Esculpida en piedra. (Un nuevo comienzo.) Capítulo 1. "La niña y el sapo."





Plena la luna, noche estrellada, monótono canto el de sapos y ranas. Todos están de fiesta en la pequeña charca. Sobre una piedra, contento, se encuentra el sapo Batracio. Con el estómago lleno tras una opípara cena (que si ahora una mosca, ahora una libélula) contempla la escena sabiéndose a salvo. Demasiado gordo y venenoso, no entra en la dieta de la pérfida culebra. Despreocupados, juegan los renacuajos. Un escarabajo despistado se arriesga temerariamente, al acercarse demasiado al alcance de la lengua de don sapo.
Se aproxima una extraña luz y cunde el pánico. Todos buscan cobijo en el fondo del barro, menos el pobre Batracio. El escarabajo fue el colofón, demasiado lleno, le faltan reflejos y sobre el desafortunado sapo cae la desgracia en forma de red. Atrapado en las manos de dos cachorros de humano, sabe que se ha acabado su suerte. Sin duda le espera la muerte tras un largo suplicio. Una vida de excesos y vicios, poco ejercicio, lo han convertido (por lo lento) en presa fácil.
Contentos, los niños lo miran divertidos.

- Es feo y verde, de piel verrugosa, tu mamá te miente. ¿Qué puede tener de príncipe semejante cosa?
La niña se enoja con la pregunta del chiquillo. – Mi mamá no me engaña, todas las noches, cuando estoy en la cama, me cuenta su historia. Yo cierro los ojos y sueño lo beso. Toma forma el príncipe, alto y hermoso, cabellos de oro y en la cabeza una corona. Me lleva a su castillo, donde seré reina cuando crezca y así acabarán nuestras miserias y penas.
Batracio los mira, rubio y pecoso el niño, morena de ojos verdes y vivarachos ella. Visten con harapos y están sucios. Los piececitos descalzos embadurnados de barro. Se siente reconfortado por el cálido tacto de aquellas manos. Una mueca de desagrado en el rostro del muchacho.
- ¡Es asquerosoooo! Solo pensar en acercar los labios me revuelve el estómago.
- ¡No es una princesa, no debes besarlo! – Le recrimina ella.
- No tengo ninguna intención de hacerlo. ¡Toma, quédate con tu sapo!
Pasa de manos Batracio, las de ella son mucho más cálidas y suaves, se le escapa un suspiro.
- Croac.
La niña ríe divertida y se le sonrojan las mejillas, el sapo la mira con sus enormes ojos redondos.
- Croac.
- ¿Qué es lo que pretendes decirme mi príncipe? ¿Deseas rompan mis labios el hechizo que te mantiene encerrado bajo el aspecto de un sapo? No tengas miedo, huiremos donde la bruja malvada no pueda alcanzarnos. Comeremos perdices y patatas todos los días, no pasaremos nunca más hambre ni yo ni mi familia. – Le sacó la lengua al niño rubio. – Tú te quedarás aquí junto a la charca, quizás alguna de esas ranas sea tu princesa, pero tendrás que besar a todas ellas. - Rió y de nuevo sus pálidas mejillas recobraron el color.
- ¿A qué esperas entonces, tienes miedo de quedar en ridículo? Eso no son más que cuentos, mentiras.
- ¡No, no lo son y ahora lo verás! – Aferrada a la esperanza de que la ilusión todo lo puede, acerca despacio los labios a la enorme boca del sapo. Toma contacto y el calor del aliento de la inocente muchacha reanima la sangre fría de Batracio. Se siente extraño y por unos momentos también él cree se obrará el milagro.
La niña lo arroja con fuerza contra las piedras. A los pocos segundos se le hinchan los labios y, alrededor, la piel adquiere un tono morado. La ponzoña del sapo la ha envenenado. Ríe cruelmente el muchacho, mientras se llenan de lágrimas los verdes ojos de la niña. Batracio, herido de muerte panza arriba, la mira.
- ¡Nunca más creeré en cuentos de hadas! – Grita decepcionada, al tiempo que le propina una patada a  la pobre rana.
Batracio se lamenta entre quejidos - ¿Qué culpa tengo yo si de pequeños os engañan? ¿Merezco el castigo por ver defraudadas vuestras infantiles ilusiones? Yo era más que un príncipe, el rey de mi charca, el monarca de las ranas. Pero para vosotros no soy nada, sin ningun motivo me matas de una patada.
Se cansó el niño de escuchar el agónico croar de don Batracio y lo aplastó con su pie descalzo.
La niña llora desconsolada. Allí, oculta entre los árboles, estaba el monstruo de piedra, dispuesta a tragarse la infancia de la pequeña.
- ¡El mundo es un asco, ya no creeré en nada! - Padecerán mi venganza todos aquellos que engañan, los que regalan alegremente a la gente esperanzas para, al despertar del sopor, arrebatárselas de forma cruel.
El chaval pecoso la mira asustado. Escondida, la gárgola aspiró toda la ira de la niña.


