El profanador de sueños.

- Ahora a dormir. - Le dió un beso de buenas noches en la frente.
- No papi... - Imploró la pequeña agrandando al máximo sus ojos color avellana. - Cuéntame un cuento, porfi.
- ¿Otro? - Su padre le sonrió perspicaz. - Ya sería el tercero. ¿Que es lo que te preocupa cariño?
- No quiero que te vayas, tengo miedo.
- No tienes porqué tener miedo, papá y mamá están en la habitación de al lado y no dejaran que te pase nada malo.
- ¡No quiero dormir! - Protestó energicamente la chiquilla.
- Dime. ¿De qué tienes miedo? - Se sentó en la cama junto a ella y le acarició los cabellos. - ¿No quieres contármelo? No seas vergonzosa, puedes confiar en mí.
- Él vendrá a asustarme como cada noche, da mucho, mucho, mucho miedo. - Ocultó su cábecita bajo las mantas.
- ¿Quien viene a asustarte por las noches? ¿No se lo vas a contar a papá?
- El payaso feo y tonto. - Tartamudeó nerviosa.
- Pero los payasos son amigos de los niños.
- Este no. ¡Este es malo, feo y tonto!
- Si asomas la naricita te contaré una historia.
- ¿Otro cuento? - Reapareció de entre las ropas excitada.
- Oh no, los cuentos no son de verdad y esta historia es muy real. - Se llevó el dedo indice a los labios y le guiñó un ojo. - Pero muy pocos la conocen, así que debe de ser un secreto. ¿Vale?
- ¡Vale!
- Trata sobre un hombrecillo gris, con un trabajo gris y una existencia gris. Este hombrecillo no tenía amigos. No iba a fiestas, no hablaba con sus vecinos ni se relacionaba con sus compañeros del trabajo. Su tiempo transcurría en una rutina monótona hasta la saciedad. Regresaba del trabajo con caminar apatico, cabizbajo, temeroso de que su mirada pudiera cruzarse con la de cualquier otro. Vivía asustado, pero no temía a los ladrones, ni a perder el trabajo, ni tenía la mayoría de las preocupaciones comunes de la gente normal. En realidad lo que le horrorizaba era la propia vida, una vida que no le gustaba en absoluto.
Una vez en casa, miraba en la nevera, calentaba cualquier cosa un poco, se la comía a desgana y se metía en la cama. La mayor de las veces siquiera se levantaba para cenar.
- Si que era dormilón ese señor.
- Mucho, pero era debido a que tenia un secreto.
- ¿Un secreto? - Exclamó la niña expectante.
- Era su gran secreto, un secreto que no compartía con nadie.
- ¿Que secreto? Dime, dime, dime...
El padre no pudo evitar reirse ante la impaciencia de la pequeña.
- Este hombrecillo gris, de trabajo gris y existencia gris, podía controlar sus propios sueños.
-¡Oooooh! -¡Eso debe de ser fantástico!
- Quizás lo sea, pero a él le supuso no vivir en la realidad. En sus sueños podía ser cualquier cosa que quisiera, todo aquello que su imaginación le permitiese. Por desgracia, su imaginación se limitaba a sus propios temores, a su frustración y a su desprecio por los demás. En sus sueños él era el importante, el que avasallaba, el poderoso. Sueños que aprovechaba para vengarse del mundo y, sobre todo, de aquellos que consideraba que lo habían humillado. Por eso, cuando sonaba el despertador trayéndolo de vuelta a su insignificancia, su desolación era mayúscula.
Era un ser amargado y cada día que pasaba, dedicaba más tiempo a evadirse en sus sueños dejando que la vida se escapara.
Si algo detestaba el hombrecillo, es ver y sentir la felicidad ajena. No soportaba las muestras de afecto y hacía mucho que no dejaba que nadie le tocara. Se le encogía el estómago y sentía nauseas al contemplar los despreocupados juegos de los niños, se sentía enfermar ante la visión de una pareja mostrándose cariño. Les habría lanzado piedras de no ser un cobarde. Culpaba a los demás de su amargura cuando solo él era el responsable y nada hay más cobarde que el engañarse a uno mismo.
- Que señor mas tonto.
- Y en eso habría quedado todo, en un señor tonto, de no haber descubierto que podía ir un poco más allá. Descubrió que también podía entrar y controlar los sueños ajenos.
- ¡Oooooooh! ¿Que pasó entonces? Cuenta, cuenta, cuenta.
- Al principio solo alcanzaba a aquellos más cercanos y solo podía infiltrarse en los sueños de un uno en uno. Aprovechó para hacer la vida imposible a sus vecinos. Por las noches se colaba en sus sueños y les inducia pensamientos perniciosos. Por la mañana, lo que había sido una comunidad tranquila, se convertía en un ring de boxeo. Peleas, discusiones y desavenencias estaban a la orden del día sin que nadie sospechase del hombrecillo gris. En aquellos tiempos, por primera vez en su vida, sintió algo parecido a la felicidad, pues para sentirse menos desdichado, necesitaba que la desdicha campase a su alrededor. Controló a banqueros, políticos e industriales, a las mujeres más bellas...
