino se cruzó con el cuerpo de aquel desdichado, estaba muerto.
Al periodista le temblaban las piernas, dio la espalda a Zinue y los suyos y se dirigió a la muchedumbre.
- Negroe os acogió en estas tierras, os ha dado un lugar en el que vivir en paz con vuestras familias. Él, junto a otros como Billy Beckman, - señaló el cadáver.- os protegen y proveen. ¡Que fácilmente olvidáis. Un poco de alcohol y os arrojáis en brazos de estos asesinos!  - En ese momento Zinue hundió violentamente el tacón de su bota en la columna del periodista. Un agudo e intenso dolor le recorrió la espina dorsal. Le faltó el aire y cayó de rodillas sin ser capaz de soltar un quejido.
- ¡Esta tierra os pertenece por derecho! - Gritó el barbilampiño. - Los salvajes son una plaga. ¿Permitiréis tenerlos cerca de vuestras mujeres e hijos? Estos comedores de perro os arrancaran la cabellera al menor descuido. ¡Deben morir! Ellos y sus amigos. - Puso el cañón de su revolver en la nuca de Orcanario y desplazó con el pulgar el percutor hacia atrás. El periodista cerró los ojos y se encomendó al altísimo.
Justine se interpuso entre el verdugo y la víctima.- ¡Estás loco, no permitiré que asesines a más personas! Me pregunto que pude ver en un animal como tú. 

Berbuscona había encontrado a Velvet, Zupia la sujetaba en brazos. La pistolera roncaba, se encontraba al borde de un coma etílico.
- ¡Mierda! - Exclamó la rubia. - Estúpida sentimental, elegiste el peor momento para sentir celos.
- ¿Qué está pasando ahí fuera? Ha sonado un disparo. - Zupia no había querido separarse de Velvet.
- ¡Coge un caballo, reúne a todos los que están de guardia y tráelos a toda prisa. Negroe está en peligro. No pierdas ni un segundo, yo intentaré reanimar a esta idiota.
- ¿Qué le ha pasado al indio?
- ¡No preguntes y espabila!

En el exterior, Zinue se encaraba con Justine.
- Precisamente eso es lo que te gustaba zorra. El animal que llevo dentro, el que te hacia gemir como una perra y te trasportaba al infierno del placer y el dolor. Ahora aparta de en medio.
Orcanario logró incorporarse doliéndose de la espalda. - No hagas locuras Justine, huye y busca ayuda. - La mujer no hizo caso de los ruegos del periodista y plantó cara al matón.
- Deberás matarme a mí primero si quieres hacerle daño. – Retó a  Zinue con la mirada, este no se inmutó, se limitó a sonréir.
- Nunca contradigo los deseos de una dama. - El disparo a quemarropa atravesó a Justine que murió en el acto. La bala también alcanzó a Orcanario que se desplomó, parecía que tampoco respiraba. Aquellos últimos y despiadados asesinatos despertaron a muchos del etílico letargo acabando con su euforia criminal. Comenzaron a alejarse cobardemente de la escena del crimen.
- ¡Ya va siendo hora de que alguien ponga orden en este asqueroso pueblucho! – Gritó Zinue, con el colt humeando en su mano. Las cartas sobre la mesa y dos muertos en el suelo para dejar claro que no se estaba marcando ningún farol.
-
Berbuscona escuchó el nuevo disparo, justo en el momento en que hundida la cabeza de Velvet en un barreño lleno de agua. Se le encogió el corazón al pensar en Orcanario.
La pistolera empezó a agitar las manos al cabo de unos segundos. Preocupada por la suerte del periodista, se había olvidado por completo de Velvet.
- ¡Espabila vieja loca! - Estirando del pelo le sacó la cabeza del barreño, solo le permitió respirar unos instantes antes de repetir tres veces la misma operación. De la garganta de la caza recompensas  salieron una especie de gruñidos ininteligibles. Poco a poco tomaron la forma de maldiciones. La rubia nunca se las había visto con una lengua tan sucia. Volvió a empujarle la cabeza, en esta ocasión la mantuvo cerca de un minuto sumergida.
También Zupia oyó el tiro cuando se encontraba ya a las afueras del asentamiento. Espoleó su montura y galopó en busca de ayuda. 

Zinue se había quitado al fin la careta, dejando al descubierto sus verdaderas intenciones. Todo aquel teatro no era más que una demostración de fuerza.
Desde su llegada y la de su grupo, había empleado todas sus energías en fomentar la discordia entre los colonos. La simiente de la cizaña caló hondo en mucho de ellos.
Durante una década la Corporación se había encargado de crear una leyenda negra sobre los nativos. Los describieron como salvajes sanguinarios capaces de perpetrar las más crueles atrocidades. Por eso, cuando el barbilampiño les expuso su plan, muchos de aquellos granjeros se pusieron del lado de los recién llegados.
Eran gentes sencillas que no sabían empuñar otra cosa que el arado y la oz. Vieron en los cinco nuevos vecinos a quienes podían defenderlos de esos mismos miedos que los pistoleros se ocuparon de fomentar. Pero al verlos asesinar a aquellos inocentes, la mayoría comprendieron el gran error que habían cometido. Habían escapado de un tirano, solo para encontrarse con otro.
Unos se retiraron avergonzados por su cobardía y se escondieron en sus casas. Otros observaban sin atreverse casi a respirar. Eran testigos mudos de aquella especie de golpe de estado.
Zinue contaba con el apoyo de muchos aún. Cuando rodeó el cuello del indio con una soga y empezó a arrastrarlo hacia un árbol lo vitoreaban e insultaban a Negroe. Indefenso y medio muerto, el indio no oponía ninguna resistencia.
Algunos colonos retiraron los cuerpos de Billy y Justine. Cuando agarraron a Orcanario se dieron cuenta de que respiraba. El sentimiento de culpa los impulsó a ocultar el hallazgo. Lo llevaron con disimulo al interior del Rock and Old.
Berbuscona al ver que lo traían dejó caer la cabeza de Velvet en el barreño y acudió a toda prisa a comprobar el estado del periodista. La bala había perdido mucha fuerza al atravesar a Justine y no se adentró en el pecho de Orcanario. La herida solo era superficial.

- ¡Es hora de colgar a este perro del extremo de una soga! - Zinue y los suyos estaban bajo un árbol de gruesas ramas. Lanzaron la cuerda por una de ellas y empezaron a tirar. El indio quedó suspendido a medio metro del suelo, pataleando e intentando respirar. Al cabo de unos segundos quedó inmóvil. 
Se hizo el silencio. Zinue miraba complacido las expresiones de los presentes, pudo ver el miedo en la mayoría de ellos y supo que el pueblo era suyo.
Sonó un disparo y la cuerda se partió. El indio cayó al suelo y quedó inerte.

