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De doncellas, putas y demonios.

No por beata que pasaba todos los días por la iglesia, menos por confesar sus pecados (tantos y tan variados) que alargar la mano y hurtar un cirio en un descuido del prelado, apenas añadiría peso al saco de sus transgresiones. No los necesitan los santos, ellos disponen de la luz divina para caminar en la otra vida mientras que ella, en esta mundana y miserable, ni de un candil contaba para alumbrarse. Hogar podría llamarse aquella cueva, por disponer de paredes y un techo, de goteras, un brasero oxidado y de una cama en la que cohabitaban piojos con chinches, polillas con la carcoma y las pulgas campaban como Pedro por su casa. Por si fueran pocos los parásitos, también contaba con un casero roñoso y avaro. Sin falta, aparecería por la mañana para reclamar el pago por aquel cuchitril inmundo. Mucho hacía que rehusaba de cobrarse en "carne",  así que no la quedaba más remedio que salir a buscarse en aquella noche de perros, (no ya el sustento, que sus tripas se habían aco

El jardín de la reina.

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Cuentan, que hace mucho tiempo gobernaba en un lejano reino de oriente un monarca al que, por la abnegación en sus funciones de regente, sus súbditos llamaron "El Justo". Era tal su dedicación que nunca prestó atención a otra cosa que no fuese el bien estar y la felicidad de los habitantes del reino. Rodeado por el desierto, no tenía el rey enemigos que se disputaran sus tierras por pobres y estériles. "El justo", no obstante, se había sabido rodear de hombres sabios, y del ingenio de estos, surgieron canales que transportaban la preciada agua desde pozos y acuíferos hasta campos y ciudades. Aquellas tierras, otrora yermas, eran ahora lo suficientemente fértiles como para que su pueblo nunca pasara hambre. Solo había una cosa que preocupaba a sus vasallos, tanto a los poderosos como a los más humildes. El rey envejecía y aún no había tomado a ninguna esposa que diera al reino un heredero. Demasiado ocupado promulgando leyes y administrando justicia, no tuvo ojos