Poco le duró la alegría. Nada de todo aquello era suficiente, , pues la realidad tiene limitaciones, pero dentro de los sueños se sentía un Dios todo poderoso. Dedicó mucho más tiempo a dormir para perfeccionar sus nuevas habilidades. ¡Y vaya si lo hizo! Con el tiempo consiguió llegar mucho más lejos y ya no estaba limitado a una sola persona cada vez. Expandió su ponzoña como si de un virus informatico se tratara (aunque en aquellos tiempos los ordenadores ni siquiera formaban parte de la imaginería de la ciencia ficción.) Por medio de uno podía llegar a sus amigos familiares o simples conocidos... Pasaba de mente en mente como una infección, como un auténtico cáncer. De esta manera su influjo contaminó a naciones enteras.
Puesto que solo era capaz de transmitir negatividad, las gentes asimilaron todos los defectos, los temores y las inseguridades del hombrecillo. Buscaron culpables, se agruparon bajo banderas, persiguieron a quienes no pensaban como ellos y siguieron a unos líderes que hacían del odio y el miedo su único discurso, un discurso inculcado por el anodino e invisible hombrecillo gris.
En semejante caldo de cultivo la guerra fue inevitable. Una guerra horrible y cruel como todas las guerras pero de proporciones hasta entonces inimaginables. Hubieron vencedores y vencidos, pero habiendose cometido en todos los bandos crímenes inenarrables, solo los perdedores fueron juzgados y condenados. Mientras, el hombrecillo gris, oculto detrás de su insignificancia, continuó soñando y provocando el caos impunemente. Hasta que un día, simplemente, murió de viejo sin haber vivido, sin haber sido feliz ni un solo instante.
- ¿Pero si murió por qué siguen habiendo guerras?
- Por desgracia, hay muchos otros hombrecillos como él repartidos por todo el mundo. Siembran la cizaña sin dar nunca la cara, embruteciendo los sueños ajenos.
- ¿ Y no hay "soñadores" buenos?
- Claro que los hay.
La niña sonrió aliviada, una sonrisa dulce y limpia que contagió enseguida al padre.
- ¿Y ellos no pueden hacer del mundo un lugar mejor?
- Los "soñadores" buenos saben que no han de interferir en los sueños de los demás, saben que sería muy facil (aun teniendo la mejor de las intenciones) caer en la tentación de imponer sus propias ideas y eso sería inconcebible para ellos. Los "soñadores" buenos comparten sus sueños cuando despiertan.
- Entonces... ¿Quienes son más fuertes, los "malos" o los "buenos"?
- Aunque el de mi historia es el más poderoso del que tengo constancia, en realidad su fuerza reside en nuestra debilidad. Ellos son tan cobardes como mezquinos pero los dejamos entrar porque su mensaje es sencillo, cómodo, mientras que el de los "buenos" requiere mucho esfuerzo entenderlo y mucho más aun llevarlo a cabo.
¡Ahora a dormir! Y si ese payaso tonto, feo y malo vuelve a colarse en tus sueños hazle frente, ahora sabes como hacer que huya como el cobarde que es.
La dió un abrazo y volvió a arroparla apagando la luz antes de salir por la puerta.
La niña se durmió enseguida abrazada a su peluche favorito. No tardó en presentarse el payaso, con su cara blanca y su boca triste, haciendo muecas y agitando los brazos mientras emitía sonidos guturales.
La niña lo aguardaba de pie sobre una nube de algodon de azucar, los brazos cruzados y un mohín de desaprobación en la nariz que le daba un gracioso aspecto de roedor.
- Los payasos no deben de estar tristes. - La perplejidad dejó petrificado al engendro. - ¿Estas triste porqué te sientes solo? Si quieres yo puedo ser tu amiga.
El engendro retrocedió contrariado.
- Hay mucho algodón de azúcar, también tengo caramelos. - Extendió los brazos mostrando las palmas de sus manos repletas de golosinas. - Hay todo el que queramos, puedes comer hasta no poder más y no te dolerá la barriga cuando despiertes.
El payaso acercó la mano dubitativo.
- No tengas miedo.
Antes de poder coger ningún dulce dió un grito y desapareció delante de los ojos de la niña.
- Tú te lo pierdes.
El resto de la noche la niña soñó con tiovivos y piruletas mientras saltaba sobre nubes de algodon de azucar.

Fin.

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