Black Velvet sujetaba en ambas manos sendos revólveres. En esta ocasión no la acompañaba su inseparable dragoon, la cambio por dos colts, mucho más ligeros e igual de mortíferos a corta distancia.
Con el de su mano derecha no dejaba de apuntar a Zinue y desplazaba de un lado a otro el de la izquierda de forma amenazante. Tenía el pelo estaba empapado y su oreja mutilada quedaba al descubierto. No caminaba del todo recto. pero su pulso era firme.
Todos se apartaban de su camino. El silencio era asfixiante, incluso los grillos parecían haber enmudecido. Tan solo se escuchaba el murmullo de las aguas del río y el tintineo de las espuelas de la pistolera. Se acercaba lentamente sin dejar de encañonar al barbilampiño.
- ¿Qué tenemos aquí? - Gritó de forma teatral Zinue. - Dicen que en el pasado fuiste buena. Debe de hacer más de un siglo de eso porqué ahora solo veo a una vieja borracha que arrastra los pies por el barro. ¿Qué pretendes hacer tú sola contra todos nosotros estúpida? 
- Me llevaré por delante a tantos como balas hay en el tambor de mis colts. Aun me quedan once y ten por seguro que tú serás el primero en caer. - Velvet seguía avanzando hacia Zinue y sus sicarios. Un colono que quedó atrás desenfundo con sigilo y la apuntó. Sonó como una especie de cañonazo y salió despedido varios metros hacia adelante con un enorme agujero en la espalda. El barbilampiño la miró enfurecido.
- La vieja no ha venido sola. No importa. Esta vez nos cogiste por sorpresa, pero al próximo disparo descubriremos la posición de tu tirador y los dos estaréis acabados.
- Para eso hará falta que otro imbécil muera, estoy ansiosa por saber qué estúpido se presenta voluntario.
Otro colono sacó su revolver, se creyó a salvo oculto entre la multitud. Una mano le tapó la boca, al tiempo que otra le hundía un cuchillo en el hígado. Todo fue rápido, limpio y en silencio. Cuando cayó al suelo, quienes lo vieron pensaron que el tipo se había desplomado a causa de la bebida. Dulce seguía vigilando de cerca, paseaba entre los colonos con su imagen inocente y un puñal oculto en la manga. 
A muchos metros de distancia, sobre el tejado del Rock and Old, su hermana había recargado su rifle mata búfalos y seguía los movimientos sospechosos.

- ¿Qué le puede importar a alguien como tú este piojoso? - Zinue señalaba el cuerpo inmóvil del indio. - Tú eres una de los nuestros, una asesina. Ponte de mi lado y someteremos a todo este rebaño de cobardes. Si tu amiga Berbuscona está aquí es porque se cuece algo importante. Ayúdame a descubrir de qué se trata y todos abandonaremos este sucio pueblucho con más oro del que podamos cargar. La otra opción es una cruz sin nombre.
- He regresado junto a la madre tierra, nunca más seré un perro. Si he de morir será como un lobo y tú lo harás como una rata.
- ¿Lobos, perros…? Chocheas vieja, frente a mi tan solo veo a una zorra, una con cuya piel me haré un chaleco. - La pistolera ya se hallaba a muy pocos metros del grupo de matones, se detuvo y los miró desafiante. Fue entonces cuando apareció Zupia seguido de quince jinetes, descabalgaron y tomaron posiciones a rededor de los congregados. Zinue se dio cuenta de que su plan había fracasado.
- Bien, ya tienes reunida a tu manada de “lobos”. ¿Y ahora qué? -Aunque el barbilampiño contenía su rabia en cada palabra, su mirada vidriosa lo delataba. - Morirán muchos si empezamos una guerra. Hagámoslo a la vieja usanza, tú y yo cara a cara. - Zinue enfundó su revolver.
- No sería un duelo justo. - Velvet dejó caer el colt de su mano izquierda al suelo. - Ahora está la balanza más equilibradas.Cinco balas, una para cada rata.. - Enfundó el arma y miró con desprecio a los cinco criminales, estos a su vez, sonrieron complacidos.
- Estás loca vieja, tu vanidad te llevará a la tumba. Que así sea.
- Berbuscona apareció con Orcanario apoyado en ella. El periodista había recuperado el sentido después de que le sacaran la bala. Un buen vendaje y parece que no tardaría en recuperarse, pero necesitaba de ayuda para caminar.
Lo que vio el periodista le recordó a las viejas historias que su padre escribía, ya hace mucho tiempo en la distancia. Velvet retando a Zinue y los suyos, con su viejo y raído guardapolvos, los brazos colgando cerca de las cartucheras. Aparentemente tranquila, observando a sus oponentes con fría mirada. Enfrente el enemigo, cinco contra uno, un suicidio. Muy superiores en número pero asustados, aquellos asesinos curtidos sudaban en presencia de la pistolera. Siempre pensó que la obsesión de su padre por aquella a la que llamaba “la eterna forastera” no era más que una  fantasía. Una fantasía por culpa de la cual, su madre lo abandonó llevándoselo a él siendo solo un muchacho. Velvet era la mismísima imagen de aquella pistolera de la que tanto escribió Orcanadian, su padre. En contraste con la tranquilidad de la pistolera, el nerviosismo histérico de Zupia. Temblaba y no quería mirar lo que pasaba. - Velvet se sobrevalora- - Gritaba. - Son demasiados. ¡Tenéis que ayudarla! ¡Debéis detenerla, no lo conseguirá! - La posibilidad de perderla lo aterraba, querría correr en su ayuda pero ella jamás se lo perdonaría. También sus aliados sabían que no debían de intervenir.
Cerró los ojos y esperó.

Todo fue muy rápido, seis disparos y cinco hombres que caen al suelo sin vida. Velvet soltó un leve quejido y se inclinó doliéndose de un costado. A Zupia se le escapó el corazón del pecho, acudió a toda prisa en su auxilio. La pistolera lo apartó de su lado con un leve empujón.
- No es nada, solo un rasguño.
- Déjame verlo.
-  ¡He dicho que no es nada, apártate de mí, necesito aire!
Dulce sujetaba a Negroe en sus brazos. - ¡Aún está vivo! ¡Necesito ayuda! - Velvet se acercó y le echó un rápido vistazo, luego dio media vuelta y se alejó.  Apoyaba su mano en el costado, las ropas empezaban a tintarse de sangre. Dulce la miró sin entender su actitud.  Berbuscona se acercó a toda prisa, se arrodilló junto al indio y cerró los ojos en un gesto de desánimo. La mayoría de los colonos regresaban a sus casas, solo los amigos del piel roja permanecían junto a él en silencio. Al ver el gesto de la mujer rubia los ánimos decayeron.
- ¡Se repondrá! - Gritaba Dulce sin verdadera convicción. - ¡El indio es fuerte, se repondrá! - Apoyó la cabeza en el pecho del herido y empezó a llorar.
Karmeta había descendido del tejado y se unió al fúnebre grupo. Se giró hacia los cadáveres de Zinue y los suyos, un agujero en la frente de cada uno de ellos. Agarró con fuerza su rifle y escupió en la cabeza del barbilampiño. 
- Llevemoslo a mi casa. - Dijo Berbuscona. - Creo que soy la única que entiende un poco de medicina de todos los presentes. Los presentes la interrogaron con los ojos, la rubia no fue capaz de mantenerles la mirada, se giró y les dió la espalda. -  Haré lo que pueda. - Es todo lo que alcanzó a decir.
Lo alzaron entre varios hombres y lo trasportaron con cuidado a su cabaña. Lo dejaron sobre la cama, las sabanas se empaparon de inmediato con la sangre del indio. Su cuerpo parecía de goma, no debía de quedarle ni un solo hueso sano.