En la cima de la montaña del mago, Criando Malvas observaba contrariado al anciano que se aferraba a su báculo para mantenerse en pie. Tenía una larga barba blanca que le llegaba a los tobillos. También el pelo era canoso y muy largo. Tras todo el cabello de la cara, apenas se distinguían los ojos, coronados por unas pobladas y… claro está, blancas cejas.
- ¿Por qué me cuentas esto?
- Debes saber a qué te vas a enfrentar.
- ¿Yo? Yo solo abandoné la cabeza de la maldita gárgola porque así me lo ordenó de malas maneras. Eskatologico se negó en redondo, dijo haber tenido suficiente con salir una vez y que no tenía intención de hacerlo nunca más, y ahora comprendo el motivo. Aquí hace frío. ¿Dices que Magenta estaba allí?
- Se alimentó de la decepción de la pequeña, luego (con la panza llena) regresó satisfecha a su catedral.
- Ella me ordenó que te pidiese ayuda, dijo que solo tú puedes deshacer el entuerto en el que nos hayamos inmersos.
- Así que la mente del Hacedor de Historias se secó. Es por ello que os encontráis prisioneros en el limbo. ¿Y porqué cree el monstruo de piedra que retroceder en el tiempo puede solucionar este embrollo?
- Dice que si aparecemos antes de que perdiese a la Inspiración, quizás podamos evitar que los acontecimientos transcurran como están establecidos. Si conseguimos mantenerlos juntos continuará ideando historias, seguiremos vivos.
- Entrometerse en el pasado para variar el futuro es muy peligroso, suele ser peor el remedio que la enfermedad.
- Solo soy un emisario, un mandado. En cuanto me des respuesta, volveré a la cabeza de Magenta, de donde jamás debí de haber salido.
El mago río a carcajadas. – Pobre infeliz, recae en ti todo el peso de esto, y aun no te has dado ni cuenta.
- ¿En mí? ¿De que estas hablando? – Malvas tenía la apariencia de un bufón, los colores chillones y alegres de su indumentaria contrastaban con su siempre serio semblante.
- No puedo mandar a la gárgola y que se encuentre consigo misma, ni a ningún otro que existiera por aquel entonces, sin embargo tú…
Los ojos de Malvas se entre cerraron mostrando su susceptibilidad. - ¿Yo qué?
Ni tú ni Eskatologico habíais sido creados aun por la mente enferma del monstruo de piedra, teniendo en cuenta que el gruñón no se encuentra aquí, solo me queda un aspirante.
- ¡Ni hablar, no pienso embarcarme en esto solo! Solo quiero regresar a la seguridad del cabezón de mi dueña.
- Regresaras con las manos vacías. ¿Estás dispuesto a enfrentarte a su ira?
- Correré el riesgo, a fin de cuentas…¿Qué es lo que puede hacerme?
- Puede desterrarte por siempre.
-  No se atrevería a tanto.
- Me permito dudarlo. – El mago sonrió maliciosamente.
- ¿Qué tiene que ver en todo esto la niña de tu cuento?
- Es a ella a quien buscáis, será algo mayor que en mi historia. Tendrás que tener mucho cuidado con ella, aquello pudrió su alma y Magenta aprovechó para robar su infancia. Todo junto la convirtió en un monstruo sin corazón.
- ¡La Inspiración! – Exclamó Malvas y el mago asintió con una sonrisa.
- Debes emprender tu viaje ahora. – El mago miró el cielo. – Va a haber tormenta, es el momento.
-  ¡No pienso ir a ningún sitio!
- Tranquilo, no estarás solo, sabrás lo que es que alguien se instale en tu cabeza. Yo guiaré tus pasos. – Los rayos sobresaltaron a Malvas, empezó todo de improviso. El rugir de los truenos ahogaban las protestas del payaso triste.
- Es hora de irse. – El mago alzó su báculo y un relámpago alcanzó la punta. Bufón y anciano desaparecieron como si se los hubiera tragado la tormenta.



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