Velvet ensillaba su caballo, Zupia la había seguido. - ¿Dónde vas? - Le preguntó.
- Me marcho, no intentes detenerme.
- No…no lo entiendo, ahora te necesitamos más que nunca. Además, estás herida, deja que te mire.
- Solo es un rasguño, solo es una nueva cicatriz, ya has visto que mi cuerpo está lleno de ellas. Estaré bien, no te preocupes.
- Espera, preparé mis cosas e iré contigo.
- Esta vez no Zupia.
- Pero…pero no entiendo. ¿Por qué nos abandonas justo ahora? ¿Por qué me dejas? ¡Iré contigo, no te dejare sola! - Velvet sacó de una alforja su dragoon y se la ofreció al joven.
- Mi adiós es definitivo, tan solo puedo darte mi gratitud por todo lo que has hecho por mí. Mi gratitud...  y esto como recuerdo. No poseo nada más, no lo rechaces otra vez por favor. - Zupia necesito de ambas manos para sostener el pesado arma, se la devolvió.
- No la quiero, este arma solo me recordaría lo peor de tí. ¿Por qué? - El muchacho la miraba implorando que desistiera de su huida, no entendía que la había empujado a tomar una decisión tan repentina como absurda.
- La he cagado otra vez…Secon me lo advirtió. Me dijo que vigilara al indio, que corría peligro. ¿Y qué hice yo? Me emborraché. como siempre tomé el camino equivocado. 
- Pero Negroe sigue vivo, lo salvaste.
- No creo que pase de esta noche, no me quedaré para ver como muere. Dile a las dos hermanas que lo hicieron bien, que sin ellas no lo hubiese conseguido y que me perdonen por todo lo que he dicho de ellas. Diles también que vigilen a la rubia. Ese miserable de Zinue dijo algo sobre ella, creo que no es trigo limpio.
- ¿Y qué haré yo? Te necesito.
- Olvídame. Dulce es una buena chica y creo que le gustas, rehaz tu vida.
- Mi vida eres tú.
- Adiós Zupia. – A punto estuvo de decirlo, pero la pudo la vergüenza. – Adiós. - Espoleó el caballo y partió al galope sin mirar atrás. El muchacho permaneció plantado en aquel lugar mucho tiempo después de perderla de vista.

*Extracto de "La balada de Roca Vieja."


– Te dejé agonizando en brazos de la pequeña de las dos hermanas psicópatas y me marché del asentamiento. No hubiera dado ni un centavo por tu vida. Te fallé, me advirtieron de que te vigilara, que corrías peligro y en lugar de eso me emborraché. Hui sin esperar a que exhalaras tu último aliento. Días más tarde tuve un pequeño incidente con unos mercenarios, luego llegué a una posada… - Se esforzó en recordar, la cabeza le ardía a causa de la resaca. – Ya solo recuerdo la cantina y como apuraba una botella tras otra…luego…Bueno finalmente llegó el “esponja” y me dejó ko en nuestro pulso etílico. Hoy me desperté en esa celda junto a alguien que creía muerto. ¿Seguro que no he estirado por fin la pata?
- ¿Me dejaste tirado?
- Si te sirve de consuelo me ocupé de que esos que te atacaron. Ya no podía ayudarte. ¿Es necesario que hablemos de eso?
- Supongo que no. Si ya has recobrado el aliento continuemos.

El Creador y su trono eran anacrónicos en mitad del nuevo salon. Lo habían reemplazado todo por escritorios, ordenadores y paneles con gráficos. Pululaban de forma frenética docenas de hombres grises vestidos con sobrios trajes y corbata. Se aferraban a sus teléfonos y aporreaban compulsivamente los teclados de sus computadoras. El Creador no entendía nada de su jerga. Balances, estudios de mercado, márgenes de beneficio, activos, pasivos, volumen de ventas, acciones, debes y haberes. También habían muchos soldados fuertemente armados y por todas partes el logo de la Corporación. En las paredes, en la solapa de los trajes de los hombres grises, en sus bolígrafos…El Hacedor los miraba confuso, se encontraba en un lugar privilegiado, parecía presidir todo aquel tumulto y sin embargo todos lo ignoraban. Recostado sobre el reposabrazos intentó dar una cabezada. Dormir era lo único en lo que empleaba el tiempo desde la aparición de su hermano. No se sentía con ganas ni fuerzas de hacer otra cosa, dormir es lo único que le permitía seguir soñando.

La extraña pareja se acercó hasta llegar junto a él. También estaban muy confusos entre todo aquel gentío que no paraba de gritarle a algún tipo de Ente incorpóreo: “Compra” “Vende” y otras cosas más ininteligibles si cabe.
- ¿Este es el tipo del que me hablabas? ¿Qué le pasa? Ni siquiera se mueve. – El Creador parecía no poder ver a la caza recompensas, aunque seguro que pudo sentir su aliento apestando a alcohol.
- Cada hora que pasa está más débil y yo no sé cómo ayudarle. – El indio le levantó la cabeza y lo obligó a mirarle a los ojos. - ¿Sigues ahí amigo? – No hubo respuesta.
- ¡Bah! ¿Qué nos importa ese? Si nadie nos retiene, larguémonos de aquí. – Parece que por fin el Hacedor de historias reparó en la presencia de Negroe. Con un hilo de voz y trabándose le dijo:
- No recuerdo vuestros nombres.
La pistolera soltó un forzado ”¡Ja!”
- No te he visto en mi vida, lo extraño sería que lo supieras. – Se dirigió al indio. - ¿Está borracho? Seguro que este tipo esconde en algún lugar una hermosa bodega a rebosar de aromáticos y dulces licores.
El piel roja ignoró el comentario fuera de lugar de su compañera. Quedó en silencio unos segundos hasta que por fin le hizo una pregunta que en un principio se le antojó absurda.
- ¿Cómo me llamo?
- ¿Os estáis riendo de mí? Resacosa y todo, me sobro para partiros la cara a los dos - Velvet cada vez estaba más perpleja  -.Ahora que me fijo mejor, ambos os parecéis mucho. Eso sí que es raro. – No, aún habían cosas mucho más extrañas. Después de un rato meditándolo se dio cuenta de que no sabía la respuesta. Se asustó terriblemente.
- No, no lo sé. Ni siquiera recuerdo el mío. ¡Maldita sea, esto solo puede ser una pesadilla! Aún estoy durmiendo la mona.
El indio comenzó a zarandear al Creador con violencia. – ¡No puedes olvidarnos, me prometiste que acabarías mi historia! – El Hacedor de Historias seguía mudo pero su mirada ya no parecía perdida. Tenía los ojos clavados en la gran puerta del otro extremo del salón.
Los hombres grises escondieron la cabeza tras de sus ordenadores como las avestruces lo hacen en la tierra. El ritmo de trabajo se volvió frenético pero ahora nadie gritaba ni se hacían gestos extraños los unos a los otros. El retumbar del sonido de muchas botas militares en su marcial marcha parecía que había sacado al Creador de su letargo. Decenas de soldados fuertemente armados escoltaban al Reverso Oscuro. Los seguía en silencio y cabizbaja, una anciana que mecía un bulto en su regazo.






Plomo y piedras.


- ¿Ese es el individuo de la cantina?
- Ese es el mierda que se quedó con mi dragoon.
- El hermano del Creador, tal como imaginaba. – El piel roja acarició con la punta de los dedos el hacha que llevaba sujeta a la cintura. La pistolera lo observó con sorna.
- ¿Vas a enfrentarte a todos esos con tu reliquia? ¿Qué tiene de especial ese chisme para que no te separes nunca de él?
- Mientras la empuñe un guerrero, mi pueblo seguirá en lucha.
- ¿Y tú eres ese guerrero? – Entonces lo siento por los tuyos. – La mujer soltó una risita caustica y mal intencionada para luego retomar el tono serio. – Tú pueblo empezó a morir en el momento que el primer blanco puso un pie en vuestra tierra. Te aferras a una idea absurda, todas las tribus hace años que se pudren en las reservas. No habrá una última batalla, perdisteis hace mucho.
- Eso ya no importa, el Hacedor de Historias nos está olvidando, no tardaremos en dejar de existir o peor aún, dependeremos de su hermano para seguir haciéndolo.
- No entiendo ni una sola palabra de lo que me hablas. – Se fijó en La Voz del Viento. - ¿Quién es esa anciana que lo acompaña?
- No lo sé, nunca la había visto antes.
Los soldados se fueron desplegando por toda la sala, el grupo más numeroso se detuvo a varios metros del Creador y sus personajes. El Reverso Oscuro siguió avanzando hacia su hermano. Solo lo acompañaba la anciana y tres soldados de más envergadura y mejor equipados que el resto. Dos se posicionaron tras Negroe y Velvet, el tercero junto al Hacedor de Historias. Ayla seguía al mezquino hermano del Hacedor pero parecía ausente de todo. Mecía y le canturreaba al bulto que llevaba entre los brazos.

- Estoy muy disgustado contigo hermano, has intentado engañarme. – Agarró con fuerza a la anciana por el brazo y la obligó a ponerse frente al Creador, este la miró sin acabar de comprender. Ella seguía cabizbaja acariciando la cabeza del engendro de trapo. El Hacedor miró el bulto y se le dibujó un rictus de repulsión en el rostro.
- Como puedes comprobar, de nada ha servido tu patético intento. La figurilla de piedra que has mandado contra mí no ha podido evitar que capture a la Voz del Viento. - Sonrió despectivo.- Lo siento, se me ha estropeado un poco por el camino. – Acarició los cabellos plateados de la ahora ajada Ayla. - Por más que la miro no veo nada especial en ella. ¿Por qué es importante esta vieja? ¿Callas, no dices nada? – Señaló al indio y a la pistolera. – Tus personajes son escurridizos, de momento solo he encontrado a esos dos. En cuanto al Narrador, se evaporó, pero también daré con él. – El Hacedor no podía dejar de mirar a la anciana intentando recordar de quién se trataba. Se preguntaba quién era la Voz del Viento de la que hablaba su hermano. Este seguía con sus diatribas – La verdad es que ninguno de estos tres me parecen demasiado útiles, no estoy seguro de que me interese realmente conservar a tus personajes. Son gusanos que se esconden bajo tierra. Solo hay alguien realmente importante, alguien del que no he encontrado ningún rastro. – Alzó los brazos y giró sobre sí mismo. – Mira lo que he montado, recogí el testigo de tus relatos y rescaté a la Corporación. Las naciones comen de mi mano, pongo y depongo gobiernos a mi antojo. ¡Mi poder es absoluto! Controlo la economía, las vidas de millones de miserables y anónimos individuos. ¿Y todo esto para qué? Todo este entramado solo por un motivo. De nada me han servido ni los satélites, ni todas las redes de la información, ni sobornar a líderes, a políticos, a militares… – Aunque parecía absorto en sus divagaciones se fue acercando poco a poco a su hermano. Cuando estuvo muy próximo, de forma inesperada, le propinó un fuerte puñetazo que le abrió una brecha en el pómulo. - ¡No me ha servido para nada! – Aplastó con ambas manos la cara del Creador mientras le gritaba acercando mucho su rostro. Los salivajos que expelía empapaban la cara de su hermano que seguía impertérrito mirando a Ayla. La sangre manaba de su mejilla pero no parecía sentir nada.
- ¿Quién eres tú? – Pensaba. La presencia de la anciana le producía una gran congoja pero no entendía el motivo. Ella seguía acunando la cabeza de trapo.
El Reverso lo obligó a mirarle a los ojos. - ¡Tú lo sabes, siempre lo has sabido pero me lo ocultas! – Lo soltó y se acercó a la Voz del Viento, la rodeó con su brazo izquierdo por la cintura. – Parece que ella te interesa mucho. Veo que la miras con extrañeza. ¿No reconoces a la persona que está bajo esta arrugada carcasa? – Sacó de su caro traje la dragoon de la pistolera y se la puso en la sien. La caza recompensa se recompuso totalmente de su resaca al ver el arma y dio un codazo al indio. Ni se miraron, pero este comprendió perfectamente que debía prepararse. Agarró con fuerza el mango del hacha que parecía haber cobrado vida y estar deseosa por entrar en acción.
- ¡¿Dónde está la Inspiración!? - ¡Tú tienes que saberlo! – Estiró de los pelos a la anciana y esta por fin alzó el rostro. El Creador pudo ver sus ojos de cristal. – Torturar al indio no sirve de nada y la vieja no aguantaría ni una bofetada, así que lo mejor será que la libre de su sufrimiento. Le levantaré la tapa de los sesos. Después me entretendré un rato con la sucia borracha. – El piel roja miró de reojo a su compañera. Otros, por palabras mucho menos despectivas, habían probado el seco sabor del polvo mientras la caza recompensas les aplastaba la cabeza con su bota. En esta ocasión mantuvo la calma.
- Tú eres el único que puede detener mi dedo, solo tienes que decirme donde la escondes. Sabes que es inevitable que me haga con todo lo tuyo. ¿Por qué prolongar una absurda agonía? ¡Ten por seguro que lo haré, los matare a todos! ¡Y ahora dime! ¡¿Dónde está la Inspiración!? – Ante una situación tan tensa, el Hacedor recobró algo de memoria. Reconoció en aquellos ojos de cristal lo que quedaba de Ayla.
- Le prometiste a la gárgola que la permitirías vivir. – Dijo al fin.
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Ambos somos uno, puedo ver a través de ti.
- ¿Entonces cómo es que yo no puedo?
- No puedes ver a la Inspiración porque tampoco yo sé dónde está. La perdí hace mucho y apareciste tú en su lugar.
- Me mientes como yo mentí al monstruo de piedra. – Apretó con fuerza el cañón de la pistola en la sien de Ayla. – Es verdad que somos uno, igual de embusteros ambos. Salvo en mis amenazas, ahí yo no me marco faroles.
Ajena a todo, con la cabeza perdida en a saber que turbio rincón de su mente, Ayla cantaba lo que parecía una nana y frotaba su mejilla con los restos del engendro de trapo. El Hacedor la observaba conmovido. - ¿Qué es lo que te he hecho chiquilla?
- No lo sientas hermano, lo peor está por venir y también eso será culpa tuya. Me he cansado de esperar, di adiós a tu Voz del Viento.
- Ya sé que es previsible, que es lo que todos esperan. Que si se tratara de una mala película, sería el momento en el que en la sala de exhibición sonarían los aplausos y volarían las palomitas. Pero así es como tenía que ser.
- ¿De qué coño hablas?

Sonaron ráfagas de disparos y antes de que nadie pudiera reaccionar, apreció atravesando un enorme rosetón. No lo suficientemente grande porque también destrozó un buen trozo de la fachada, que se desplomó sobre los empleados de traje gris.
La gárgola corrigió su trayectoria, el Reverso Oscuro estaba demasiado cerca de Ayla y no quería arriesgarse a aplastarla. Cayó con todo su peso sobre el grupo más numeroso de soldados. Los derribó como si estuviera en una partida de bolos. Siguió deslizándose por toda la sala, llevándose por delante tanto el capital mobiliario como a los “recursos humanos”. Los hombres grises supervivientes huyeron despavoridos.
La pistolera propinó un codazo al soldado que se hallaba tras de ella y, sin que acabara de soltar su fusil de asalto, apuntó hacia el que se encontraba junto al indio y le descerrajó una ráfaga. El piel roja, en un rápido y certero movimiento, lanzó su hacha que acabó alojada en la cabeza del soldado situado al lado del Creador. Ahora ambos estaban armados y vaciaron los cargadores sobre el Reverso Oscuro que retrocedió por los impactos lo justo para que Magenta se abalanzara sobre él.
- ¡Sorpresaaaa! – Le gritó mientras lo aprisionaba. Bien sujeto por las poderosas garras de la gárgola, la velocidad de su enemigo era totalmente inútil. Empezó a aporrearlo salvajemente con la cabeza.

Llegaron muchos más soldados. La pistolera había recuperado su revolver después de que cayera de las manos del sorprendido hermano del Creador. La puntería de aquella mujer causó estragos entre las tropas. Todo aquel que osaba asomar la cabeza fuera de su parapeto, pasaba irremisiblemente a mejor vida. El indio, por su parte, intentaba averiguar como se recargaban aquellos extraños fusiles. Se cobijaron tras unas columnas. Los solados no dejaban de aparecer por todos los sitios. Por fin, el piel roja aprendió a manejarse. Aún entre ambos, no podrían contener durante demasiado tiempo a tantos enemigos.
- Bueno mi estrambótico pavo emplumado, aquí tienes tu última batalla por fin. No malgastes las balas.
- No es como la imaginaba pero tendré que conformarme. - Al contrario de la de la pistolera, la punteria de Negroe dejaba mucho que desear. - Llegan más por tu izquierda. - La advirtió.
- ¡Maldita sea, vienen más por todas partes! – Los hombres del reverso Oscuro comenzaron a avanzar. Un primer grupo, cubierto por el fuego a discreción desde la retaguardia, estaba ya demasiado cerca. Responder a su ataque era imposible
Mientras, el hermano del Hacedor de Historias se había liberado de su captora. Con la espalda en el suelo, apoyó los pies contra el pecho de Magenta y la catapultó con las piernas lejos de sí. La gárgola no esperaba que su enemigo tuviera tanta fuerza y se estampó contra una pared. Como un resorte salió disparada de nuevo en pos de su enemigo, pero ahora este ya estaba en guardia. Como en su anterior encuentro la esquivaba con facilidad. En cada frustrada embestida, la gárgola acababa con un muro, y para alivio del indio y su compañera, también aplastaba a algún que otro soldado.
Como si la cosa no fuese con ella, Ayla se sentó en el suelo y continuó arrullando los despojos que guardaba como un tesoro entre sus brazos. Los proyectiles silbaban a su alrededor, estaba peligrosamente expuesta y la caza recompensas se dio cuenta de ello.
- Se van a cargar a esa estúpida, hay que sacarla de ahí.
- ¡Imposible! – Le respondió el indio. – En cuanto intentemos acercarnos nos acribillaran y solo habremos conseguido dirigir las balas hacia su posición. Lo único que podemos hacer es procurar alejar la refriega de ella. – La pistolera se olvidó de los soldados por un instante, contemplaba atónita el combate que libraban Magenta y el Reverso.
- Espero que esa cosa esté de nuestro lado. – Se dio un golpe en la cabeza con la culata del revolver para cerciorarse de que no estaba soñando. - ¡Ahu! – Exclamó, el dolor había sido demasiado real.
- No apostaría por ello. – Dijo el piel roja. – Al menos, de momento, es lo único que mantiene alejados a los soldados de nosotros. – Miró a Ayla. – Hay que atraer el fuego hacia nosotros y alejarnos de ella, las balas perdidas se la están rifando.
- Bien, cúbreme.
- Tú eres mejor tiradora, seré yo quien salga ahí fuera.
- ¿Tú? Tú eres lento y torpe. ¡Ni se te ocurra!
- Créeme, no me pasara nada. – No le dio tiempo a reaccionar, salió de su escondrijo y corrió a toda prisa hacia el lado opuesto de la sala. Como no podía ser de otra forma, una lluvia de plomo lo acribilló a los pocos metros.
- ¡Indio estúpido! – Se había quedado sola, esta vez no había ninguna duda de que el piel roja había muerto. Su sacrificio no había servido de nada. Envalentonados, los soldados avanzaban al descubierto, abrigados por un fuerte fuego de cobertura. Pasaron sobre el cuerpo del caído dejándolo atrás sin darse cuenta de como sus carnes despreciaban y expulsaban las balas de su interior. Se levantó de un salto y los masacró a placer por la espalda. Los pocos que se giraron para repeler la agresión, fueron eliminados por los certeros disparos de la pistolera. Todos yacían fiambres sobre su propia sangre, Velvet miraba a Negroe con expresión bobalicona, incapaz de cerrar la boca.
- Sin duda alguna estoy soñando.
- Ya te dije que no podía pasarme nada. ¡Joder, ha dolido de cojones! Pero ha funcionado.
- No creo que tarden demasiado en llegar más, aprovechemos esta tregua para coger a la anciana y salir de aquí. – Corrieron hacia donde se encontraba, para su sorpresa vieron que el Creador estaba a su lado. En ese momento, tal como habían vaticinado, aparecieron más soldados y en esta ocasión provistos de armamento pesado. Desplegaron sus ametralladoras y otros, armados con lanza granadas, tomaron posiciones parapetándose entre cascotes y escritorios.
- Mierda. –Exclamó el indio. – Contra eso, ni toda la energía del Espíritu del Kaos podrá recomponerme. Van a hacernos picadillo.
- ¡No te quedes ahí como un pasmarote y corre! – Salieron de su escondrijo a toda prisa en busca de un lugar que los protegiera mejor del infierno que se avecinaba.

- ¡¿Por qué no dejas de moverte para que pueda machacarte de una vez!? ¡Eres realmente irritante! – Magenta daba vueltas alrededor de su enemigo intentando encontrar el momento de sorprenderlo.
El Reverso se burlaba de ella, más la gárgola por fín pudo olfatear su miedo.- Esto ya me parece haberlo vivido antes. ¿Cómo lo llaman, “deja vu”? Ah no, ahora recuerdo, recuerdo a un monstruo estúpido retorciéndose en su inmundicia sobre la nieve, después de intentar inútilmente ponerme la zarpa encima. La historia está para que se repita pues, está claro, que tú no has aprendido nada de ella.
 Magenta había recuperado parte de su sarcasmo y su mala uva dialéctica. - Tengo un deseo, o un antojo según se mire. Quiero darme un atracón con tus carnes. ¿Sería posible que me lo concedieras?
La gárgola volvió a errar en el intento de atraparlo.

El Creador acariciaba los cabellos de la Ayla sin poder apartar la mirada del engendro de trapo. Ella lo seguía acunando ajena a todo. Asqueado de aquella imagen, le arrebató la cabeza y la lanzó lejos. La Voz del Viento lo miró con odio. Nunca el Hacedor de Historias había visto en sus ojos aquel brillo insano y malévolo.
En  un nuevo y frustrado ataque, la gárgola acabó deslizándose si control por el suelo encerado aplastando y desmenuzando los restos de la abominación de trapo.
La, ahora anciana, despertó a la realidad que la rodeaba. Observó aturdida a su alrededor. Magenta luchaba contra el Reverso Oscuro destrozándolo todo a su paso. Vio a soldados disparando contra una pareja que parecía salida de un espagueti western. Muchos cadáveres cubrían la sala y su sangre formaba un pequeño cauce que discurría hasta perderse por el desagüe de las alcantarillas. Se encontró con los ojos del Hacedor de Historias. Nunca antes lo tuvo tan cerca, se metió en su cabeza y sintió un agudo dolor provocado por el aluvión de imágenes aparentemente inconexas. No tardó en recomponer el puzle.
- ¿Vos? Sois vos… ¿Cómo no pude verlo antes? – Como casi todo en los últimos días, tampoco entendió aquellas palabras, el Creador la miraba perplejo. La abrazó, Ayla apenas notó la presión en su cuerpo, el Hacedor estaba realmente débil, preso de la aflicción.
- ¿A qué te refieres? – La preguntó.
- Entonces…entonces es ella la Inspiración a la que con tanta desesperación buscáis.
- ¿Sabes dónde se encuentra? – En sus ojos un brillo de esperanza.
- Pero Magenta me contó que partisteis sin volver la mirada, que corristeis mil aventuras y os coronaron rey.
- No te entiendo. ¿Entonces tampoco tú conoces su paradero? – La ilusión del Creador volvió a apagarse.
- Sois vos y yo no supe verlo…Lo siento.
- No te entiendo, no sé de qué me hablas.
- Vos sois el caballero negro del cuento. Pero, aunque tenéis un castillo, no sois rey, solo el reo que lo habita.
Ahora la expresión del Hacedor era oscura, un calco de la de su hermano.
- ¡Calla!

Debieron de creer que aquellas armas, de mayor calibre, serían efectivas contra el monstruo de piedra. Los soldados dispararon contra la gárgola. Esta, sin dejar de mirar ni un momento al Reverso Oscuro. Esquivaba mediante saltos y cabriolas las granadas, de las que por el ruido conocía procedencia y trayectoria. Las balas las ignoraba, en nada dañaban su cuerpo de roca viva. Seguía intentando echarse encima de su enemigo sin conseguirlo y, entre ataque y ataque, agarraba con su poderosa cola cascotes y muebles que lanzaba contra las tropas de negros uniformes. Los anacrónicos personajes del Creador aprovecharon el respiro que les brindó el error cometido por los soldados para ponerse a cubierto en un lugar más seguro. El fuego cruzado de mortero y ametralladoras los mantenía acurrucados, sin posibilidad de defenderse, en su improvisado refugio al abrigo de las ruinas del castillo. Los soldados avanzaban hacia ellos. El Reverso estaba furioso, no podría vencer a Magenta mediante la fuerza. La gárgola era realmente un oponente terrible y solo podía limitarse a esquivarla una y otra vez. Su única oportunidad era escudarse tras la Voz del Viento.
Para su sorpresa, una energía invisible le impedía acercarse a ella. Maldijo a su hermano. ¿De dónde había sacado las fuerzas suficientes para crear aquella barrera?

- Deberíamos de correr hacia la puerta por la que entremos y refugiarnos en los sótanos. – Aunque la pistolera estaba justo a su lado, el ruido de las explosiones obligaba a gritar al indio para hacerse oír .
- Yo no soy “inmortal” como tú. Si asomo la nariz ahí fuera me la volarán junto al resto de la cabeza. Además, en los sótanos quedaríamos atrapados.
- Ya has visto que ahí abajo es un laberinto de pasillos estrechos. Allí podremos ofrecer mejor resistencia al menos.
La caza recompensas intentó incorporarse, la onda expansiva de una granada la arrojó de nuevo al suelo. - ¡Imposible dar un solo paso, esto es el fin! – Ahora, medio sorda con un intenso pitido en su oído, era ella la que gritaba.




La nada.


El Hacedor de Historias se apartó de la anciana para que no siguiera adentrándose en su mente. Ayla ya había visto más que suficiente.
Miró horrorizada a su alrededor. Todo era un caos, el castillo se desmoronaba. De la gran sala no quedaba nada más que cascotes y bajo ellos, esparcidos por el suelo, decenas de cuerpos destrozados. Los ojos de la anciana se humedecieron.
- Debe de acabar con esta locura. – Le imploró. – No se atormente más, ha de despertar. – Señaló con el dedo toda aquella destrucción, como si el Creador necesitara se lo indicaran para poder verla.
– Esto ya no es su sueño, hace mucho que se volvió una pesadilla. Por lo que más quiera, despierte.
- ¿Despertar? ¿Acaso no estoy despierto para ver lo que te he hecho? – Se acercó a ella y acarició las arrugas de su rostro. Ayla apartó la mano de su cara con un movimiento suave.
- Vos no me hizo nada, salvo acogerme en su mundo. Pero yo no soy uno de sus personajes, no puede retenerme aquí contra mi voluntad. Míreme, pero hágalo con los ojos limpios. Líbrese de los cristales de esas lentes que son su locura y que todo lo deforman. Míreme con los ojos, no me busque en su mente. – El Hacedor la observaba sin comprender. - El hermano de vos se preguntaba porqué soy importante y, si no lo sabe, está claro que no es parte de vos. Recuerde el por qué estoy aquí, el como llegué.
- Tú eres la Voz del Viento. Gracias a la fuerza de tu aliento, mis versos viajan a los oídos de aquellos que los quieran escuchar.
- Eso es muy bonito, pero no es cierto. Por favor míreme, se lo ruego. – Ante él, Ayla empezó a recuperar su juventud. Poco a poco su aspecto iba cambiando, pero ahora sus cabellos no brillaban como el oro ni acababan en caprichosos tirabuzones. Tampoco sus ojos eran claros como el cristal, sino castaños. Su pelo era rubio y bonito, pero nada excepcional. Ante el Creador se encontraba una joven que le sujetaba la cara con ambas manos y le obligaba a mirarla.
- ¿Lo ve? No soy su Voz del Viento, sólo soy Ayla. Me atrajo con sus lamentos, me identifique con sus versos y quise traerle consuelo. Por eso yo y el Narrador somos importantes, porque somos quienes le leemos y damos vida a sus palabras. Pues al igual que la voz debe ser escuchada, las letras deben ser leídas para existir. – El Hacedor de Historias se liberó de las manos de Ayla y le dio la espalda.
- Ella inspiraba todas mis palabras. - Comenzó a decir. - A ella le pertenecían y no buscaba otros oídos que los de ella, pero dejó de escucharme. Ella era mi Inspiración y sin ella ya nada tiene sentido.
- ¡Ella, ella, ella y solo ella..! ¡Ella no regresará y por más que la busque tampoco la encontrará!. ¿Es que no se da cuenta? – La muchacha señaló lo poco que quedaba de la cabeza del engendro de trapo. . –También yo me aferraba a una ilusión que me mantuvo presa en mi particular desierto, en mi fortaleza de hielo. Pero ya desperté y ahora le toca a vos hacerlo. ¿Qué tiempo hace ahí fuera? ¿Sabe si hace frío? ¿Quizás calor? ¿Si llueve o si nieva? Acabe con esta guerra de sentimientos encontrados. No puede hallar a la Inspiración en su mundo porque ella salió de él. Se cansó porque vos la convirtió en un personaje, igual que hizo conmigo, igual que hizo con el Narrador.
- ¡Todo es real y ella regresará! ¡Hice un trato con el buhonero! Me aseguró que mis palabras la traerían de regreso.
- No quiere despertar. – Ayla señaló ahora al Reverso Oscuro. – Ahí tiene a su buhonero, no es más que otro de sus personajes, de hecho, el primero. Mire a sus creaciones y lo que cada una de ellas representa, todos están aquí. – Vio como el indio y la pistolera salían corriendo a toda prisa de su escondrijo un par de segundos antes de que una granada lo hiciera volar por los aires.
– Lo ve. – Señaló al piel roja. – Él representa la autocompasión y ella. – La caza recompensas. – El sentimiento de culpa. Cuando lo abandonó su “Inspiración” vos mismo se convirtió en el caballero negro. Era la esperanza, y a él se aferraba. Pero ella no regresaba y de su interior salió lo peor de vos. ¡Él! – Señaló al Reverso Oscuro. – Él representa a su orgullo, él es quien lo encadena a este lugar, él es quien se niega a admitir que todo acabó. – Suspiró apenada. - Él la traería de regreso por la fuerza. Otros sentimientos poderosos aparecieron tras su orgullo, unos tanto o más terribles. El odio, el rencor, la ira. – La gárgola seguía destrozándolo todo en sus inútiles intentos de alcanzar al hermano del Creador.
– Desde el primer momento, Magenta tenía un siniestro cometido, encontrar a la Inspiración y matarla. Primero acabó con la Desidia que le impedía seguir creando su mundo cada vez más enfermizo. Matar a la Inspiración era la mejor manera de olvidarla según su simplona mente enferma. Si de algo realmente tengo que enorgullecerme, es de haber sido capaz de aplacar su ira. En su batalla interior venció también a la Envidia, acabó más tarde con la Vanidad. Todo parecía marchar bien, aún habían sentimientos que luchaban en el lado de la redención. Incluso su ira cambió de bando. – Magenta dio un salto sobre una pared y se impulsó como un muelle hacia el Reverso Oscuro. Aquel quiebro inesperado sorprendió por fin al hermano del Creador. La gárgola lo tenía de nuevo entre sus garras y no lo dejaría escapar. Por otro lado, los soldados ya estaban prácticamente encima del indio y la pistolera.

- Ha sido un honor luchar a tu lado indio estúpido.
- Lo mismo digo, sucia borracha.
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Creo que podré cubrirte por unos segundos, espero que la fuerza que corre por mi cuerpo me permita aguantar lo suficiente para que llegues a la puerta. Escóndete en los sótanos y cárgate a todos los que puedas.
- No me gusta tu plan, me los cargaré aquí y ahora.

- Debe de acabar con esto. – Ayla continuaba intentando convencer al Hacedor de Historias. – Tiene que despertar antes de que pierda el juicio por completo.
Magenta aporreaba sin compasión a su enemigo.
- ¡Estoy despierto y este es mi mundo!
- Bien es cierto que en un principio, en el tiempo que aún seguía cuerdo, acertó al ponerle nombre a su casa. Que frágil es un castillo de naipes, hace falta tan poco para que se venga abajo. – Ayla sopló suavemente y pareció que un huracán lo arrasaba todo. Cuando salieron al encuentro de los soldados, el piel roja y la pistoleras estuvieron a punto de volar por los aires. Se protegieron con el brazo de la ventisca y cerraron los ojos. Al abrirlos de nuevo  no quedaba nada, estaban en medio del vacío.
La gárgola sobre el hermano del Creador y este junto a Ayla. Ni rastro de los soldados ni del castillo. La caza recompensas se frotó los ojos.
- Creo que va siendo hora de que despierte de esta pesadilla. - A su lado, tampoco el indio salía de su asombro.

Ayla seguía intentando hacer entrar en razón a Hacedor de Historias. - Debe abrir los ojos a la realidad. – Continuaba insistiendo la muchacha. – Míralos, ellos son algo más que sus creaciones, son parte de vos. Debe distinguir lo real de lo fantástico si quieres seguir con sus historias.
- Sin la Inspiración nada puedo hacer por ellos.
- ¡YO NO SOY UN PERSONAJE! – Gritó el Reverso, aplastado bajo las garras de la gárgola. - ¡Yo seré quien se quede con todo, niñata estúpida! ¿Cómo te atreves a insinuar siquiera que soy igual que estos patéticos perdedores.
Magenta rio a carcajadas. – Eres otro personajillo. Jajajaja. Uno con aires de grandeza.
- ¡No soy un personaje!
Ayla seguía hablando con el Hacedor sin prestar atención a lo que ocurría entre sus creaciones.
- Yo no puedo ayudarle si no me deja que lo haga. Ahora, y sin pretender ser egoísta, debo pensar en mí misma. Debo despertar, lo esperaré ahí fuera si lo desea, en el mundo real. Tráguese el orgullo y empiece de nuevo.
- ¡De eso me encargo yo en medio segundo! - De un solo bocado la gárgola engulló al Reverso Oscuro para a continuación soltar un sonoro eructo. – Espero no tener una mala digestión, no parecía estar en unas condiciones higiénicas recomendables.
La muchacha rubia continuaba intentando que el Hacedor de Historias asumiera lo que realmente era.
- La Inspiración puede regresar en cualquier momento en la forma de otra.
- ¡No quiero a otra!
- Debo irme, ya he hecho por vos todo lo que he podido. – Se acercó a Magenta y la acarició el cuello. – Siempre fui su amiga, mi aguerrida monstruo de piedra de bonito y colorido nombre. – La besó en el hocico. – No la olvidaré.
- Dices que eres mi amiga pero me abandonas. – En el tono de la gárgola casi se podía notar cierta congoja y en sus ojos un extraño brillo líquido muy lejos del habitual resplandor de su cólera. El indio y su compañera no salían de su asombro, desconcertados por todo lo que ocurría a su alrededor.
- No puedo quedarme más. – Ante la mirada de todos, Ayla se desvaneció.
Ahora los tres personajes observaban a su creador. De pie, en mitad de la nada, les devolvió la mirada.
- ¡Regresad a donde quiera que tengáis que hacerlo! ¡Dejadme en paz y no me miréis con esas caras! – También ellos se desvanecieron, el Hacedor de Historias quedo solo. A lo lejos podía verse algo, le llevo un buen rato llegar. Era una silla junto a una mesa y sobre ella, cuartillas, pluma y tinta. Se sentó, agarró la pluma y se quedó con la vista fija en una hoja en blanco.
- La traeré de regreso.

Epílogo.

Bien, bien, bien, patéticos mortales hablemos de fidelidades. Tengamos fe en la condición humana, en sus constantes y, antes de perderme en banalidades, meteré el dedo en la llaga. Aunque eso no valga de nada pues, ya se sabe que finalmente siempre hacéis lo que os da la real gana.
Mil años lleva la gárgola en lo más alto de la fachada de este monumento a la soberbia que es la catedral y con sus ojos de piedra os observa desde tan privilegiado lugar. Cada cincuenta años podía escapar y volar en busca de un alma. Justa o injusta, era la causa de Magenta, y cuando la encuentra la reta. Un trato le propone y dispone de la eternidad para recoger el fruto de su traición, servirlo en la mesa y devorarlo sin sentir remordimientos ni pena.
Fieles a una causa, ciegos de fanatismo, sucumbieron a la tentación de cambiar de chaqueta por unas pocas monedas. Leales amantes no eran más que sonámbulos que caminaban dormidos, perdidos en fantasías y sueños. Jugaban con fuego, se consumían en la hoguera de las vanidades y una vez la llama arde ya es tarde. Al apagarse, ya extinta, tan solo queda la ceniza que finalmente se enfría, el viento la esparce y desaparecen. Nada queda de los amantes, salvo el desencanto en el mejor de los casos. Yo me lo guardaba y regresaba contenta, Magenta ya tenía la cena.
Quizás penséis que es una pena, una triste existencia la de Magenta. Alimentándose del fraude, del engaño. Recordad que tengo el corazón de piedra, que fui esculpida a golpes de cincel y martillo, que vivo en la morada del engaño.
Sería de cretinos no admitirlo. Sois infieles, hipócritas pero sobre todo, egoístas. Nada de eso me importa, no os juzgo y con mis argucias nada corrompo que no estuviera ya podrido. Por eso os digo que pasareis por la vida sin pena ni gloria, obviando el verdadero motivo por el que camináis por este mundo de lágrimas, que no es otro que la absurda búsqueda de la felicidad.
Para conseguirla mentiréis, engañareis a quienes ciegos confíen y defraudareis a ingenuas fidelidades.

Nunca más manchó el Creador el blanco del papel con una sola letra. Eligió no despertar y seguir aferrándose a su mundo de mentiras, aun no quedando ya nada de él.
El piel roja regresó a su pueblo fantasma y esperó en vano que concluyeran su historia. Al menos en esta ocasión no estaba solo, la caza recompensas lo acompañaba.
El Narrador, por su parte, se hizo una liposucción, eliminó con láser sus dioptrías y se moldeó una cara y un cuerpo al gusto de los habitantes de Ciudad Vanidad. Dejó de ser un inadaptado y se dejó arrastrar por la corriente de aquellas gentes superficiales, incluso adquirió cierta popularidad. Por unos motivos diferentes a los del Creador, tampoco él escribió nunca más, abandonando a sus personajes.
Yo sigo en la fachada de mi catedral, ya no puedo abandonarla cada cincuenta años, estoy aquí atrapada por siempre. Durante dos décadas me entretuve siguiendo las locuras de Wallizard.
Formó una nueva tripulación con engendros de nieve y zarpó en pos de aventuras.
Fue increíble. Alguien incapaz de utilizar una brújula, y mucho menos de interpretar una carta de navegación, consiguió mantener en jaque a la marina de guerra de las más poderosas naciones.
Nadie, salvo yo, sabía de la existencia de su arma secreta. Reparó su “chisme de alejar los problemas” y con tan extraordinario aparato pudo escapar al trapo siempre que el destino la acorralaba. Durante dos décadas fue el terror de los siete mares y en su infructuosa búsqueda de las Islas Tortuga, finalmente encontró la muerte que ansiaba. Murió ahogada en la bañera durante una borrachera. El final absurdo que puso el broche de oro a su absurda existencia.
En cierta ocasión le regalé la inmortalidad y me la devolvió. Ya se lo dije una vez, nadie muere del todo mientras haya algún otro que te recuerde. Aunque no pueda moverme sigo siendo eterna. Así que, en cierta manera, finalmente la vencí. Nunca olvidaré a esa cabeza de chorlito.
A partir de entonces no tengo otra cosa que hacer que seguir el como evolucionan los monos mientras paso hambre y me consumo.
Como único consuelo, el eco de los versos de la Voz del Viento que a veces me trae el recuerdo.
Seguro que aquellos a los que pueda haber llegado esta historia piensan que es un relato idiota, que nada de lo dicho tiene sentido. Pero estamos hablando de sueños… ¿Desde cuando los sueños lo tienen?

FIN.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.*

*Calderón de la Barca.

Mi agradecimiento a aquellos que, al compartir su tiempo con mis personajes, han sido los cimientos que sostuvieron durante mil años, ¿o fue solo un instante? mi castillo de naipes.




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